El dibujante que levantó un imperio con lápices de colores inspiró desde mitos sobre su muerte hasta estudios políticos sobre sus personajes.

Unos pocos datos son suficientes para dar cuenta del poderío de la empresa alentada por Disney: tiene 18 parques de diversiones, 39 hoteles, además de múltiples canales televisivos, películas, libros, series, videojuegos, merchandising y muchos otros productos que sería casi imposible enumerar. En 1931, se creó una nueva sección del Oscar destinada a premiar los mejores cortos de animación. Disney se llevó los 10 primeros y a lo largo de su carrera que duró 44 años, se alzó con 22 estatuillas.
Según las malas lenguas, el creador de personajes infantiles más famoso del mundo no era un gran dibujante, pero supo rodearse de quienes sí lo eran. Su mayor talento quizá consistió en descubrir al niño como pieza fundamental de un próspero negocio. Hoy el marketing lo tiene como un protagonista privilegiado, como el impulsor de muchas decisiones de compra de la familia, pero las cosas eran muy diferentes en la primera mitad del siglo XX. Disney logró, además, crear personajes que se adaptaron a todo tipo de soporte, desde el dibujo de historieta al cine y los videojuegos y ésa es una de las razones por las que siguen teniendo interés para los chicos de hoy.
En la década del 70, cuando la política en América Latina permeaba todos los ámbitos, el argentino-chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart, escribieron un libro que se transformaría en un clásico, Para leer al Pato Donald. Se trata de un análisis desde el marxismo de los personajes del mundo de Disney como reflejo de los valores del capitalismo y como acto de colonización cultural ejercido por el mayor representante del sistema, los Estados Unidos. Sin embargo, poco pudieron las críticas. Visitar Disneylandia, un mundo ideal de fantasía paralelo al mundo real y sus miserias constituye el sueño de muchos chicos de hoy y también de muchos adultos.
Walter Elias Disney nació el 5 de diciembre de 1901 en Chicago, Illinois. Fue el cuarto de los cinco hijos de Elias y Flora Disney. Su padre fue un modesto carpintero que nunca logró hacer de su oficio una empresa floreciente, por lo que la situación económica de la familia siempre fue precaria. A esto se sumaba la dureza que ejercía con sus hijos a los que hacía trabajar sin descanso. Quizá buscando una compensación a su infancia desdichada Disney encontró el camino para montar uno de los negocios más florecientes del mundo.
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