Sheinbaum y la palabra política

Por: Eric Calcagno

No hay acción sin palabras ni palabras sin acción. Eso permite compartir el rumbo social.

La evolución de México no deja de sorprender. En una época dominada por el conformismo y la complicidad de las dirigencias con las diferentes oligarquías que nos tocan en (mala) suerte a cada país latinoamericano, el gobierno mexicano demuestra en los hechos las potencialidades que habilita la recuperación de la palabra política.

Ya lo había comenzado López Obrador, a través de las conferencias de prensa matutinas, donde supo disputar y ganar la construcción de agenda que hasta entonces estaba en manos de medios de comunicación antinacionales. Ahora la presidenta Claudia Sheinbaum ejerce la argumentación política. En eso, sigue el método recomendado por el filósofo Jean Guitton: se dice lo que se va a hacer, se dice lo que se hace, se dice lo que se hizo. No hay acción sin palabras ni palabras sin acción. Esa coherencia es lo que permite compartir el rumbo social con la totalidad de la ciudadanía, y fortalece tanto al proyecto como al pueblo. En un tiempo en el cual los intelectuales fueron desplazados por los marketineros, y a su vez los marketineros son desechados por los influencers, streamers y demás youtubers, Sheinbaum recupera la palabra política como instrumento fundamental de construcción de poder soberano. “Para novedades, los clásicos”. Ahora más que nunca.

Claudia Sheinbaum es una lideresa, pues cumple las tres condiciones básicas. La primera es contener, pues responde a las necesidades populares; ejerce la conducción, porque es presidenta; ordena, porque primero contiene y conduce. No hay iluminismos ni predestinaciones, sino la primera magistratura en cabeza de una mujer de Estado. Pretender ordenar sin más, como si derecho divino se tratarse –tal lo dicta el dios mercado– lleva a todas las catástrofes. 

Veamos el caso Trump. La designación de los inmigrantes como causantes de todos los males de Estados Unidos, el muro en la frontera, la amenaza de subir aranceles son apenas tres aspectos que el gobierno republicano blande como espada sobre Sheinbaum en nombre de una virtud que proclaman pero de la que carecen los estadounidenses. No son argumentos, son amenazas. La provocación de cambiar el nombre del Golfo de México por el Golfo de América es la frutilla del postre preparado en Mar-a-Lago. ¿Indigesto? Sheinbaum distingue lo esencial de lo accesorio: primero la soberanía mexicana, sin la cual no hay democracia. Por supuesto, hay que negociar. El estilo trumpista consiste en la exageración, siempre simbólica, a veces real, cuyos resultados están por verse, así en México como en el resto del mundo. Es que si Estados Unidos se queja del fentanilo que arrasa en la población estadounidense, también debería impedir la venta de armas y pertrechos de guerra a los carteles de la droga que cunden en México. Sino, la presidenta Sheinbaum le podría decir lo que dijo Perón a Braden: “¿usted fuma y yo escupo?”.

De allí que la respuesta sea política. Y como política viene de polis, nada mejor que el milenario ágora del Zócalo para escuchar a la Presidenta, en la Asamblea Informativa del 8 de marzo. Allí, ella explica la situación, comparte las decisiones y la palabra, convoca y es escuchada por un plaza repleta. Allí están con las ropas tradicionales los pueblos originarios sobrevivientes del genocidio colonial, de Oaxaca a Yucatán y de Nayarit a Chiapas; con las banderas de lucha están los sindicatos, sobrevivientes al neoliberalismo –otra forma colonial– de la educación a la sanidad, de empleados estatales a petroleros y ferroviarios; allí están las y los militantes, que sobrevivieron a la desesperación del “fin de la historia” y al pensamiento único, simples e indispensables galeotes de la gloria. Ese conjunto de sobrevivientes es el pueblo mexicano, que responde a la Presidenta: “¡no estás sola!”, «¡Claudia escucha, la asamblea está en tu lucha!”, “¡es un honor, estar con Claudia hoy!”, “¡presidenta, presidenta!» y «¡No vamos a regresar al modelo neoliberal!» según consigna el diario La Jornada

El discurso político no es muy difícil. Es introducción, desarrollo y conclusión, o explicación, comentario y propuesta. Es idea, argumento y prueba. Es sujeto, verbo y predicado. Para Aristóteles, la oratoria debe apelar al ethos, que son las convicciones; al pathos, que son las emociones; y al logos, que es la razón. Ellos también estuvieron en el Zócalo. Pero claro, la práctica hace a la perfección. Y además, hay que tener cosas que decir, como por ejemplo que la estrategia consiste en “seguir aumentando el salario mínimo, autosuficiencia energética, promover inversión pública para la creación de empleos” además de “construcción de trenes y un millón de viviendas, así como el fortalecimiento de los Programas de Bienestar”. “El próximo 1 de junio, México vivirá una elección histórica al elegir por primera vez a los integrantes del Poder Judicial”. “México, país libre, soberano y democrático” concluyó la Presidenta Sheinbaum. Por eso “a México se lo respeta”.  ¿Será que la palabra política es la casa del poder?  «

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