El calor de la noche porteña se mezcló con los riffs hipnóticos y la psicodelia de la banda californiana. Fans y nuevos oyentes compartieron un ritual único que atravesó generaciones.

La velada sumó rápidamente clásicos de los ’90, como “Vacuum Boots” y “That Girl Suicide”, confirmando que la nostalgia no resta vigencia: cada nota parecía flotar entre la memoria y el presente, arrastrando a todos a un trance colectivo espeso e irresistible. Pero pronto el show se abrió al material más reciente, y “#1 Lucky Kitty” y “Don’t Let Me Get in Your Way” de Fire Doesn’t Grow On Trees (2022) ofrecieron momentos de folk barroco y cuelgue introspectivo que encontraron eco inmediato entre el público, absorbiendo cada frase y cada acorde como mantras.
El recorrido por su última producción, The Future Is Your Past (2025)incluyó “Do Rainbows Have Ends?” y “Fudge”, canciones que condensan la madurez sonora de la banda: psicodelia expansiva, guitarras que giran como pasadizos y un tempo que hipnotiza. La atención del público era total, respirando al mismo ritmo de la música y celebrando cada pequeño gesto de la banda, desde la mirada concentrada de Ricky Maymi moviéndose sobre el escenario hasta la percusión sutil de Joel Gion. La interacción entre músicos y audiencia no necesitaba palabras: cada gesto y cada silencio comunicaban todo.
Entre las paredes de C Art Media, la música se convirtió en una experiencia táctil. No había escenario que los separara: todos compartían el mismo aire saturado de reverberación y expectativa. Los teloneros, Ale Cares y Los Magos Farciar, habían preparado el terreno, pero cuando los Brian Jonestown aparecieron, la sala se transformó en un ritual colectivo, con cuerpos que vibraban al unísono, entregados a un cuelgue psicodélico que parecía no tener fin.
El cierre del show fue una demostración de fuerza: los clásicos se sucedieron uno tras otro. “Anemone”, “Servo”, “Sailor” y “Super Sonic” inundaron el lugar de energía eufórica. Cada riff era un llamado a la entrega total, cada cambio de ritmo un recordatorio de que esta banda no hace concesiones, y que el tiempo y la geografía no limitan su poder. El público aplaudía, gritaba y se abrazaba, consciente de estar participando de un momento irrepetible, donde pasado y presente confluyen en una misma intensidad sonora.
Después de más de dos horas de show, la sensación fue la de haber asistido a una ceremonia de comunidad, música y trance compartido. The Brian Jonestown Massacre volvió a Buenos Aires, sí, pero dejó algo que va más allá de la memoria de los temas: la certeza de que la psicodelia sigue viva, y que Anton Newcombe y su banda siguen siendo guardianes de un ritual que une generaciones, ciudades y almas en un mismo pulso. Volverán, no quedan dudas.
Martes 2 de dicimebre, en el C Art Media.
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