Hiba Abu Nada le habría respondido a Theodor Adorno que incluso en Gaza se debe hacer poesía.

Auschwitz es el ejemplo más inquietante de lo que puede hacer la enajenación del ser humano cuando se pierden los límites de lo humano. Cuando los dioses de la muerte seducen con el amargo licor de la muerte. Y huelen el horror que sintió Kurtz, el personaje de Joseph Conrad que en El corazón de las tinieblas se sumerge en la bestialidad desbocada del colonialismo europeo en el Congo. Es África, pero es el ícono de todos los colonialismos. Esas atrocidades cometidas bajo la pátina de la civilización. Es Vietnam en la versión de Francis Ford Coppola que tan bien representó Marlon Brando con su Coronel Kurtz en Apocalipsis Now.
Qué otra cosa sino una guerra colonial es la que desarrolla Israel en Palestina desde 1948. Una guerra con las características sobre las que alertó en 1967 el filósofo israelí Yeshayahu Leibowitz, cuando dijo que la ocupación de los territorios palestinos habría de pudrir el alma del colonizador.
La tribulación de Primo Levy vuelve así a inquietar. ¿Es humano Mohamed Zakariya Ayyoub al-Matouq, el bebé de 18 meses, un manojo de huesos débiles, que Hedaya al-Muta sostiene en sus brazos? ¿Es humano el ministro de Patrimonio de Israel, Amihai Ben-Eliyahu, cuando dice que «ninguna nación alimenta a sus enemigos»? ¿O es humano el general retirado Yair Golan, ex subjefe del Estado Mayor del Ejército de Israel y ahora líder del opositor partido Los demócratas al declarar hace algo más de un mes que «un país sensato no mata niños como un pasatiempo»? ¿O Yotam Vilk, el soldado israelí que como otros tantos se oponen a las atrocidades que los obligan a cometer en Gaza y Cisjordania?
El filósofo y músico alemán Theodor Adorno describió esos horrores cometidos por las tropas nazis: «Lo monstruoso, referido al nombre de Auschwitz, ha seguido siendo inconcebible precisamente porque no es comparable, porque no puede justificarse históricamente con nada y se ha convertido así en ruptura». Y lanzó un par de preguntas lacerantes. «¿Puede hacerse arte después de Auschwitz? ¿Tiene uno derecho a escribir poemas después de Auschwitz?».
Hiba Abu Nada tenía 32 años. Había nacido en La Meca en el seno de una familia desplazada por tropas israelíes de Bayt Jirja, en el noreste de Gaza, durante la Nakba. En Arabia Saudita pudo recibirse de bioquímica y nutricionista, pero urdía poemas. A un Theodor Adorno que dijera si después de Gaza hay derecho a escribir poesía, ella respondió con un texto que dejó en su cuenta de X el 20 de octubre de 2023: «La noche de Gaza es oscura sin el resplandor de los cohetes / tranquila sin el sonido de las bombas / aterradora sin el consuelo de la oración / negra sin la luz de los mártires». Al otro día fue asesinada durante un ataque israelí.
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