María Moliner, la coleccionista de palabras

Por: Mónica López Ocón

Por estos días, España lanzó una convocatoria que lleva su nombre. Se trata de una presentación de proyectos que estimulen la lectura. Quién fue la mujer que escribió el monumental Diccionario de uso del Español que fascinó a García Márquez y cuestionó los criterios de la Real Academia Española.

“Estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años”.

Así explicó María Moliner (1900-1981) en una entrevista el nacimiento de su  Diccionario de uso del español, uno de los mayores de la lengua castellana, el que fascinó a Gabriel García Márquez y lo impulsó a buscar a su autora para conocerla. “Encontrarla no fue tan fácil como yo suponía: algunas personas que debían saberlo ignoraban quién era, y no faltó quien la confundiera con una célebre estrella de cine”, dijo el Nobel colombiano. A los pocos días, recibió la noticia de que Moliner había muerto.

De su frustrado encuentro nació el texto La mujer que escribió un diccionario. En él dice: “Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba. Dice que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. Era natural, porque María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. ‘Sobre todo las que encuentro en los periódicos’, dijo en una entrevista. Porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad.’”

García Márquez consideró que la gran proeza de Moliner fue escribir un “diccionario sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana, dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor”.

En el mes de marzo se cumplieron 51 años de la publicación del diccionario de la filóloga, lexicógrafa, archivera  y bibliotecaria que se convirtió en leyenda, un hecho con el que la nota de García Márquez, sin duda, contribuyó en gran medida. Sin duda, fue un acto de justicia poética, ya que en 1972, la RAE le negó a Moliner el ingreso a la institución. Según el autor de Cien años de soledad, lejos de enojarse o deprimirse, Moliner se alegró de la decisión porque le temía al discurso de ingreso: “¿Qué podía decir yo, -dice que dijo- si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?”.

La imagen de Moliner quedó fijada así como la de un ama de casa que, mientras freía buñuelos, acumulaba definiciones de palabras como quien teje al crochet una manta interminable. Es cierto que fue un ama de casa y que de haber nacido muchos años después de la posguerra posiblemente le hubiera dado otro protagonismo en el mundo cultural. Sin embargo, no es menos cierto que hacer un diccionario es una tarea ciclópea que nadie podría emprender sin un profundo conocimiento de la lengua. Por lo tanto, no fue un ama de casa que hizo un diccionario, sino una filóloga brillante que sufrió los condicionamientos de las mujeres propias de su época, pese a lo cual, realizó una obra brillante entre la que se destaca especialmente su diccionario. No tiene nada de malo freír buñuelos ni zurcir calcetines, pero esos conocimientos no bastan para hacer lo que ella hizo. Presentarla como una abuela dulce e inofensiva que se dedicaba a la filología doméstica es desmerecerla con las mejores intenciones.

A los 21 años se licenció en Historia porque era la única especialidad que había en la Universidad de Zaragoza y ese mismo año aprobó las oposiciones para el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Su biógrafa,  Inmaculada de la Fuente, dice:  «Estudió historia, había encarrilado su vida por bibliotecas y no se la consideraba filóloga. Y era mujer».

Comenzó a escribir su diccionario en 1952, creyendo que la tarea le implicaría sólo dos años, pero publicó el primer tomo en 1966, y el segundo en 1967. No es casual que uno de sus hijos haya contestado a la pregunta sobre cuántos hermanos tenía: “Dos varones, una hembra y el diccionario”. La respuesta da cuenta del lugar que ocupaba el trabajo en la vida de su madre.

La vida no le ahorró sinsabores. Cuando ella tenía 13 años, su padre, Enrique Moliner, ingeniero, emprendió su segundo viaje a América Latina. En Argentina constituyó una nueva familia y jamás volvió a España, por lo que muy temprano sufrió las consecuencias del abandono y debió contribuir al sustento de su casa.

Luego de la caída de la República, su marido perdió la cátedra de Física y ella fue enviada a Valencia, lo que equivalía a un descenso severo en su carrera.

Tampoco fue una señora complaciente que aceptó su destino sin chistar. Su diccionario es una respuesta a su desacuerdo con el de la Real Academia Española, una oposición activa que dio origen a una obra monumental. No es casual que haya elegido hacer un diccionario de uso: en su actitud había un rechazo a la actitud de recoger palabras y embalsamarlas para que perduraran más allá de su muerte. Ella decidió alojar en su obra palabras vivas, las que se escuchaban en la calle y las que utilizaba el periodismo, un género poco prestigioso para algunos ámbitos académicos de la época.

En 1972 fue propuesta por Dámaso Alonso, Pedro Laín Entralgo y Rafael Lapesa la postularon como candidata a ocupar un sillón en la Real Academia Española. Cuando entró el filósofo Emilio Alarcos y ella fue rechazada, dijo: “Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre dirían: ¡’¿Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!’”

Cuando en junio de 1973 la RAE pretendió compensarla con el Premio Lorenzo López Nieto “por sus trabajos en pro de la lengua” que, sin embargo en su momento no parecieron suficientes como para darle cabida en la institución, ella lo rechazó con dignidad.

Por estos días, el Ministerio de Cultura de España está convocando a un concurso de estímulo a la lectura que lleva el nombre de María Moliner en municipios de menos de 50 mil habitantes.

Hay una ópera con libreto de Lucía Vilanova y música de Antoni Parera Fons que lleva su nombre. Al cumplirse los 50 años de publicación de su diccionario, se le realizaron diversos homenajes.

En un documental sobre su vida el escritor español Juan Manuel de Prada dice: “La tragedia de María Moliner es la de las mujeres que se adelantaron a su época. España no estaba preparada para ella.”

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