Tiktokers enviados a Cannes por el Incaa, gases para jubilados y laburantes, y las enseñanzas del Cordobazo

Por: Adrián Jaime

El ajuste sobre los más vulnerables, la represión, el vaciamiento del instituto del cine y la crueldad como política de Estado delinean un escenario explosivo. A casi 56 años de la gran gesta contra la dictadura militar de Juan Carlos Onganía, la resistencia obrera, política y cultural ya no son un recuerdo: es lo que viene.

Se acerca el 29 de mayo. En las venas abiertas de los laburantes de la patria, la sangre que hoy se revuelve recorre la propia historia como un déjà vu.

Ni por decreto ni a bastonazos serán olvidadas las jornadas del mes de mayo de 1969. En diversos lugares del país, con epicentro en la rebautizada ciudad del Cordobazo florecía por entonces una epopeya nacida de la resistencia obrera y popular. Resistencia que buscaba devolver a la sociedad la vida democrática para profundizar y mantener las conquistas sociales obtenidas por la clase trabajadora argentina.

Aquel sector laborioso y su movimiento obrero organizado escribieron como nunca antes gran parte de la historia nacional. Pugnando por impedir la destrucción del proyecto de país que hasta hacía poco los incluía, lucharon sin cuartel contra la opresión y el atropello del cual eran objeto. Esos derechos en disputa que se plasmaron en todos los terrenos de la vida nacional durante aquellos años fueron reclamados en su gran mayoría por nuestras generaciones precedentes y se lograron implementar con fuerza y apoyo contundente durante el gobierno de Juan Domingo Perón. Así como la Ley del sábado inglés que garantizaba desde 1933 el descanso laboral desde el día sábado al mediodía, se ponían en riesgo todos los derechos de avanzada que fueron conquistados por los trabajadores. Eso motorizó una resistencia popular inédita a las políticas neoliberales reaccionarias que buscaban imponerse brutalmente en la dictadura del general Onganía (1966) y puntualmente desde el Golpe de Estado de la Libertadora en 1955.

Los millares de obras públicas, la millonada de puestos de trabajo que fueron creados, el mejoramiento de las condiciones de empleo, vacaciones, aguinaldos, el acceso a la universidad pública y hasta una reforma constitucional de avanzada promulgada durante el gobierno de Juan Domingo Perón donde se incorporaban derechos sociales y económicos a la Carta Magna marcando un antes y un después en la historia del país, se escapaba como arena entre los dedos de la clase trabajadora a causa de las políticas de neto corte neoliberal que las dictaduras buscaban imponer. 

El derecho al trabajo, a la salud, a la educación y a la vivienda donde el Estado tiene una fuerte responsabilidad social y posee los recursos naturales estatizados con el objetivo de asegurar el bienestar social y el desarrollo económico nacional, el ejercicio de la soberanía política, económica, alimentaria y cultural: todo ello y más, era el botín que disputaba y pretendía arrebatar al pueblo la gavilla militar instalada en el poder. 

Foto: Télam

Pero las tomas de fábricas y establecimientos de trabajo, los congresos sindicales de La Falda y Huerta Grande, la Resistencia y el reclamo por el regreso del líder (forzado al exilio por los golpistas de la “Libertadora”), eran el pasto seco para aumentar la llamarada de un pueblo resuelto a entablar la ofensiva.

El pueblo a la ofensiva, el Cordobazo

Una gran rebelión sacó del poder a Onganía. No le alcanzó matar decenas de trabajadores y estudiantes para frenar la bronca organizada. No sirvió de nada la cárcel de los dirigentes políticos, estudiantiles o sindicales, ni los fusilamientos clandestinos en basurales de unos años antes, ni los bombardeos en la Plaza principal del país, ni el tendal de muertos y mutilados que dejaron allí para amedrentar a la población. A esa verdadera casta militar que desplegó su odio a todos los avances en materia de derechos populares no le bastó pintar “¡Viva el cáncer!” en las paredes de la Casa Presidencial donde vivían Perón y Evita, ni bombardear esa residencia, ni saquearla, ni demolerla. Tal vez por eso mismo lo intentan actualmente con un decreto ramplón buscando eliminar el Instituto Nacional Juan Domingo Perón (que se ubica en ese mismo espacio recuperado) como si así pudieran borrar las huellas de un gobierno infinitamente superior a todos los que hubo en el país.

Esa joven generación de trabajadores argentinos que fueron los protagonistas principales de aquellas luchas heroicas, hoy es gaseada como ejemplo aleccionador sin pudor alguno por el Gobierno en cuanta plaza del país se junten a reclamar sus derechos y sus cuerpos son molidos a garrotazos policiales todos los miércoles frente al Congreso de la Nación.

Gran parte de lo mejor de la dirigencia de esa generación de laburantes fue a parar a la hoguera de la dictadura de 1976, y sólo su continuidad al frente de las luchas sociales posibilitó la reapertura democrática de 1983. En Córdoba, esa primera joven clase obrera industrial, lo arriesgará todo. Las promesas de ascenso social y bienestar que se venían materializando en el país eran amenazados de un plumazo por los decretos dictatoriales de Onganía. Todo culminará en una lucha popular intensa con los dirigentes sindicales a la cabeza enfrentando al poder opresivo de una maquinaria que vino a imponer a sangre y fuego esas mismas políticas neoliberales de un nuevo orden mundial que se reconfiguraban y se continuarían en 1976 con una masacre, en los ‘80 con la mishiadura, en los ‘90 con la venta de las empresas del Estado, en el macrismo con el quiebre de las pequeñas empresas nacionales y más evidentemente por estos días donde no hay una moneda en el bolsillo del pueblo trabajador.

Foto: Télam

Así, el poder ha buscado imponer sus políticas y someter a nivel de supervivencia a los sectores del trabajo. Tal es el caso de lo que ocurre en este actual gobierno de farabutes. No parecen saber que el pueblo siempre vuelve.

Por eso, así como en mayo de 1969 dirigentes de la talla de Atilio López, Raimundo Ongaro, Jorge Canelles, Di Pascuale, Agustín Tosco, Elpidio Torres y tantos otros daban la batalla por los derechos humanos, sociales, económicos, gremiales y políticos, es seguro que nuevamente surgirán los líderes que irán al frente enarbolando los reclamos actuales. El ataque gubernamental sobre los sectores populares es tan cruel como despiadado y eso vaticina luchas en la medida que la organización popular y la resistencia crezcan. En este clima social los laburantes curan sus propias heridas y sus luchas históricas vuelven como El Eternauta a estar en el centro de la escena política.

En el sector audiovisual, por ejemplo, mientras los funcionarios durante la pandemia tenían pruritos para cobrarle a las plataformas audiovisuales (locales o internacionales) lo que éstas debían tributar acorde a lo que manda la Ley de Cine existente en nuestro país para que los productores locales puedan invertir en mejores producciones nacionales, los funcionarios se dedicaron a contarnos las costillas a los productores sin actualizar el costo medio de una película nacional, cuyo monto establece valores de referencia para los créditos que el INCAA debe otorgar para poder realizar un film de calidad y a la altura de lo que espera actualmente un espectador medio en cualquier lugar del mundo. Esa miopía política de los funcionarios nos viene costando carísima al sector productivo y las arcas del INCAA pierden millones de dólares de inversión hasta el presente actual.

Es por ello que hoy no sorprende ver a los libertos al frente del Instituto de Cine poner primera a fondo y dilapidar todo lo acumulado, desfinanciando festivales, escuelas de formación profesional, producciones y hasta se dan el lujo de envíar tiktokers y trolls a festivales internacionales de cine pero a la vez vanagloriarse de no producir ni un solo proyecto cinematográfico nacional entre 2024 y 2025.

Al igual que ocurre en nuestra industria cultural (que genera más del 5 por ciento del PBI), todo el quehacer productivo nacional está detenido, paralizado. No faltará mucho tiempo para que un soplo del destino encienda las cenizas del mayo que nos habita. Porque si hay una cosa que se sabe bien clarito al igual que el repetido mensaje del creador Germán Oesterheld y del Papa Francisco… “nadie se salva solo” es aquella máxima ya comprobada donde se expresa sabiamente que “la organización vence siempre al tiempo”. Porque en un momento como el actual, construir organizaciones que posibiliten transformar la espantosa realidad del presente es el mayor desafío que una sociedad puede imponerse si desea o necesita ser artífice verdadero y líder soberana de su propio destino. Cuando eso ocurre, el tiempo se le acaba al gobierno de los tiranuelos.



Quémenlos

Este próximo 29 de mayo a las 19, en el 56° aniversario del Cordobazo, se exhibirá este film dirigido por Adrián Jaime en el Salón Agustín Tosco del gremio de Luz y Fuerza de Córdoba.

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