«Todo actor tiene que saber tirar centros para que otro meta el gol»

Por: Diego Gez

Jorge Marrale y Arturo Puig protagonizan El vestidor, un tratado sobre los vínculos desiguales que se construyen a partir de la admiración y el sometimiento. Los retos de una obra que articula drama y humor, los pactos de honor que exige el escenario y el teatro como alimento del espíritu.

El mundo de la actuación los unió al punto de haber trabajado en docenas de programas televisivos durante décadas. En ese camino, donde la amistad siempre se cruzaba con el trabajo, por alguna extraña razón tuvieron que pasar muchos años para que ambos pudiesen compartir el placer de subir a un escenario para hacer teatro.

Jorge Marrale y Arturo Puig concretaron esa instancia por primera vez en 2017 cuando  –acompañados por Guillermo Francella– protagonizaron la obra Nuestras mujeres, que como era de esperarse batió records de convocatoria en la Avenida Corrientes.

Pero eso ya es pasado. Ahora es el tiempo de El vestidor, la celebrada pieza teatral de Ronald Harwood que tuvo dos versiones cinematográficas –la última de ellas estrenada en 2015 protagonizada por Anthony Hopkins– y una versión teatral local de finales de milenio a cargo de Federico Luppi y Julio Chávez en los roles centrales.

Momentos antes de subir a escena, Marrale y Puig se prestan de la mejor forma para el ritual de las fotos. Entre ellos se nota una complicidad casi invisible, al mismo tiempo que se dispensan elogios en la oscuridad de una sala que media hora más tarde los verá caracterizados como los dos ejes centrales de una obra que dice mucho sobre las emociones, la dinámica del teatro y su trastienda en un contexto bien específico: la Segunda Guerra Mundial y, más precisamente, en la Londres bombardeada de comienzos de la década del cuarenta.

«Hemos ensayado muy intensamente unos dos meses clavados, todos los días y muchas horas para estar a la altura de este libro. Esta es una obra que te pide mucho ensayo porque uno pasa por muchos estados y situaciones donde encontrás humor, dramatismo y  diversas situaciones más que emotivas», dice Puig antes de zambullirse en las especificidades de El vestidor.

–En la previa cualquiera podría pensar que la obra remite a un sube y baja emocional.

Arturo Puig: –Es eso. Hay momentos en los que hay violencia, así que tuvimos que probar cómo desarrollar esa particularidad en escena. Ahí estuvo la mirada de Corina Fiorillo, que es la directora de todo esto y nos fue guiando en la construcción del todo artístico que representa El vestidor.

Jorge Marrale: –Yo te diría que por momentos es más bien una montaña rusa y no tanto un sube y baja (risas).

–El contexto de El vestidor implica una dura exigencia a la que habrán tenido en cuenta. ¿Observaron ese factor como un desafío?

JM: –Tiene mucho de eso que mencionás porque la temática nos daba la posibilidad de meternos en una dramaturgia distinta a la tradicional de la comedia francesa. En El vestidor nos metemos en una propuesta muy profunda porque nos lleva a ver el teatro dentro del teatro. También me parecía muy atractivo meternos con vínculos particulares como el que se desarrolla entre los dos protagonistas.  Ahí hay algo muy interesante: dos hombres inmersos en el teatro, uno de ellos es un actor que hace una gira en el medio de la guerra por la Inglaterra devastada de 1940. El nombre de la obra remite al vestuarista del actor: un tipo que está pendiente de su actor porque lo viste, está al tanto de él, es su centro vital. Son dos caracteres tan ricos que unen opuestos y complementarios. Eso me pareció lo más interesante y por supuesto era algo que quería hacer.

AP: –A mí me pasó lo que relata Jorge. Pero cuando me dijeron que él estaba en la obra me tiré de cabeza.

–¿Tanto pesó la presencia del otro?

JM: –Sí, totalmente. Tenemos un código de trabajo basado en el respeto, el cuidado mutuo y el hecho de saber que en el escenario uno depende del otro: eso es como un pacto de honor. Hay veces que cuando ese pacto se quiebra es difícil hacer teatro, es muy complicado. Con Arturo yo me siento respetado, cuidado y apoyado en un trabajo que se concreta siempre, porque esta es una actividad muy dependiente del otro. Digamos que hay que pasarse la pelota para cabecear porque no podés tirarla diez metros más adelante. En el teatro tenés que ser Maradona todo el tiempo, porque se hace con ayuda, colaboración, entrega mutua. Y el espectador se da cuenta, porque si eso no se da en el escenario enseguida el tipo que te mira observa un iceberg, no una estufa.

AP: –Desde que trabajamos juntos en Nuestras mujeres estrechamos más vínculos de los que ya teníamos en el pasado, y eso se dio tanto adentro como afuera del escenario. Es como decir: «yo sé que con Jorge me voy a tirar a la pileta y va estar el agua”»(risas). Todo actor tiene que saber tirar centros para que otro meta el gol. Pero muchas veces no pasa.

–¿Cómo interactúan los personajes en el contexto social de El vestidor?

AP: –La obra transcurre en 1940 cuando están bombardeando Londres. El actor principal de la compañía es el que hace Jorge. Yo interpreto al vestidor y trabajo con él desde hace unos 16 años. La obra comienza cuando el actor está en un estado difícil de su vida y no se sabe si va a poder hacer la función del día, con lo cual tendría que suspender por primera vez en su carrera. El vestidor a toda costa quiere que haga la función porque nunca en toda la vida su actor tuvo que suspender, ni siquiera cuando estuvo enfermo. Se trata de un tipo que ayuda al actor para superar ese trance y de esa manera cumplir con su cometido, pero después hay situaciones mucho más difíciles.

JM: (Piensa) …La obra es muy totalizadora y a la vez es una invitación a ver la trastienda del hecho teatral, los camarines, la vida del actor y sus pensamientos en un ambiente donde tu existencia puede durar un segundo más, sobre todo porque la guerra así lo establece. Es duro.

–Es la primera vez que trabajan con Corina Fiorella en la dirección. ¿Cómo fue el día a día con ella al mando?

JM: –Yo había visto algunas puestas de ella en Timbre 4. Sabía de su trayectoria y no tanto de su modalidad de trabajo. Una de las cosas que tomé en cuenta es que ella veía la obra como un logro, no como una dificultad. Digamos que la obra le pareció maravillosa siempre, algo que también nos pasó a nosotros, pero ella siempre supo que la íbamos a hacer muy bien. Es decir, tuvo un acto de fe primario muy grande, y eso aunque parezca mentira no fue sólo decirlo sino que ella comenzó a colocarlo en acciones. Primero tengo que decirte que fue muy respetuosa con respecto a lo que Arturo y yo somos como actores, ya que utilizó de nosotros lo mejor que teníamos como materia prima actoral. Ella nunca vino y se plantó para imponerse, sino que nos contaba su idea escenográfica para comenzar a delinear un trabajo sensato y efectivo.

AP: –Las devoluciones fueron eso, muy sensatas y de un modo siempre tierno, amable, grato y positivo. Todo eso también es parte de una obra como esta y por eso merece ser vista.  «

La ficción en rojo

La ausencia de ficciones producidas localmente en la televisión de nuestro país forma parte de una problemática que afecta a toda la comunidad actoral del país que lejos está de solucionarse. «Ese es un gran drama. Nos hace falta una ley de fomento que proteja a lo audiovisual, que sea clara y definida. Debería ser una instancia que ponga en valor la verdadera estructura de una realización en el mundo del espectáculo nacional. Esa falta es algo que tira para atrás el desarrollo, porque al no haber una ley de ese tipo que facilite producciones todo seguirá mal. Siempre pongo el ejemplo de Brasil, porque la ley audiovisual de ellos es una maravilla por el progreso que generó al transformar y permitir que las empresas puedan poner dinero y que luego se lo descuenten en impuestos, formando algo así como una especie de mecenazgo al trabajo. El público nuestro ama la ficción y una prueba de eso es el rating de 100 días para enamorarse, que actualmente está en pantalla.  Hay algo que tiene que ver con el acervo, y eso es lo que te hacer sentir tu pertenencia a ciertas historias comunes», sostiene Marrale.

AP: –Todos los canales deberían tener una cuota de ficción por ley. En países como Francia o Italia ellos tienen un porcentaje de ficción en sus grillas. La ficción sale cara, pero tal vez los gerentes de los canales no tendrían la necesidad de hacer una tira. Décadas atrás se hacía ficción como Atreverse en un solo día, sin exteriores, y era un programa extraordinario. Todos los canales tenían su instancia de ese tipo porque en un día se grababa el programa con costos menores.

–Así no utilizarían tantas latas extranjeras.

AP: –De eso ni hablar. Me consta que las primeras latas turcas estaban derrumbadas en la oficina de un gerente de programación. Los turcos comenzaron a ofrecerlas gratis y luego comenzaron a venderlas, mientras tanto el Estado turco apoyó con dinero. Mirá las estadísticas que hay de viajes de Buenos Aires a Estambul y ahí tenés todo. Los norteamericanos lo hicieron con Nueva York y nosotros deberíamos hacerlo con Buenos Aires.

El teatro en la era de los bolsillos flacos

Como hombres del teatro, cine y televisión, a Puig y Marrale la situación que en la actualidad atraviesan las industrias culturales no les pasa desapercibida. «Estamos pasando un momento muy difícil, terrible», dice Puig con una notable expresión de preocupación. «El espectáculo o el teatro es algo que inmediatamente se reciente porque la gente tiene otras necesidades. Pero yo soy de los que sienten que el teatro es otro tipo de necesidad, es algo del alma que le hace bien a la gente. Pero claro, en este contexto hay que ir al almacén, a la carnicería y ahí te das cuenta que la plata ya no te alcanza. Los costos de los servicios son muy elevados y eso hace a todo este momento algo muy difícil. Creo que gran parte de todo eso también llegó a la ficción.»

Enseguida Marrale toma la palabra para ampliar un análisis compartido: «Es parte de un destino cruel lo que nos pasa, porque así como estamos no vamos a ningún lado. Algunos piensan que la vida empieza cuando algunos llegan al poder como si nadie tuviese memoria. Es como si no recordasen los dolores por los desfalcos, robos o la perversión de la corrupción», concluye.

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