La flamante temporada de la serie que llega a la Argentina por Netflix propone una nueva historia laberíntica, con dos asesinatos inexplicables, una secta y Julian, un preadolescente inquietante

Como American Horror Story o True Detective, en cada temporada se desarrolla una historia autónoma y autoconclusiva que mantiene como constante un universo o un personaje. En el caso de The Sinner las constantes son un crimen confuso y un detective que se anima a buscar más allá de lo evidente. De este modo, mientras la primera temporada trata la historia de Cora Tanetti (Jessica Biel), aquella madre de familia que sin móvil aparente asesina a un hombre en pleno día de playa y a la vista de testigos, la segunda se titula Julian y se centra en el personaje de un joven también autor de un doble crimen inexplicable.
La historia comienza con Julian (Elisha Henig) viajando hacia las cataratas del Niágara con una pareja de adultos que parecen ser sus padres. En medio del camino, el automóvil sufre un desperfecto por el que deben detenerse y hospedarse en un hotel para pasar la noche. El lugar deviene en escenario del crimen cuando el joven de 13 años los asesina repentinamente.
Como hilo conductor entre las dos temporadas se encuentra la figura protagónica de Harry Ambrose (Bill Pullman), un detective empático, observador y silencioso, que acude al llamado de una policía hija de su amigo de la infancia. La detective le solicita ayuda con el caso y se involucra al punto que decide permanecer en el lugar hasta hallar respuestas. Como segunda historia se relata el regreso a su pueblo natal que despierta fantasmas y recuerdos que lo perturban, al tiempo que se confunde con la investigación. Ambrose es presentado en constantes primeros planos y gestualidades como un personaje enigmático que había dejado algunos cabos sueltos sobre los que el relato avanza para descubrir secretos de su historia personal.
La serie tiene algo del policial clásico y se sostiene en elementos recurrentes que siempre deben estar a disposición las audiencias más sagaces, aún así juega con giros originales y se asienta en la solidez de un guión donde casi todo encaja. Como en 13 razones por qué, la historia emplea el elemento narrativo de la crónica de una muerte anunciada. En el primer capítulo se comete un crimen y las audiencias son testigos de quiénes son los personajes implicados. Por lo tanto, el suspenso ya no se construye detrás de saber quién es el asesino sino que se desplaza hacia el móvil.
En medio de una constante de antihéroes en las series de moda, donde Walter White, Dexter, Olivia Pope y Analisse Keating se posicionaron como referentes incorrectos, The Sinner parte de protagonistas que responden al estereotipo contrario al construido en la historia de los asesinos del cine y la televisión. En la primera temporada se trata de una típica madre de familia, mientras que en la segunda el asesino es un joven de 13 años. El desplazamiento de atención hacia el móvil de los hechos involucra más personajes, confusiones y elipsis que apelan a lo no dicho.
Jessica Biel, que estelarizó la primera temporada, continúa como productora en la segunda dejando el protagonismo femenino en la actriz Carrie Coon, con un enigmático rol como la tutora de Julian. Las comparaciones son odiosas y quizás esta segunda temporada no llegue a los niveles de suspenso y de imprevisibilidad de la primera, pero cumple en expandir el universo que construye y en agregar información sobre los personajes que continúan.
La televisión supo explotar y resignificar el género cinematográfico del suspenso. En la nueva edad de oro de las series se constituye como uno de los preferidos de las audiencias. Dentro de esta línea, The Sinner se presenta como una serie oscura, que asume el desafío de meterse con temas complejos y que puede ser encasillada en el apartado “misterios por resolver”. Quizás no renueve el género y sea una pieza más de la catarata de producción en serie de ficciones estadounidense que abundan en el mercado audiovisual. Lo cierto es que una pequeña historia bien realizada alcanza para satisfacer al menos un momento del continuo y efímero consumo que tiraniza la cultura popular actual. «
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