El fútbol, la literatura y la justicia poética

Por: Mónica López Ocón

En el contexto de una justicia paradójicamente injusta, de medios corporativos que denigran al país y de cierta clase dirigente que niega el carácter político del deporte que en Argentina es pasión, la Scaloneta no solo derrotó a Francia peleando con uñas y dientes, sino también a quienes pretenden imponernos la convicción de que el único destino posible de nuestro país es el fracaso.

¿En que se parece el fútbol a la literatura, a la poesía? Quizá, sobre todo, en la instalación de un mundo paralelo, independiente del mundo “real” y regido por sus propias leyes. Como si faltaran relaciones entre una cosa y la otra, alguna vez dijo Jean Paul Sartre –qué paradoja citar hoy a un filósofo francés- que “el fútbol es una metáfora de la vida”.

Por su parte, Juan Villoro, afirmó  en una entrevista:” Muchas cosas en la literatura surgen por compensación, cosas que extrañas, cosas que no pudiste hacer, cosas que perdiste, cosas que imaginaste que ocurrieran pero no han sucedido. Entonces, ese mundo paralelo completa el mundo que llevamos.” Y agregó: “Por otra parte, ya pensando en el cronista que soy, me interesa muchísimo ver cómo el fútbol expresa de manera acrecentada, en ocasiones distorsionada, muchos avatares de la vida contemporánea. Yo creo que para entender una sociedad tenemos que saber cómo se divierte la gente, cómo delega sus ilusiones, sus pasiones, cómo se organiza, cómo decide pasar el domingo. Y una sociedad sólo se explica a partir de estas congregaciones voluntarias donde la gente delega sus intereses y desfoga lo que lleva adentro. Y el fútbol es la forma más repartida y organizada de la pasión en el planeta Tierra.”

En 1678, Thomas Rymer, instaló el concepto de justicia poética que se volvería un tópico literario. Si la justicia humana se muestra, en reiteradas ocasiones, tan poco justa, según Rymer, la literatura podía erigirse en  una suerte de árbitro del partido que juegan a diario la bondad y la maldad y otorgarles el triunfo a los que tienen la verdad. A diferencia de la justicia humana, la poética supone el triunfo de la lógica y la razón. Es, por lo tanto, una forma simbólica de dirimir los conflictos fuera del ámbito de los tribunales humanos. Según este tipo de justicia, el cazador furtivo que no recibe pena alguna por sus actos de depredación, por ejemplo, en  algún momento ocupará el lugar del cazado, es decir, probará un poco de su propia medicina.

Filosofía para pensar al fútbol

La filósofa estadounidense Martha Nussbaum, que en 2012 ganara el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales, señala que los jueces deberían formarse en literatura para poder ser más justos a la hora de dictar sentencia porque, para ella, la sensibilidad poética y la imaginación contribuirían a repensar la noción de justicia y, en consecuencia, el mundo sería más justo y menos despiadado. En esto, Nussbaum vuelve al concepto de Rymer. Uno de los libros de la filósofa se llama, precisamente, Justicia poética.

Quizá no sea casual que el mundial de Qatar haya despertado, como ningún otro, un entusiasmo superlativo  incluso en aquellos que no somos futboleros. Es que mientras los jueces condenan con un criterio nada ecuánime que prioriza el amiguismo político sobre la ley, la Selección Argentina con Messi a la cabeza se empeñó en alcanzar un triunfo para el pueblo haciendo que la pelota incline la balanza para el lado de la justicia. Justicia poética, claro, pero justicia al fin. No es casual que desde los medios corporativos hayan hablado de la “vulgaridad” de Messi sencillamente porque se paró de manos ante la prepotencia europea. Tampoco es casual que el jefe de gobierno porteño haya mandado a poner vallas y a reprimir a quienes, de una vez por todas, tenían algo que festejar.

Quienes se empeñan en sostener que el fútbol no tiene o no debería tener ninguna relación con la política demostraron exactamente lo contrario. El vallado, los gases lacrimógenos y las detenciones de la semana pasada fueron un mensaje muy claro para las clases populares a quienes les dijeron a través de la represión que no tenían derecho a expresarse. Pero también para el núcleo duro de sus votantes que viven escupiendo odio y epítetos bestiales, que, según parece, en boca de los ricos aspiracionales no resultan en absoluto vulgares.

Es cierto que el triunfo de Argentina no bajará la inflación, no menguará la deuda con el FMI, ni cambiará la composición de la corte suprema. Pero la justicia también se dirime en el nivel simbólico.

Cuando la mano de Dios le hizo un gol a los ingleses no hizo otra cosa que impartir justicia poética con quienes hundieron el Belgrano y desde hace siglos vienen ejerciendo la piratería colonialista.

Si en Bangladesh hincharon por Argentina es, precisamente, porque alguna vez fue colonia inglesa. Y si en Indonesia, que en nuestro país tiene una comunidad muy reducida, sus habitantes salen a la calle envueltos en banderas argentinas es porque  en el pasado fue sojuzgada por los Países Bajos.  

Entre otras cosas, el triunfo de Argentina en Qatar  es una respuesta en otro plano a quienes dicen desde los medios corporativos que “la Argentina es un país de mierda”, como si ellos no formaran parte del mismo país que denigran.

No es casual que la creatividad popular haya modificado el tan difundido retrato de San Martín y, pasando por encima de la imagen que el Billiken nos marcó a fuego, le haya puesto la cara de Lionel Scaloni. Posiblemente no sea lo mismo. Sin embargo, hay entre ambas imágenes algo en común que tiene que ver con el heroísmo. El escritor español Javier Marías, un futbolero esencial, dijo acertadamente que el fútbol es la “la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo”.

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