Ping pong con Guillermo Piccolini: «En la Argentina hay demasiados pelotudos e hijos de puta»

Por: Nicolás Peralta

Es una leyenda de la psicodelia iberoamericana gracias a Lions in Love, Los Toreros Muertos y Pachuco Cadáver. Hoy desarrolla su carrera solista y recuerda el impacto de Dostoyevski y Rodolfo Walsh en su infancia.

Nacido hace 60 años en Grand Bourg, partido de Malvinas Argentinas, Guillermo Piccolini tiene la particularidad de haber sido parte de bandas de culto que resultaron muy influyentes en la Argentina y España.

Desde Los Toreros Muertos –junto a Pablo Carbonell y Many Moure– a Pachuco Cadáver –con Roberto Pettinato– pasando por Lions in Love –con Daniel Melingo, Willy Crook y Stephanie Ringes– y Venus –con Marina Olmi–, entre otros. Más allá de ser parte de estos grupos, ejerció de tecladista y productor para varios colegas, como Andrés Calamaro, Susana Rinaldi, Daniel Melingo, Mimi Maura, Todos Tus Muertos, El Otro Yo, Man Ray, Sebastián Schachtel, Fernando Samalea y, en su momento, hasta se dio el gusto de ser parte de dos canciones de su grupo favorito: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. «Es un placer poder compartir con gente talentosa», reflexiona.

Hoy sigue desarrollando su carrera solista y preparando su tercer disco, del cual ya adelantó cinco temas en vivo. «Voy tranquilo, con paso cansino, pero constante», desliza risueño.

–¿Qué soñabas de niño?

–Pensaba que iba a morir antes de cumplir 15 años. No me preocupaba mucho porque pensaba morir joven. Era un presentimiento o una paranoia que me hacía no tener muchos planes a largo plazo.

–¿Cuándo cumpliste 16 te decepcionaste?

–Me sorprendí a mí mismo. Me dije, «bueno, voy a seguir así». Sospechaba que quizás iba a ser dentista como mis padres, pero fui para otro lado.

–¿Cómo entró en tu vida la música?

–A mis viejos se les dio por estudiar guitarra y venía una profesora a enseñarles a casa. Nunca aprendieron más que algunos acordes básicos. Dejaron en las primeras guitarreadas y me enganché yo. La profe siguió viniendo, pero para enseñarme a mí y aquí estoy. Era chico.

–¿A qué te gustaba jugar?

–Leía mucho. También hacia lo que todos los chicos: tenía autitos, jugaba con las bolitas y con muñecos. Para el futbol era pata dura, pero tenía buenos amigos que me invitaban igual. Tocaba bastante la guitarra. Mi primer grupo lo tuve a los once años.

–¿Qué libro te marcó?

–En mi casa había una biblioteca respetable. Todo lo que caía en mis manos era leído, aunque no lo entendiera. A veces leía los que mi papá tenía en la mesa de luz. A los diez me devoré Crimen y castigo, de Dostoyevski. No lo terminé de comprender, pero algo me dejó, seguro. Como Moby Dick, de Herman Melville. Pero Operación masacre, de Rodolfo Walsh, fue de los que más me impactó.

–¿Cuál de todas sus atractivos te conmovió más?

–Que era algo que pasó, no algo imaginado. Además, mi abuelo estaba enterrado en el cementerio de Boulogne y al lado de su tumba estaba la de (Nicolás) Carranza y otro fusilado. Eso me hizo dar cuenta que era algo verdadero, no como Sandokán. Esa realidad me impactó.

–¿Cómo recordás los años de adolescencia?

–Lindos, difíciles, desesperanzados. Cuando terminé la primaria me compré The Lamb Lies Down on Broadway, de Génesis, y pensé que no valía la pena tocar porque nada iba sonar como eso. Después aproveché que aunque no era tan bueno tocando, tenía muchas ideas.
–¿Qué te produce haber tocado con músicos tan distintos?

–Me honra y me divierte saber que lo disfruté .Uno toca igual con los Redondos que con el amigo de la esquina. Salvo que con los Redondos estás un poco más cagado en las patas en la previa. Pero una vez que arrancás, das todo, sea en un estadio o un garage. Hay días que uno está más inspirado que otros, algún día se te quema el asado, otros te quedás sin fuego… Pero en otros te salen perfectas las achuras.

–¿Tenés un estilo propio?

–No sé, trabajo tema a tema. No hago planes. Porque siempre que los hice se fue todo a la mierda. Pero supongo que mi sellito es tratar de poner algo no tan habitual. No me gusta hacer algo muy estándar. Pero uno es una contradicción, así que si me siento al piano quizás mañana me sale algo común y corriente y me gusta.

–De todos los lugares que estuviste, ¿cuál fue el más especial?

–Para mí Colombia es un lugar mágico. La gente, la naturaleza, la forma de vida… Tengo algunas aventuras que me guardo, que me dio este trabajo y la bohemia estando allí.

–¿Algún plato predilecto?

–El ajiaco. Una sopa soñada que me tomo cada vez que voy.

–¿Y de la dieta española?

–Todo el mundo marino que acá no es tan común. Mariscos, pescados, como si fueran ravioles o milanesas.

–¿Cómo terminaste en Europa?

–De casualidad. Fui invitado por Javier Martínez para tocar con Moris, algo que no funcionó y quedé en el viejo continente, librado a la suerte de mi guitarra. Fue lindo pero me gusta Argentina. Somos rápidos de reflejos porque las veredas tienen baldosas flojas y caca de perro, entonces hay que adelantarse o prepararse para lo que sea. Esa plasticidad y resiliencia es hermosa.

–¿Cómo te llevás con el futuro?

–A mi edad, no es algo que me preocupa. Soy la mejor versión de este número de documento. Aunque colectivamente estoy algo pesimista. Desgraciadamente, en la Argentina hay demasiados pelotudos e hijos de puta.  «

Ping pong con Guillermo Piccolini

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