Un nuevo estudio evidenció que el uso de agroquímicos deja su huella en los cuerpos. Entre el 20% que dio presencia de glifosato hay tanto población rural como urbana.

Forma parte de las agrupaciones del centro y sur bonaerense que en marzo de este año se unieron “para demostrar que los venenos utilizados en el agronegocio estaban llegando a nuestros cuerpos”. En el caso de Saladillo, se tomaron muestras de orina de “36 personas que no padecían en ese momento ninguna enfermedad declarada y que tuvieran entre 20 y 70 años”. Los resultados llegaron a fines de julio.
“Una cifra realmente alarmante”, consideró Arisnabarreta en diálogo con Tiempo. Y agregó: “Es importante destacar que ese 20% incluye tanto a personas netamente urbanas, sin contacto directo con el campo o que están expuestas a fumigaciones como a aquellas que viven en zona rural. Esto hace que el panorama sea muy grave y delicado ya que el glifosato no estaría entrando a nuestro cuerpo solo por recibir una deriva directa de fumigación sino también a través del aire que respiramos, los alimentos que ingerimos o el agua que tomamos”.
Los fondos para el estudio fueron “conseguidos por la organización Democracia en Red”, que impulsa la campaña PIS (Pesticidas Introducidos Silenciosamente): “Una serie de herramientas, datos e información que facilitan la reducción del impacto de los agroquímicos desde los territorios”.
El análisis en este caso se realizó con el “apoyo científico”, de la bióloga Delia Aiassa, de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Es una experta en la materia: hace más de una década que comenzó a alertar sobre el vínculo entre glifosato y daños genéticos, e integra una red de seis universidades que están estudiando qué relación existe entre los agroquímicos y el cáncer.
Desde Ecos de Saladillo contaron por qué se sumaron a este estudio: “Lo sospechábamos (que había agrotóxicos en los cuerpos) porque nos veníamos reuniendo en los encuentros de Pueblos Fumigados de la Provincia y los datos que traían compañeras y compañeros de los distintos lugares no eran para nada alentadores. Aparecían agrotóxicos en el agua, en el aire, en los alimentos. ¿Cómo no iban a estar en nuestros cuerpos?”. Les preocupaba, además, que había “informes sobre aumento de enfermedades como el cáncer, abortos espontáneos, enfermedades endocrinas”.
La toma de muestras se realizó “con un protocolo estricto, organizado por la Dra. Aiassa, para que las muestras de orina fueran representativas de la población de Saladillo y para que se mantuviera la privacidad de lxs voluntarixs que participaron de la campaña. Se siguió toda una cadena de custodia de las muestras hasta que llegaron al laboratorio privado Fares Taie en Mar del Plata”.
La insistencia en detallar cómo fue el protocolo tiene un porqué: hace poco más de un mes, organizaciones ambientalistas y referentes de la ciencia denunciaron un episodio de “censura” por parte del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), cuando estaban por difundirse los resultados de un estudio internacional sobre la presencia de agrotóxicos en los cuerpos. La investigadora que iba a darlos a conocer, Virginia Aparicio, fue silenciada y uno de los argumentos para ello fue cuestionar el protocolo de actuación en ese trabajo.
Si bien la presentación oficial de esos resultados nunca se concretó, voluntarias y voluntarios que habían participado sí dieron a conocer los datos sobre presencia de químicos en sus cuerpos, en cantidades alarmantes.
“Dichos resultados conocidos extraoficialmente son tremendos, todos los participantes argentinos del Sprint tienen de 2 a 10 agrotóxicos en sangre, 6 a 13 plaguicidas en orina y hasta 18 en materia fecal. En el aire se encontraron ente 7 y 53 plaguicidas. Cabe destacar que estos análisis se realizaron en laboratorios que contaban con aparatología de mayor sensibilidad. Sólo se comprende la censura del INTA entendiendo la complicidad de dicho organismo estatal y de parte de sus funcionarios en la implantación y consolidación del llamado modelo de la soja y del agronegocio”, opinó Arisnabarreta.
“No podemos dejar de mencionar que este herbicida, cuyo nombre comercial es el Roundup TOP y su principio activo el glifosato, fue introducido diciendo que era un producto inofensivo, que desaparecía mágicamente ni bien tocaba el suelo”, lamentó el ingeniero agrónomo. Y anticipó que “la campaña sigue con análisis de daño genético en todxs aquellos voluntarios que deseen participar del estudio, con acciones legales y judiciales con asesoramiento de abogadxs ambientalistas, con campañas de difusión y concientización y con el urgente pedido de cambiar de modelo productivo y apoyar la agroecología con todas sus dimensiones”.
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