«Un barra no es un demonio: un demonio es un asesino»

Por: Roberto Parrottino

Maximiliano Levy es el presidente de Almirante Brown. Estuvo preso por su vínculo con la barra brava de Boca. Sobre el contexto de violencia en el fútbol argentino, dice: "Hay mucho de fantasía y poco de realidad".

«¿Alguien leería una nota al presidente de Almirante Brown?», pregunta Maximiliano Levy, presidente de Almirante Brown. «Decir que soy ‘el presidente barrabrava’ es un lindo título para los medios. Es como ponen en Twitter: ‘Vea la foto hot de tal’. ¿Vos entrás?». En enero de 2019, cuando ganó las elecciones, a Levy, vinculado a la barra brava de Boca, la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (Aprevide) le prohibió el ingreso a los estadios de la provincia de Buenos Aires, a pesar de que no tenía causas penales en su contra. Levy había pasado 88 días en la cárcel de Ezeiza en 2013 por «encubrimiento agravado» a Maximiliano Mazzaro, amigo de la infancia y entonces líder de La Doce, acusado de asesinar a un vecino. Ahora, antes de las fotos para la entrevista en un bar de San Justo, Levy pregunta si agarra un Tramontina. Un chiste. A los 46 años, entró en el juego de la dirigencia: además es el presidente de la B Metropolitana. Almirante Brown, campeón del torneo Clausura, ya se aseguró la final por el primer ascenso a la Primera Nacional. Y el fútbol argentino, fin de semana tras fin de semana, vive episodios de violencia.

–¿Fuiste barra de Boca?

–Jamás en mi vida me subí a un paraavalanchas. Y jamás en mi vida escondí mis amistades.

–¿Uniste a la barra de Almirante Brown, que hace 26 años se peleó y llegó a dividirse en cinco sectores?

–Ellos hoy tienen una convivencia en la tribuna y un pacto de no agresión que hay que trabajarlo para que en un momento sea verdaderamente una unión y no un pacto. Lo planteé desde un primer momento. Hoy todas las facciones tienen una remera, una bandera. Ellos representan a sus barrios. Antes, representan al club y nada más. Es una pelea que hay que dar. Porque son primero hinchas del barrio, de la plaza, de la bandera y, último, del club. Acá es importante que sean hinchas del club. Nadie tiene que ser amigo de nadie. Cuando vas a la cancha no sabés quién carajo es el que está al lado tuyo, y no por eso le das un mamporro.

–¿Qué es una barra brava?

–La barra es un conjunto de gente. Es «brava» por los incidentes, porque en el tiempo se fue deformando la idea. Dentro de una barra tenés un repositor, un abogado, un municipal, un sindicalista, uno que vende falopa, uno que roba. Y conviven en ese momento por la pasión y por cómo entienden el disfrutar. Yo no entiendo por qué se suben a un paravalanchas. Nunca lo entendí y nunca lo voy a entender. Es una estupidez. Es sentirse más que otros, elevarse sobre la gente común. Suspendería un partido si alguien se sube. Pero uno conoce la cancha. La barra nació en la esquina, pero después se deformó la idea. No es un mal de un club. Si se hace un trabajo social en la cancha, se acortaría la violencia. Ni la bandera ni el bombo hacen que la gente vaya con un cuchillo a la cancha. Trasladar cosas de otro mundo al fútbol, como el territorio de la droga, temas políticos y conflictos barriales, sí.

–¿Existe la cultura barra?

–Existe el caretaje. Nadie quiere ser como Di Zeo en cámara. Pero se apaga y se sacan una foto, le piden un autógrafo. Eso hace el hincha. Hay barras malos, y barras laburantes, que van, cantan y se van a su casa. Nadie está exento de convivir con personas que hagan las cosas mal.

–¿Por qué sos presidente de Almirante?

–Sabía que no me presentaba para presidente del Club Esloveno de Ramos Mejía. Alguien tiene que tratar de cambiar la historia. No tuve miedo. Respeto mucho las situaciones. Y a la masa. Esto es como la cola del banco: cuando grita el primero, después gritan los demás. Pero necesitás ese primero que grita y le dice al cajero que se apure. Mientras más familia y chicos hay en la cancha, al violento lo inhibe, lo hace más terrenal, el ambiente lo desubica. Es lo mismo con la presencia de la policía. Cada vez que festejamos el cumpleaños del club, están las cinco facciones, no hay un policía y no se tocan un pelo. Si hay 200 policías, el clima cambia. No por la policía: se predisponen mal.

–¿Por qué Juan Manuel Lugones, titular de la Aprevide, te prohibió entrar a las canchas apenas ganaste las elecciones?

–Había unos libros cuando era chico, Elige tu propia aventura, con tres finales diferentes. Uno era mentira y dos, verdad. Lugones eligió la mentira. Después, cuando me conoció, se dio cuenta de que tendría que haber elegido la verdad. Puedo tener mil errores, pero no juzgo antes de conocer a alguien. Esto es un juego. El que se enoja, pierde.

–¿La dirigencia es un juego?

–La vida es un juego.

–¿Sos hincha de Boca?

–Mi abuelo era fanático de Boca. Y cuando vino acá desde Pilar, con mi viejo de 13 años, no conocía a Almirante Brown. No llegaba la información en esa época… El abuelo Levy dejó el gen bostero. De Boca, conozco a mil personas. Pero del barrio quedó el fanatismo por el Brown.

–¿Conocés a Angelici?

–Con Daniel tengo una relación de respeto. Lo vi en el cumpleaños de Chiqui Tapia.

–¿Qué aprendiste en la cárcel?

–A veces uno toma determinaciones basadas en los códigos, y lo hacen a uno «inmortal». Mi amigo (Mazzaro) no era culpable. Fue difícil no decirle al juez dónde estaba, más cuando me decía: «Elegí: ¿Devoto o Ezeiza?». Nunca había pisado una comisaría. Y por el mundo en que me crié, los códigos son inquebrantables. Después te das cuenta de que lastimás a mucha gente. En los allanamientos tuve a mi viejo esposado, a mi esposa. Eso te replantea un montón de cosas. No estaba haciendo nada malo.

–Pero ibas preso.

–Sabía que me iba a quedar el estigma de por vida. La Justicia te lleva al límite de hacer algo que no corresponde. Lo manejé con el corazón, no con la cabeza. La cárcel es 70% de fantasía, de mentiras, de El Marginal. En la cárcel sos una mosca: no tenés valor, no tenés tiempo real, no sos nada. Lo único que tenía que hacer era no tener problemas y tratar de cuidarme. En la cárcel todo es negativo. Comés diez kilos de milanesas y no engordás por los nervios, por todas esas historias tristes y oscuras. Y son todos inocentes. En ese momento, éramos todos inocentes…

–Raúl Gámez, expresidente de Vélez, fue barra y se subió a un paravalanchas.

–Hay un montón de gente que fue parte de la barra y después fue dirigente. Un barra no es un demonio: un demonio es un asesino. No hay que darles un papel principal a los que no lo tienen. El otro día, en la cancha de Chicago, había sólo dos locos tirando cuchillazos. No había 3000 y dos locos sentados. Entonces, tenemos que sacar a los que hacen lío.

–¿Cómo ven a un barrabrava?

–Ven todo lo malo, no lo bueno. En su momento dijeron que manejaba a la barra de Boca desde un helicóptero. Y me habían invitado a dar una vuelta… A la gente le gusta: si vos leés que un tipo está arriba de la cancha en un helicóptero, entrás, lo leés. Hay mucha fantasía y poca realidad.

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