“Las pocas directoras de orquesta de nuestro país debemos abrir el camino a las próximas”

Por: Carlos Salatino

Natalia Salinas es un referente nacional e internacional de la nueva generación de dirección orquestal. Estará al frente de la Sinfónica Nacional en el Centro Cultural Kirchner en el marco de una nueva edición del Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea. Además de interpretar dos obras de músicos extranjeros, mostrará el aspecto menos frecuentado de Alberto Ginastera.

Como cierre de la primera parte de la vigésimo tercera edición del Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea (CCMC) este viernes 6 a las 20, en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner, la Orquesta Sinfónica Nacional interpretará Popol Vuh: la Creación del Mundo Maya, de Alberto Ginastera y los estrenos argentinos de Orion, de la finlandesa Kaija Saariaho y Dream of the Song, del inglés George Benjamin. La dirección estará a cargo de Natalia Salinas, una de las más reconocidas directoras de orquesta jóvenes de la Argentina y el mundo. Del programa también formarán parte el Coro Nacional de Jóvenes y el contratenor Flavio Oliver. Entre el jueves 23 y el lunes 27 de enero del año próximo, el Ciclo se completará con cinco conciertos adicionales con encargos especiales realizados a destacados compositores argentinos.

Salinas, oriunda de Santa Cruz, se especializa en seleccionar e interpretar repertorios no muy frecuentados, a los que aporta su gran vitalidad e impronta personal. Además del repertorio sinfónico clásico y la dirección de óperas, su interés en la presentación de obras contemporáneas y, en especial, la difusión de música sinfónica argentina y latinoamericana, la ubica en un lugar importante dentro del panorama musical internacional.

-¿Cómo es la inserción de las directoras de orquestas dentro de un universo que siempre estuvo dominado por directores hombres?

Es un cambio de paradigma que está apareciendo en los últimos años. Tal vez en Argentina todavía no se note tanto, pero de distintas partes del mundo van surgiendo nuevas directoras. De todos modos, todavía hay una cierta resistencia por parte de los organismos. Cuando una se para en el podio, lo primero que hay que hacer es dejar de lado los propios prejuicios, y después es trabajar con la impronta que tiene cada una. Hay que establecer un pacto con la orquesta que es el hecho de trabajar en algo en común. Si nos ponemos esa meta, la maquinaria funciona, independientemente de que quien dirija sea una mujer o un hombre. Las pocas directoras que hay en nuestro país somos las responsables de que ese camino se abra para las próximas camadas. Respecto a la igualdad de género es mucho lo que se habla pero es poco lo que se hace. Hay que tener mucha determinación porque las trabas aparecen y los prejuicios también.

¿Y cómo fue tu formación musical?

-Empecé estudiando en el Conservatorio de Río Gallegos, lugar que me resultaba familiar, ya que mi mamá era su directora. Desde muy chica transitaba por los pasillos de la institución como si fuera mi propia casa. Por otra parte, en mi casa siempre hubo un piano, lo que hizo que la música fuera una presencia cotidiana en mi vida. Comencé mis estudios formales de música a los 9 años y cuando terminé la escuela secundaria culminé mi profesorado. Para ese entonces mi hermana mayor estaba en La Plata estudiando piano y yo comencé la carrera de Dirección Coral en la universidad de esa ciudad. Al relacionarme con compañeros que estaban haciendo la carrera de Dirección Orquestal, me interesó continuar por ese camino. Por lo general no suelen ir muchas orquestas al Sur. Pero tanto la música orquestal como la coral siempre me atrajeron.

-¿De qué manera empezaste a interesarte en la música orquestal contemporánea?

-Mi relación con colegas directores y compositores hizo que me vinculara con ella. Después de un breve paso por Brasil decidí vivir en Buenos Aires para tener mayores posibilidades de desarrollo profesional. Comencé a estudiar con varios profesores y se acentúo mi acercamiento a la música contemporánea, sin dejar de trabajar el repertorio clásico y la ópera. Desde hace un año vivo en Estrasburgo, Francia, donde estoy haciendo una maestría en dirección que se enfoca en la música de los siglos XX y XXI.

-¿Qué puntos de contacto existen entre las tres obras que seleccionaste para este concierto?

-Si bien son composiciones diferentes entre sí y de distintas procedencias culturales y estéticas, en las tres hay una invocación al universo: Popol Vuh hace referencia a la creación del mundo, Orión no habla solo de la constelación, sino que establece una relación con lo planetario en la primera parte, y Dream of the Song, está integrada por poemas elegidos de la poesía hebrea andaluza medieval con muchas invocaciones al Cielo o a la Luna. Las obras de Saariaho y Benjamin las programé porque creí que por sus características debían formar parte de un mismo programa. Y la de Ginastera la incluí porque hacía mucho tiempo que tenía ganas de interpretarla y porque lo que plantea a nivel sonoro tiene relación con las otras dos obras. Popol Vuh es una composición muy poco frecuentada, no solo en nuestro país, sino también en el mundo. Es una obra que está inconclusa, ya que el compositor falleció antes de terminarla. Y es interesante porque forma parte de su última etapa como creador, en la que trabajaba más con el serialismo y la música aleatoria. Es decir que se diferencia de la propuesta nacionalista que suele conocerse de su obra. 

-¿Cómo ves el panorama de la música actual en Argentina?-Es necesario fomentar la escritura de obras orquestales para que nuestros compositores muestren su capacidad. La Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto está empezando a trabajar con obras escritas por nuevos músicos argentinos. Y esto significa un gran incentivo para la gran cantidad de creadores que hay en nuestro país. Creo que en Argentina se crea un fantasma sobre la música contemporánea, pero que esto proviene sobre todo del desconocimiento que hay sobre ella. Estar en contacto con la música nueva es estar vinculada con el nuevo arte, la nueva literatura o el nuevo cine. Es parte de lo mismo y no entiendo por qué la música está relegada en aspectos referidos a su difusión y expansión, incluso desde el punto de vista institucional. Es un desafío plantear este tipo de lenguaje a orquestas como esta, que tiene una gran tradición y que en general trabaja con otro tipo de repertorio. De todos modos la Orquesta Sinfónica Nacional se abrió un poco más a la música del siglo XX, tal vez la más encuadrada en un período romántico, post romántico o neoclásico. Necesitamos darles más espacio a las obras de compositores argentinos dentro del repertorio orquestal y de cámara. Sería importante programar obras de Alberto Williams o Juan José Castro, por ejemplo. Pero uno de los inconvenientes es que las obras de gran parte de los compositores argentinos no están bien editadas. Trabajar con un material que tiene problemas de edición en su partitura es una tarea muy complicada. Tenemos una tarea pendiente con nuestra propia música, tanto con la que ya fue escrita como la que está por escribirse.

-¿Es complejo pasar de dirigir Cosi fan tutte a una obra de características experimentales o contemporáneas?

-Sí, pero es necesario tener una visión abierta. ¿Por qué me animo a dirigir obras de Mozart, Beethoven y también composiciones de Luciano Berio? Simplemente porque es música, nada más ni nada menos. Lo importante es que seamos serios y coherentes con lo que se plantea en el aspecto interpretativo. Este es uno de los secretos. Y el otro secreto es el trabajo.

La Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por Natalia Salinas interpretará Popol Vuh: la Creación del Mundo Maya, de Alberto Ginastera, Orion, de Kaija Saariaho y Dream of the Song, de George Benjamin. Tendrá la participación del Coro Nacional de Jóvenes y el contratenor Flavio Oliver. Viernes 6 a las 20. Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner, Sarmiento 151.

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