Tinelli intenta relanzar su carrera con una sobredosis de ostentación y frivolidad

Por: Adrián Melo

El conductor llega tarde al formato reality familiar y naufraga entre la obviedad, el mal gusto y la falta de credibilidad. Crónica de una dinastía en declive.

Casi desde sus inicios y a lo largo de toda su historia, la televisión local presentó programas con nombres de familias. Así se sucedieron, en diversas décadas Los Campanelli (1969-1974), Los Beltrán (emitida regularmente durante los ’80), Los Libonatti (1991-1992), Los Benvenutto (1991-1995), Son de diez (1992-1995), Los Roldán (2004-2005)  y Son de fierro (2007-2008), entre tantos otros. Ubicados dentro del género de la comedia costumbrista, cada una de las mencionadas ficciones tenían la pretensión de retratar el prototipo de la familia argentina de clase media con los supuestos conflictos íntimos y sociales propios de cada época histórica según la perspectiva de los respectivos guionistas.

Aunque desde su título, Los Tinelli parece enmarcarse dentro de esa tradición o tiene reminiscencias de esos clásicos televisivos, esa primera impresión resulta engañosa. Es decir, en principio nada parece más alejado de la típica familia argenta que la familia ensamblada y ostentosamente millonaria que tiene como patriarca al otrora megaexitoso conductor televisivo Marcelo Tinelli. 

Sin embargo, hay rasgos en común. Si aquellas comedias querían ser un espejo donde podían verse reflejados -en sus problemas y estereotipos- los integrantes de los clanes clasemedieros, en cierta forma Los Tinelli expresan lo que muchas y muchos miembros de ese colectivo pequeño burgués aspiran ser o lo que cierto discurso hegemónico neoliberal presenta como sinónimo de triunfo social y existencial.

Sin dudas Los Tinelli es hija de su época en ese y varios aspectos. En primer lugar, por elegir el formato de reality show que confunde el mundo de lo público con lo privado y lo íntimo. En ese terreno, Tinelli siempre supo moverse como pez en el agua. No solamente por la permanente exposición en los mass media de su vida privada -de sus romances, de sus divorcios, de sus rencillas amistosas y de sus desavenencias personales- a lo largo de su trayectoria, sino también porque sus propios programas televisivos se caracterizaban por esa indiferenciación. Es decir, por ejemplo, cuando en el Bailando por un sueño, Graciela Alfano le pegaba a Aníbal Pachano después de exponer su enfermedad, Moria Casán insultaba a Silvina Escudero o María Eugenia Ritó denunciaba que Moria consumía cocaína, no se sabía con precisión si estábamos frente a un show guionado o a un desborde de situaciones y/o caracteres realmente enfrentados. 

Lo propio sucede en la docu-ficción protagonizada por Marcelo Tinelli, coprotagonizada por las hijas Micaela y Candela (fruto de su relación con Soledad Aquino) y Juana (de la relación con Paula Robles), secundada por el primo-hermano Luciano “El Tirry” Giugno (un poco hijo de Tinelli, según sus propias palabras) con intervenciones de Lorenzo “Lolo” (el hijo menor con Guillermina Valdés) y donde adquiere inusitada relevancia, Milett Figueroa, la actual y treintañera pareja del sexagenario empresario. Cuando las hijas de Tinelli expresan su malestar por la relación amorosa de su padre y hasta expresan lo desagradable que es verlo darse constantes picos y besos con lengua en la mesa familiar o cuando Mimí Alvarado (la esposa de “El Tirri”) hace llorar a Milett por decirle que se parece físicamente a Guillermina Valdés, no se sabe cuánto hay de real y cuánto de ficción o si hay algo que escapa o no al férreo control de Marcelo Tinelli (se tiende a pensar que todo está premeditado y perfectamente supervisado por el dueño del circo). 

En segundo lugar y no por ello menos relevante, lo que hace que Los Tinelli sea una expresión de este tiempo es por la impudicia y el notable alarde de la riqueza en una era de creciente pobreza y exclusión social como la actual. En ese sentido Los Tinelli marcan la reversión y el definitivo y triunfal regreso de los años noventa (tiempos en que Marcelo supo escalar en el campo mediático y popular). Como un retorno de la revista Caras en formato streaming, a la vez que propone conocer la cotidianeidad de los Tinelli, la serie invita a recorrer los paisajes y habitaciones de la fastuosa mansión de Punta del Este y de la lujosa finca de Luján de Cuyo, las propiedades de Marcelo que son los escenarios elegidos para que transcurran los encuentros familiares que dan lugar al reality y a asistir a los banquetes y los cócteles de la dinastía.

Una anécdota recurrente de los tiempos previos a la Revolución Francesa narra que cuando a María Antonieta le dijeron que los pobres reclamaban que no tenían para comer pan, ella respondió “que coman pasteles”. Esa respuesta no es inocente sino estratégica: en la ostentación de la riqueza -como de la crueldad- radica y se explican los fundamentos del poder monárquico. Esa afirmación puede extrapolarse a los tiempos que corren: son los rasgos y los signos que unen la tiranía de las monarquías francesas con el menemato y la era Milei (no parece casual que la ministra de Capital Humano, Sandra Petrovello, se rehúse a entregar alimentos a los comedores) y la ideología que parece subyacer tras la nueva propuesta liderada por Tinelli.

En términos estéticos, la docuserie está exquisitamente filmada con muy buenas fotografías, paisajes y una prolija intercalación de los testimonios y las situaciones. A su vez, en términos narrativos sigue un formato clásico. En principio, hay un orden familiar ya establecido -una familia consolidada presidida por Marcelo y constituida por Candelaria, Micaela, Juana y Lorenzo- que resulta amenazado por la llegada de una extraña advenediza: en este caso, Milett Figueroa (lo cual redunda en el protagonismo de la artista peruana). A su vez, otro acontecimiento, la preparación y el inminente casamiento de Candelaria con el cantante Coti Soroki, desata recuerdos, «sentimientos» y «pasiones» encontradas del clan.

Por supuesto, Los Tinelli es un reality hecho a la medida del artífice que da nombre a la familia y tiene como último objetivo hacer lucir a Marcelo y erigirlo en héroe de la meritocracia. Frecuentemente los capítulos comienzan con Tinelli acostado en un diván y desgranando confesiones a un psicoanalista imaginario que incluyen el alcoholismo de su padre, la violencia familiar de su infancia, la pérdida del primer hijo que iba a tener con Soledad Aquino y otros dramas que no le supusieron obstáculos insalvables ni le impidieron recorrer el fructífero camino de muchacho humilde del pueblo de San Carlos de Bolívar a uno de los más encumbrados y populares conductores de la televisión argentina.  “El alcohol hace que las personas cambien. Mi papá era una persona hasta cierta hora y luego había un montón de situaciones feas en casa. Mis padres tenían discusiones horribles. Si principalmente mis programas fueron de noche, el deseo era iluminar esas noches oscuras que yo viví de chiquito”, describe poéticamente Tinelli dándole un sentido último a aquellos programas que construyeron de manera perdurable toda una cultura de la frivolidad en la Argentina y que hasta le valieron el mote de “tinellización de la cultura”.

Más allá de las cuestiones señaladas, la gran falencia de Los Tinelli es que no cumple con su objetivo principal de entretener. La palabra clave es justamente frivolidad, una frivolidad aburrida-manifiesta principalmente en los personajes de las hijas de Tinelli. «



Los Tinelli

Reality sobre la familia del conductor y empresario. Los ocho capítulos ya están disponibles en Amazon Prime.

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