Subirse al Titanic

Por: Demián Verduga

¿Acaso hay una nueva moral mayoritaria que abraza el individualismo extremo, que agacha la cabeza ante las penurias y las acepta como un destino?

La incógnita recorre como una neblina cada calle, cada casa: ¿la mayoría de la sociedad  argentina se transformó? Valores que parecían ser constitutivos del grueso de la población, cierta solidaridad, la valoración del rol del Estado en la educación, la salud, ¿se han evaporado? ¿Acaso hay una nueva moral mayoritaria que abraza el individualismo extremo, que agacha la cabeza ante las penurias y las acepta como un destino? Sin ese componente de resignación, el modelo impulsado por el ultraderechista Javier Milei no puede funcionar, ni estabilizarse.

La derecha necesita de la fe, de las fuerzas del cielo. Por eso toda la energía está puesta en el aparato de propaganda formado por los medios del establishment y expandido en las redes sociales con los ejércitos de trolls. Es necesario convencer a las mayorías de que acepten su destino de sufrimiento como inevitable.

¿Esto es lo que ha ocurrido? ¿La derecha logró colonizar el alma de la mayoría de la sociedad?

Un poco de pragmatismo electoral. En un balotaje todo lo que un candidato crece lo pierde el adversario. No puede caer uno sin que el otro suba. Milei  consiguió el 55,6% de los votos en la segunda vuelta del 19 noviembre de 2023 y Sergio Massa el 44,4%. Si Milei bajara seis por ciento, quien esté enfrente los subiría y el equilibrio de las mayorías se daría vuelta.

Las extremas derechas tienen fuerza en todos los países. Lula da Silva derrotó a Jair Bolsonaro por un ajustado dos por ciento. No fue una paliza. Es un horizonte para mirar con atención.

La matemática electoral implica cierta superficialidad, pero sirve para no quedar atrapado en los análisis-muchos de ellos certeros y rigurosos-que plantean un cambio profundo en la ética de la sociedad argentina y que ponen, entonces, un techo para derrotar a la extrema derecha. Incluso dentro del peronismo aparecen  discursos que hablan de la necesidad de “modernizarse”, “adaptarse”, en rigor, parecerse a la derecha. ¿Acaso hay que dejar de ser alternativa para crecer seis por ciento? ¿Qué ocurriría con el 44% que votó contra este ajuste salvaje?

La derrota del balotaje fue dura, pero no puede sobredimensionarse. Son seis puntos lo que debe crecer el antimileísmo. No es fácil cuantificar cuántos votantes de Milei se arrepintieron en lo que va de la gestión. Sí es posible asegurar que no hay arrepentidos entre quienes no lo votaron. Milei no ha sumado una sola voluntad. Y es probable que haya perdido apoyo, aunque no será posible medirlo con rigor hasta el que el pueblo vuelva a las urnas.

En su discurso del 1 de marzo, el presidente reiteró su desprecio por la argentina moderna. Cuestionó los derechos civiles, sociales, económicos, los avances culturales y científicos, que se produjeron en el siglo XX. Esto incluye a los tres premios nobel en ciencia que mencionó, omitiendo que fueron producto de la universidad pública y del “Estado presente” que tanto detesta. El presidente volvió a humillar al radicalismo, que de nuevo apareció divido entre la posición sumisa de Rodrigo de Loredo y la más digna de Facundo Manes.

En su fantasía mesiánica, Milei le propuso a la dirigencia política la posibilidad de ser exculpada por los pecados cometidos en los últimos 100 años. Sólo tienen que ponerse de rodillas y besar la mano del emperador con el anillo de Conan. Quienes se suban a ese barco, con la idea de acompañar el supuesto clima de época y no quedar afuera de la oleada, se chocarán contra el iceberg al que Milei conduce a toda velocidad.

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