Columna de opinión.
Lo demostraron Francis Ford Coppola, junto al guionista Robert Towne cuando dieron carnadura cinematográfica al clásico de Mario Puzo, El padrino, ese film magnífico que narra la historia del clan mafioso Corleone, a través de varias generaciones. La saga dejó frases inolvidables, como aquella en la que Michael (Al Pacino), el jefe de la «famiglia» que hereda los atributos de capo de su padre Don Corleone (Marlon Brando) le arroja al pusilánime Fredo (John Cazale): «Eres mi hermano mayor y te quiero. Pero nunca vuelvas a tomar partido contra la familia. Nunca». A los Corleone nunca los desveló un conflicto de interés. Era una ficción. Puzo, pero también Coppola y Towne, narraron una historia sin fisuras.
Cuando el guión es malo, el montaje de la escena es burdo y predecible y la interpretación no está a la altura de lo pautado, el actor queda desnudo en escena. Aflora el inconsciente y el fallido derrumba la máscara.
Por caso, salvando las distancias entre una obra de arte y la teatralidad impostada, con una claque que tenía incluso demarcado el momento del aplauso, la representación a la que asistimos el 1 de marzo con el Congreso como escenario reveló las diferencias que hay entre el creador de El Padrino (Puzo) y Jaime Duran Barba y Santiago Nieto, autores de El arte de ganar, como usar el ataque en campañas electorales exitosas, obra cumbre del macrismo, su manual de estilo, best seller de la conducción PRO. Claro que no es solo responsabilidad de los autores. La adaptación no estuvo a cargo de Coppola ni Towne sino del filósofo del entusiasmo Alejandro Rozitchner y la interpretación corrió por cuenta de Mauricio Macri, que nada tiene de Pacino por cierto, quizá algún rasgo más cercano a Cazale, el inolvidable Fredo.
La actuación de Macri en la apertura de la Asamblea Legislativa iba por los carriles previstos (lectura, sin margen de improvisación que concluiría en un final a toda orquesta, memorizado y apelando a la emoción de una sociedad que es en la cosmovisión macrista, un conjunto de sujetos, individuos a los que los une solo el afecto), pero algo falló. Salto la púa. Y la melodía que endulzaba la narrativa ficcional de un país ideal donde si se reprime es en pos de la libertad, si se despide es en pos del trabajo, si se endeuda es en pos del desarrollo de las futuras generaciones dio lugar a que aflorase aquello que el marketing, el timbreo, los focus group, el laboratorio comunicacional sepulta bajo horas y horas de coaching. Y el jefe de Estado, con todo el peso institucional que tiene su palabra en el campo de la construcción de sentidos y valores en la sociedad, de legitimación de acción en el inconsciente social, lanzó destemplado que «Baradel no necesita que nadie lo cuide». Lo dijo y sonrió.
Roberto Baradel es el secretario general de Suteba, uno de los gremios docentes, que mantiene un conflicto por la discusión paritaria con la gobernadora de la provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal. Baradel el mediodía del pasado 1 de marzo ya cargada sobre sus espaldas casi con una docena y media de amenazas de muerte contra él y su familia, en particular sus hijos y su nieto. Tan sólo horas después de las palabras del mandatario, el gremialista volvió a ser amenazado en medio de una campaña de estigmatización de medios y periodistas que, ante la gravedad de lo que ocurre en torno a la familia de Baradel, buscaron desprestigiarlo poniendo en duda su idoneidad y trayectoria profesional. ¿No será mucho?
No. No lo fue.
El viernes, horas antes de que en el programa Animales Sueltos que conduce Alejandro Fantino, Eduardo Feinmann mostrase los rostros de los hijos del gremialista, luego de que fracasara otro encuentro entre docentes y funcionarios bonaerenses, y cuando Vidal apelaba al estilo «duranbarbiano» de la comunicación emotiva y directa vía Facebook con los miles de maestros y maestras de la provincia, Baradel había recibido otra amenaza en su correo. «Tus hijos están muertos», leyó en su casilla de correo.
El dirigente de Suteba ya le comunicó el flamante ataque a la policía que investiga las intimidaciones y mañana hará la denuncia en sede judicial. El Poder Ejecutivo, a través de las fuerzas de Seguridad es auxiliar de la Justicia, y debe brindarle protección a Baradel, a su familia y al conjunto de la sociedad. Pero cuando desde la cima del Ejecutivo se afirma que quien está bajo amenaza «no necesita que nadie lo cuide» algo huele muy mal y no precisamente en Dinamarca.
En ese contexto en que Macri en su discurso de ribetes ficcionales, lejos de Puzo, más lejos de Shakespeare, por cierto pareció describir la realidad dinamarquesa y no la argentina, una banda de chacales impunes se siente envalentonada para escribir «tus hijos están muertos», algo que hiela la sangre, de la misma manera que cuando los cínicos con carnet de prensa demonizan a la víctima y quien debe garantizar su integridad hace un papel lamentable y peligroso a la vista de todos.
No hay margen para errores en este caso. «
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