«Conocer el matriarcado te enfrenta a tus propios prejuicios»

Por: Mónica López Ocón

Se acaba de relanzar El reino de las mujeres, de Ricardo Coler, el libro sobre la sociedad de los Mosuo ubicada en un aislado lugar de China en la que el poder es femenino. El texto, que fue suceso en Argentina y en el mundo, sigue sacudiendo los cimientos del mundo patriarcal. Diálogo con su autor.

“En la sociedad matriarcal las mujeres están al mando. El ejercicio indiscutido de ese poder imprime a las costumbres algunas características particulares. Éste es el relato de lo que viví en China junto a los Mosuo y de lo que ocurre con los roles masculinos y femeninos, con la familia, con el trabajo, el amor, la sexualidad, la política y la violencia en una comunidad de veinticinco mil habitantes. El último de los matriarcados.”

Así resume el periodista, escritor y médico –además de excelente fotógrafo- Ricardo Coler su experiencia en un pueblo aislado de China que cuenta detalladamente en El reino de las mujeres (Planeta). Aparecido en el año 2005, el libro lleva unas diez ediciones y la editorial acaba de relanzarlo en el momento en que, más allá de los resultados, la discusión sobre el aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo  pone en tela de juicio los fundamentos de la sociedad patriarcal. Desde su publicación en Argentina, El reino de las mujeres ha sido editado también en Turquía, Corea, Francia, Inglaterra, España, Italia, Suiza, Brasil, Portugal, Austria, Alemania, Estados Unidos, México, Perú, Chile y Uruguay.

A Coler, la curiosidad lo impulsó a recorrer diversos lugares del mundo. Como resulta inevitable, el deseo de encontrar respuestas a sus inquietudes lo llevó a plantear, como sucede siempre luego de un gran asombro,  nuevas preguntas. Por eso, el libro atrapa no sólo por su contenido y su prosa ágil y precisa, sino también por el hecho de permitirle al lector entrar en una sociedad tan diferente de la propia que lo inducirá a poner en cuestión creencias tan arraigadas que su carácter cultural se ha olvidado y, en cambio, se ha consolidado la falsa certeza de que hay una sola manera de concebir el mundo.



Además de ser el fundador de la revista cultural Lamujerdemivida, publicó Ser una diosa (2006), Eterna juventud (2008), Felicidad obligatoria (2010), Mujeres de muchos hombres (2013). Hombres de muchas mujeres (2015) y A corazón abierto (2017). En este momento está escribiendo una novela.

Viajero impenitente, comparte la travesía con el lector: “Voy en busca de Loshui –dice en el primer capítulo-, el poblado a orillas del Lugu, uno de los lagos de montaña más grande toda Asia. Ahí se desarrolla la más pura de las sociedades matriarcales, de las pocas que quedan; el reino de las mujeres.”

A 13 años de la primera edición de un libro que fue suceso y que a través de ese tiempo fue ganando nuevos lectores en diferentes países, su autor dialogó con Tiempo Argentino.

-¿Cómo fue estar en una cultura matriarcal tan diferente de la nuestra?

-Cuando te enfrentas a algo así estás siempre con la boca abierta porque lo que se pone de manifiesto básicamente son los propios prejuicios. Creo que habría que establecer una diferencia entre el matriarcado y lo femenino. En el matriarcado se pone de manifiesto qué es lo femenino, que es un tema delicado, difícil de definir. De hecho, cuando uno habla sobre las mujeres habría que ver lo que pasó en el Senado, ver a todas las senadoras que llevaron las banderas celestes y que estuvieron en contra de los derechos de las mujeres. Sin duda es una estrategia política, pero encontraron en quién apoyarse para que sean las propias mujeres las que estén en contra de los derechos de las mujeres. En ese caso uno se pregunta si no está equivocado el destino de la crítica. Y esto lo comento porque he estado en diversas sociedades donde las mujeres tienen los mismos derechos y las leyes son iguales que en esta comunidad china: el apellido de los hijos es de la mujer, la casa es de la mujer pero si te acercás a una casa para hablar con una mujer, te contesta un hombre. Por eso, creo que no es sólo una cuestión de leyes, sino que el  cambio pasa además por lo subjetivo, la gente siente y piensa de otra manera. Cuando aún no estaba vigente el voto femenino, no sólo los hombres estaban en contra de que votaran, también había muchas mujeres que defendían esa idea. Algo pasó que no es sólo la ley. Decile ahora a una mujer que no puede votar. Cambió la forma de sentir y de pensar. Exactamente es lo que ocurre en la sociedad china que describo en el libro, donde lo femenino está más en juego y la mujer, sin duda, lleva la voz cantante. Es una sociedad en la que ninguna mujer le puede reclamar nada al hombre porque son ellas las que tienen todos los privilegios, las propiedades, el derecho sobre los hijos, la casa. Los hombres, por ejemplo, no pueden tener propiedades. Si una familia tiene bajos recursos y tienen que mandar a estudiar a sus hijos, siempre van a elegir a la hija mujer para que sea la que estudie.

-¿Cuáles son las características de esa sociedad matriarcal que conociste?

– Varias, en primer lugar, la ausencia total de violencia. Es una sociedad que no tiene agresión y eso se percibe todos los días en diferentes cosas: no hay deportes violentos, no hay agresiones en la calle y, además, la gente tiene buen humor. El amor y la sexualidad también constituyen una característica distintiva.

-¿De qué modo se manifiesta?

– No existe el casamiento porque las mujeres dicen que quieren vivir toda la vida enamoradas. Hablando de esto pasé los momentos más felices porque cuando me preguntaron cómo hacíamos nosotros, yo les contesto repitiendo el discurso occidental y me suena falso, me doy cuenta de que lo que digo no es cierto.

-¿Cómo está formada la familia en esa cultura?

-Por la madre, los hijos, las hijas y los hermanos  y hermanas de la madre. No hay padres ni maridos. Eso permite que la casa sea solamente de la línea matriarcal. Ellas pueden cambiar de pareja todo el tiempo, acostarse una noche con uno y en la siguiente con otro. El hombre visita a la mujer porque él no tiene casa propia, tiene relaciones con ella y a la mañana siguiente se va. Esto cambia cuando se enamoran. En ese caso, la mujer recibe sólo a un hombre y el hombre visita sólo a una mujer. Nunca van a querer vivir juntos, nunca van a tener propiedades en común, no se les pasa por la cabeza formar una familia entre ellos. Están juntos cuando están enamorados y, cuando dejan de estarlos, chau, se terminó la relación. Cuando hay amor existe una relación más exclusiva en cuanto a la sexualidad pero incluye otras cosas como el diálogo. Los hijos son solamente de la mujer, llevan su apellido. En Occidente, las mujeres están conformes con que sus hijos puedan llevar doble apellido, el de la pareja y el de ellas, pero yo creo que ése es un error enorme.

-¿Por qué?

– Tenés un apellido patriarcal o tenés un apellido matriarcal. Aquí la mujer lleva el apellido de su padre. Entonces se renueva una vieja discusión entre padres y maridos: de quién son los chicos. En la sociedad matriarcal no se pone el nombre del padre del padre, sino de la madre del padre. Cuando aquí la mujer defiende poner su apellido, está defendiendo en realidad poner el apellido de otro varón. Eso condiciona la forma en que se posiciona frente a un hombre y frente a la vida: si es la mujer de un hombre o la hija de un padre.  Son dos lugares diferentes.

-¿Pudiste detectar algún tipo de desacuerdo de los hombres con esa situación?

-No, al contrario. Defienden el matriarcado con uñas y dientes porque la pasan muy bien. Trabajan mucho menos que la mujer, casi no tienen responsabilidades, viven toda la vida con la madre, nadie les critica nada acerca de su relación con las mujeres. Tienen menos peso sobre sus espaldas y creo que un poco se aprovechan. Duermen mucho la siesta mientras la mujer trabaja.

-¿Cómo te sentiste frente a eso? Imagino que por abierto que seas, algo te debe haber producido porque provenís de otra cultura.

-Sí, pero fue una alegría para mí porque es el momento en que se te desarman los conceptos. Cuando volvés de viaje y te instalas nuevamente en tu país, los recuperas. Pero viviste un momento en qué dijiste “ah, mirá, las cosas pueden ser de otra manera y funcionar bien”. El momento en que se te caen un poco las estructuras es un momento feliz, de mucha curiosidad, de mucha plasticidad que hace posible que pienses algo nuevo.

-La primera edición del libro es de 2015. ¿Tenés alguna noticia más reciente de la sociedad de los Mosuo?

-Sí. Las últimas noticias es que construyeron una carretera. Cuando fui yo llegar era muy complicado. A partir de eso, la sociedad matriarcal se está diluyendo, está desapareciendo. Por la carretera llegaron los turistas porque el lugar tenía fama de que se ejercía la prostitución, cosa que no era cierta. Lo que había era libertad sexual para las mujeres. Incluso hubo una cantidad de prostitutas de lugares lejanos que se fueron a afincar en esa zona. Con los turistas llegó el dinero y eso implicó levantar hoteles, restoranes y el capitalismo ha ido destruyendo los vínculos de solidaridad, la perspectiva más femenina de lo que significa el dinero. No ibas a encontrar a una mujer que quisiera volverse ultramillonaria. Eso se ha ido destruyendo de una manera arrolladora.

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