El rumbo del cual no hay que descarrilar, el de las "reformas", el país lo viene recorriendo hace.

El actual gobierno argentino expresa una clara línea de entrega de la soberanía nacional y renunciamiento a una política exterior mínimamente independiente. Sin cortapisa, reivindica su condición de lacayo disciplinado del imperialismo norteamericano e Israel, como se ha corroborado en todos los temas, sea en la posición ante la guerra en Ucrania, la cuestión Malvinas o el genocidio del pueblo palestino. El súbito y patético viaje de Milei a Mar-a-Lago, en Palm Beach, para intentar tocarle las manos a Trump, en súplica por dólares frescos, fue una evidencia reciente.
Sin embargo, los párrafos más rimbombantes de esta semana, que dan cuenta del clima de subordinación colonial, no vinieron de la administración libertaria. Frente a los otros casos aludidos, este ejemplo tiene la especificidad de que las palabras no fueron emitidas por el gobierno súbdito, sino por el poder dominante, por la titular del FMI, Kristalina Georgieva. Durante meses, la directora gerente del FMI posó con Milei y su hermana con los pulgares para arriba, solazándose con el gobierno del “déficit fiscal 0”. Finalmente, tras negociaciones, ruegos y aprietes, le arrojó un Programa de Facilidades Extendidas, en sintonía con otros tantos del pasado, que incluye fondos y líneas de crédito, a cambio de compromisos. El motivo de este “acuerdo” es favorecer las posibilidades electorales de una administración que se mostraba sedienta de dólares (los que iba obteniendo se le evaporaban en el mercado) y aquejada por el mal autoinfligido del atraso cambiario.
De manera desembozada, el jueves Kristalina perforó los límites protocolares y llamó a votar por la política oficial en octubre, para que la Argentina “mantenga el rumbo” y que su “voluntad de cambio no se descarrile”. Al quedar expuesta en su maniobra de injerencia, al otro día oscureció la “aclaración” y ratificó el sentido de aquella, argumentando que el mensaje era también “para el gobierno”, incitándolo a no debilitar “su determinación de hacer reformas”. Todo recrea la imagen de una sociedad encalillada con el capital financiero nacional e internacional. Ahora se apela a un guiño en clave “futurista”, de movimiento. El país como una locomotora, dinámica y venturosa. Ocurre que ya sabemos ad nauseam el destino prefijado. Es la de la banda de Moebius de la circular y perpetua contrarreforma liberal. Se nos impone volver a experimentar el mismo camino recorrido y que ya llevó al fracaso a la anterior veintena de planes de estabilización, acuerdos o stand-by fondomonetaristas desde los años cincuenta. Esta vez, al mando de un conductor enajenado.
A no engañarse. El rumbo del cual no hay que descarrilar, el de las “reformas”, el país lo viene recorriendo hace décadas, a veces con mayor intensidad, otras lentamente, en aparentes desvíos que no lo alejan demasiado de la dirección principal. Los combustibles de este tren fantasma son los repetidos acuerdos con el FMI, el Banco Mundial y los usureros locales e internacionales a los que se han sometidos los distintos gobiernos (peronistas, radicales, derechistas o militares), y que han configurado una descomunal e impagable deuda pública. El complemento energético fundamental para que el destartalado convoy continúe su ruta lo constituye la fórmula no secreta: asegurar las siempre imposibles y renegociadas condiciones de pago y repago del país.
El gobierno “anarco-capitalista” se muestra como un maquinista obediente y alegre de este objetivo. Siempre brindó un certificado de confianza, aplicando el tan reclamado y tantas veces aplicado plan de contracción fiscal draconiano. Mal que le pese, no tuvo nada de original en sus ingredientes: pulverización de jubilaciones, pensiones y salarios de empleados del Estado, arrasamiento de los presupuestos públicos en salud, educación y desarrollo científico, paralización de las necesarias obras públicas. Eso sí, Milei diseñó su estilo en el manejo de los tiempos y trayectos del recorrido. Inició con una retahíla de tarifazos en los servicios públicos y una megadevaluación que atentó directamente contra el ingreso de los sectores populares, disparando una inflación rampante, enfriando el consumo y aumentando la recesión económica. Luego procedió a un intervencionismo descarado -el “libertarianismo” es, en esencia, una impostura- para pisar el valor del dólar y del salario y atrasarlos en relación a los otros precios. Con el menjunje de la Ley Bases, la tablita del «crawling peg», las medidas de blanqueo de capitales para recaudar activos no declarados y el RIGI para conceder beneficios fiscales a inversores, la gestión LLA pudo precariamente mantener un esquema cambiario que le permitió bajar la inflación, perder miles de millones de dólares en pos de mantener una estabilidad ficticia y coyuntural y arribar, finalmente, al atraso cambiario insostenible y a una inflación nuevamente amenazante.
Ante la oxidación del gobierno de Milei del último trimestre, entre otras cosas, expresada en las reacciones masivas a sus ataques antediluvianos al wokismo, el escándalo de la criptoestafa, las movilizaciones y paros de jubilados, trabajadores y movimientos políticos contra las consecuencias diarias del ajuste, es que llegó la mano protectora y colonial de la titular del FMI (y también de la del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent). Justo a tiempo. Para oxigenar un plan capitalista de ajuste, entrega y represión. Para soñar con un respaldo electoral al mismo en estos meses. Para alimentar los sueños húmedos de un aparente consenso y acumulación de mayor poder político para acometer las ansiadas reformas estructurales, que coloquen aún más a las jubilaciones, la legislación laboral y el sistema tributario al servicio del gran capital. El pueblo argentino, asfixiado en sus condiciones de existencia, ha sido intimado a votar a los actuales perpetradores del saqueo. Otro capítulo local para la historia universal de la infamia.
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