La estabilidad y la prosperidad no dependen de la iniciativa individual basada en el egoísmo.

Esto no es nuevo. También en 1992 Samuel Huntington hablaba del “choque de civilizaciones” en un articulo para Foreign Affairs (que luego haría libro en 1996). Allí decía que los conflictos del futuro serían entre diferentes civilizaciones más que por conflictos ideológicos o económicos, como si la ideología o la economía no formasen parte de las culturas.
Algo más elaborado encontramos en la obra de Martin Jacques de 2009, llamada “When China Rules the World”. Allí Jacques consagra el concepto de “Estado-civilización” como categoría de análisis, en un libro que parece mezclar miedo con admiración. La estabilidad y la prosperidad no dependen de la iniciativa individual basada en el egoísmo, sino de la planificación del Estado, de la conducción meritocrática heredada de la historia y de la fortaleza de los lazos sociales que estructuran la comunidad. Digamos que occidente elaboró e instrumentó el concepto de pluralidad de Estados-Nación, aunque no lo respeta (basta ver genocidios, guerras e intervenciones), y es capaz de disfrazar desastres como el de Libia con la coartada del “Nation-building. Pero no es capaz de comprender este fenómeno político civilizatorio que es tradicional a la vez que innovador. No hay “civilization-building”, simplemente porque las civilizaciones ya estaban allí. Quien fuera asistente de Deng Xiaoping, el diplomático e intelectual Zhang Weiwei, responde a las críticas en 2012 con “The China Wave: Rise of a Civilizational State”. Si, el proyecto chino es político pero sobre todo es cultural. Porque no existe un único camino a la modernidad, ya que no existe una sola civilización, cada cual elige la senda que desee. Del mismo modo, sostiene Weiwei, los occidentales afirma que China no es una democracia porque no existe la división de poderes y el pluripartidismo, y para China occidente no puede ser una democracia puesto que no resuelve los problemas del pueblo, ni garantiza la estabilidad y la prosperidad de la sociedad.
El temor de Occidente no es sólo el surgimiento de un mundo multipolar que ya no responda al diktat de Washington, como antes de Londres. Eso sería un problema entre similares. El problema es la des-occidentalización del mundo, puesto lo que trae es un conflicto con diferentes. Y los principales entre los diferentes ya no son pasibles de invasiones, masacres y conquistas como en siglos anteriores, ya no aceptan “tratados desiguales”.
Peor aún, esos territorios del Sur Global superan a los Estados Unidos en varios campos tecnológicos, en especial en el área militar: hasta ahora sólo China y Rusia tienen misiles hipersónicos, apenas un ejemplo. El temor de occidente es que esos Estados-Civilización actúen como actuó occidente en los últimos tres siglos.
Como sea, el “Estado-Civilización” ya no está limitado a la República Popular China, que reivindica los cuatro o cinco milenios de historia que la preceden. También la India es considerada como tal, que también cuenta con varios milenios de existencia civilizada. Irán no le va en zaga a los precedentes, cuando los mismos ayatollas reivindican la herencia del imperio persa y anteriores. Y eso es mucho tiempo. Turquía añora el imperio otomano, y Rusia ostenta la sucesión ortodoxa del imperio romano. Ese capital simbólico contabilizado por milenios es una de las fortalezas de lo que llamamos el Sur Global, frente a lo cual los imperialistas occidentales aparecen apenas como nuevos ricos, recién llegados y siempre dañinos.
Quedan dos espacios culturales no occidentales sin una representación estado-civilización efectiva: África y América Latina. En el caso de África, las revoluciones de Burkina Faso, Nige y Mali constituyen la Confederación del Sahel, con apoyo de otros países como Senegal o Sudáfrica. Retoman la idea pan-africana propia de Patrice Lumumba, Julius Nyerere y Franz Fanon, por sólo nombrar a algunos. El concepto de “Estado-civilización” ha llegado para quedarse, tanto en pensamiento como en acción. En América Latina, pese a la predominancia de lumpenburguesías articuladas con el occidente colectivo, aún persiste la idea que cada país es una Patria Chica destinada a integrar una Patria Grande, tal el sueño de los Libertadores, el anhelo de los pueblos y la necesidad de soberanía. Es que sin independencia, no hay Estado-Nación, ni tampoco la integración continental que nos haría existir como Estado-civilización. Sepamos que si lo intentamos no estaremos solos ni en el mundo ni en la historia. Es todo el desafío de existir.
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