Teoría y práctica del mundo

Por: Eric Calcagno

El sentido común ya no es alcanzar el modo de vida norteamericano. Hay otros: Rusia, China, India, y también contrasentidos (OTAN).

Podemos separar por un tiempo la teoría de la práctica para fines explicativos, aunque en la realidad no exista teoría sin práctica ni práctica sin teoría. El asunto es saber si los actores son conscientes de que en los hechos pensar y actuar, actuar y pensar son lo mismo. Desde ya, separar esos dos momentos que están en permanente retroalimentación suele traer resultados desastrosos para los intereses objetivos de esos actores, tanto en la reflexión como en la instrumentación.

Es la ventaja epistemológica que tienen las guerras. Si uno va con una teoría obsoleta al campo de batalla, aunque esté legitimada por una doctrina y especificada en un reglamento, queda indefenso frente a las posibles innovaciones del enemigo, sin ver lo que se venía, sin tiempo para elaborar una respuesta, sin recursos para hacerle frente. Es la derrota de los ejércitos de las monarquías frente a los soldados de la Revolución Francesa, ya que todavía pensaban la guerra como en los tiempos de Federico el Grande, y no entendían qué era eso de la Nación en armas y el pueblo en el campo de batalla. Fue lo mismo que ir a la Primera Guerra Mundial con la idea de la guerra de movimiento, sin saber que ametralladoras y artillería mandaban el heroísmo tanto a la historia como al cementerio. Esas trincheras ya no sirvieron en la Segunda Guerra Mundial, donde no hubo fortificaciones que resistieran el ataque combinado de tanques, aviones e infantería de asalto. Ejemplos del mundo “occidental”.

En aras del rigor metodológico, deberíamos preguntarnos si el pensamiento dominante hoy en el análisis de las relaciones internacionales utiliza categorías propias de realidades superadas, como si fuera el establecimiento de una Línea Maginot conceptual legitimada por la academia, especificada en la literatura convencional. En general, las interpretaciones internacionales tienden a justificar la posición que se busca defender, con especial énfasis en la capacidad del escribiente. Las más de las veces esas obras suelen confundir, algunas intentan describir, pocas veces explicar. No tienen la verificación empírica que sí tienen las batallas, esas que se ganan o se pierden, a veces según la teoría en práctica.

No existe hoy un Raymond Aron que explique la situación de la guerra fría, como desde lo alto de “Paz y Guerra entre las naciones”, publicado en 1962, donde Aron contextualiza a Clausewitz en cuanto la guerra es el último recurso de los Estados, que por ese entonces eran los actores centrales, y encima con armas nucleares. Es por eso que La esencia de la decisión, publicado por Graham T. Allison en 1971, tiene el mérito de restablecer un poco de sensatez. En este caso fue el análisis de la crisis de los misiles en Cuba, de 1962. Kennedy debía responder a la amenaza misilística soviética en la isla, que por la proximidad hacía caducos todos los sistemas de defensa norteamericanos. En el consejo de guerra, nos cuenta Allison, la fuerza aérea proponía un tapiz de bombas sobre Cuba; el ejército quería desembarcar; la marina propuso el bloqueo. Cada repartición impulsaba la solución que los privilegiaba. Al final, el presidente norteamericano adoptó la acción del bloqueo, tanto por haber servido en la marina durante la Segunda Guerra Mundial (con mucho honor, hay que decirlo), como porque esa movida dejaba la próxima jugada a los rusos. “La esencia de la decisión final”, diría Kennedy más tarde, “es incomprensible para los que miran de afuera, y por cierto, muchas veces también para los que decidimos”.

Por eso consideramos de particular utilidad la lectura de Robert W. Cox (1926-2018). Este intelectual canadiense fue tan estudioso de Antonio Gramsci que arriesgó utilizar algunas categorías de los Cuadernos de la Cárcel a las relaciones internacionales. Para Cox no hubo hegemonía más marcada que la de los organismos internacionales de crédito durante la era del Consenso de Washington, que podía ser aplicado por convencimiento o coacción. No es tanto Estados Unidos como nación la que ejerce el imperialismo, sino la clase dominante norteamericana que funcionaliza el resto de la sociedad civil local e impone iguales términos a las sociedades de— otros países, con la anuencia de las elites del lugar.

El sentido común ya no es alcanzar el modo de vida norteamericano. Hay otros: Rusia, China, India, y también contrasentidos (OTAN). ¿Habrá un “bloque histórico” occidental, basado en las finanzas, contra un “bloque histórico BRICS+”, basado en la industria? El desgaste de la hegemonía trae inestabilidad internacional, que puede ser resuelta mediante la negociación de la anterior potencia con los nuevos países, o puede ser resuelto por la guerra. El tema es que la guerra está reservada para los casos excepcionales, dice Gramsci que dice Maquiavelo que cita Cox, ya que el poder es como un centauro: mitad humano, mitad bestia. Pero si el poder es sólo bestial ¿acaso la guerra es un estado permanente? ¿Esa es la manera de mantener la hegemonía? “Los conceptos no pueden ser separados de los problemas que examinan”, escribe Cox. No hay separación entre el pensamiento y la acción. De allí la importancia de no ir con ideas viejas para enfrentar realidades nuevas, como las que vivimos. Por eso ejercer el espíritu crítico es una manera de militancia. A veces pensar el mundo también es transformarlo, al menos un poco.

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