Más de 55 mil personas vieron el debut de Usain Bolt, una convocatoria que no tuvo ni el fútbol. El hombre más veloz del planeta correrá hoy para agrandar aún más su mito. Junto a Michael Phelps le entrega brillo a los Juegos Olímpicos.

El jamaiquino que el día de la ceremonia de clausura, el domingo próximo, cumplirá 30 años, fue aturdido al pisar el Engenhão con el grito repetido de su apellido por más 55 mil espectadores. Una convocatoria que no alcanzó ni el fútbol en tierra del pentacampeón mundial. El hombre más veloz del planeta, dueño del récord mundial y olímpico, ganó con holgura la séptima de las ocho series y desde esta noche irá en busca de agigantar su talla. El propósito será nada menos que alcanzar la triple corona, como ya lo hizo en Beijing 2008 y Londres 2012 en las pruebas de 100, 200 y 4×100 metros.
La presencia de Bolt en la prueba más significativa de la historia del olimpismo no sólo extasiará a los que hoy volverán a colmar el Engenhão. Millones de pantallas y dispositivos electrónicos seguirán en vivo los 9 segundos y las centésimas que quien durante su infancia supo padecer escoliosis de columna, decida. Todos serán parte de la historia del deporte olímpico.
Como ya lo era y lo ratificó Michael Phelps en su cuarto Juego Olímpico. Ya no existen calificativos para dimensionar al nadador de 31 años que al cierre de esta edición iba en busca de la quinta medalla de oro en Río 2016 y la vigésimo tercera de su historial. Los 22 oros que acumuló el pasado jueves al ganar los 200 metros combinados no sólo lo consolidaron como el máximo ganador de la era moderna de la historia olímpica. Sino que incluso batió el mítico récord de 12 conquistas de Leónidas de Rodas, en las viejas citas olímpicas de la antigua Grecia, entre los años 164 y 152 a. C.
La superación de su magnánima figura olímpica pulverizó cualquier tipo de dudas con respecto a su presente, después de excesos con el consumo de alcohol y marihuana, las multas por conducir ebrio y su alejamiento de los natatorios que parecían tacharlo de Río de Janeiro. «No me importaba nada que tuviera que ver con el agua. Nada», supo contar en una de sus pausas de la pileta, que incluso lo llevaron a seis meses de rehabilitación en un centro de tratamiento de Arizona. El tiburón de Baltimore reencaminó su destino en la natación: ser el mejor de todos los tiempos.
La vigencia de ambas figuras le dieron el brillo que necesitaba Río para recordarla por mucho más que por haber sido la primera edición olímpica en Sudamérica. Son ellos los que provocaron no extrañar a la atleta rusa Yelena Isinbáyeva, como tampoco opacaron las notables cosechas de la estadounidense Katie Ledecky con cuatro oros y la húngara Katinka Hosszú con sus tres preseas doradas en natación, ni mucho menos a la increíble historia de la gimnasta estadounidense Simone Biles, quien tras una dura infancia y el excelente presente, ya es comparada con la gigante Nadia Comaneci.
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