Trump, la inteligencia y el nihilismo

Por: Eric Calcagno

¿Quién ganó? Queda como interrogante la fascinación que la derecha norteamericana blanca y protestante tiene por el Israel que imagina, casi como una dimensión ontológica, en un desesperado intento por llenar un vacío existencial que llama y lleva al abismo.

No es la primera vez que Trump arremete contra la “comunidad de inteligencia”. Así se llaman las 18 organizaciones públicas que los Estados Unidos dedican a la información sensible, recolección, análisis y propuestas. Entre ellas está la CIA, nuestra vieja conocida. Casi un millón de personas trabajan en esa “comunidad”, tanto en Norteamérica como en el resto del mundo, con una vasta red de subcontratistas privados, ya que bien sabemos que la inversión pública arrastra a la privada. Es una de esas instituciones, la Defense Intelligence Agency -Inteligencia Militar- la que identificó daños menores en los sitios nucleares iraníes atacados, lo que retrasaría el programa nuclear persa en cerca de seis meses. Los iraníes también habrían retirado importantes cantidades de uranio enriquecido antes del ataque, sostiene la DIA.

Por eso intervino la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt.  “El informe es falso y además era confidencial”, dijo, “el autor es un perdedor, un miembro menor de inteligencia”. La filtración, continúa, tiene por  objetivo dañar a Donald Trump, además de menospreciar «la tarea de nuestros valientes pilotos» que destruyeron las instalaciones nucleares iraníes. “Todo el mundo sabe lo que sucede cuando usted lanza catorce bombas de 30.000 libras (14 toneladas) de manera perfecta sobre los objetivos”. “Todo el mundo sabe”… ¿una balística del sentido común? Debe ser la menos común de las balísticas.

Una editorial de Al Jazeera recuerda que ya en 2016 Trump se la agarró con los espías, cuando varios organismos de inteligencia estadounidense denunciaron una intervención hacker rusa a favor de Trump, aunque nunca fue probado. “No tienen ni idea”, les regaló el presidente electo. Lo mismo fue denunciado en 2018, sin otro resultado que mayor encono ejecutivo. En 2019, esta misma “comunidad de inteligencia” señaló ante una comisión del Senado que la amenaza nuclear norcoreana estaba firme, mientras no observaban que Irán estuviese preparando arma atómica alguna. Para qué. Trump los acusó de ingenuos y los mandó de nuevo a la escuela. El mismo año Donald identificó a los criminales venezolanos del Tren de Aragua como una organización conducida por Nicolás Maduro para dañar a los Estados Unidos, aunque los propios espías norteamericanos desecharon esa aseveración. El 25 de marzo, reporta Al Jazeera, fue nada menos que Tulsi Gabbard, la directora nacional de Inteligencia que encabeza a las demás agencias, la que atestiguó ante el Congreso de Estados Unidos que Irán no tiene planificado desarrollar armas nucleares. Luego del bombardeo norteamericano a Irán, se desdijo y afirmó estar equivocada. Bueno, no se si será sentido común balístico, pero aún en esa perspectiva nadie puede alegar la propia torpeza. Sobre todo cuando se está a la cabeza del mayor mecanismo de inteligencia del planeta.

Pero parece que la teoría de los actos propios no rige bajo determinadas circunstancias. Ya Trump había abandonado durante el primer mandato el tratado acerca del control nuclear iraní, ademas de practicar asesinatos selectivos contra generales persas. En este segundo mandato insiste con lo mismo, ¡aún contra los análisis realizados por los propios servicios de información! ¿Qué pasó, esa inteligencia se volvió proiraní y nadie lo vió? Por cierto, los latinoamericanos, así como otros pueblos del mundo, no tuvimos, tenemos ni tendremos una buena opinión de tal “comunidad de inteligencia” imperial. Pero sabemos que menospreciar esos profesionales siempre y en todo lugar es un grave error, porque ellos pueden ser cualquier cosa menos giles. Quizás por eso preferimos “la comunidad organizada”, aunque eso es otra historia, la nuestra.

Después de los bombardeos norteamericanos a Irán, muchos salieron a decir -incluso en Argentina- que “el mundo ahora es un lugar más seguro”, e incluso evocar una épica digna del desembarco en Normandía. No es así. El mundo es ahora más incierto, y siempre más violento, desde Gaza hasta Ucrania; desde Yemen a los suburbios de Los Ángeles. En la guerra, decía Napoleón, no hay muchos principios, pero los pocos que hay deben ser respetados. Quizás uno de ellos sea el principio de realidad, a saber: qué problemas enfrentamos, con qué medios, en qué territorio. Es lo que llamamos “la doctrina de las circunstancias” que siempre prima sobre “la doctrina a priori”. A menos que los deseos y miedos sean proyectados sobre lo concreto de modo tal que la realidad sea torturada hasta que diga lo que se quiere escuchar. Ese culto del vacío es nihilismo, y el nihilismo no gana guerras. Es un principio autodestructivo, que conspira contra la propia sustentabilidad de las acciones emprendidas. Hasta hoy no vislumbramos la posibilidad de un “cambio de régimen” en Irán, ni un deterioro del plan nuclear persa, sino más bien todo lo contrario. El gobierno iraní queda reforzado, pues resistió un ataque de Israel y de Estados Unidos juntos. En el contexto de los conflictos asimétricos, lo esencial no es la derrota táctica, harto previsible, sino la victoria estratégica: todavía estamos aquí. ¿Quién ganó? Queda como interrogante la fascinación que la derecha norteamericana blanca y protestante tiene por el Israel que imagina, casi como una dimensión ontológica, en un desesperado intento por llenar un vacío existencial que llama y lleva al abismo.

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