El psiquiatra que llegó al fútbol desde la salud mental y salió campeón

Por: Federico Amigo

Matías De Cicco, 43 años, entrenador de Ituzaingó, ejerció en hospitales públicos hasta 2018, cuando saltó a dirigir en la D. Mirado de reojo como un outsider del deporte, impuso su método, en diciembre ascendió de la C a la B y arrancó 2022 a puro triunfo.

Entre sus referentes, Matías De Cicco selecciona personajes públicos y anónimos. Del fútbol profesional elige a Carlos Bilardo, José Pekerman, Carlos Griguol, Oscar Tabarez y Marcelo Bielsa, entre otros. Del amateur, su maestro es César Corrado, su primer profesor en la primaria Guido Spano y la Escuelita Crecer. Entre sus referencias, menciona a Sigmund Freud -«es un tipo que hizo mucho ruido»-, David Bowie y Pink Floyd. «Lo que ellos hicieron también me influenció y tiene que ver conmigo», dice. La selección es también una representación de su carrera que hoy lo encuentra en el banco de Ituzaingó. Antes de ponerse el buzo de entrenador, en el camino a esa etapa, De Cicco quiso ser futbolista, trabajó de canillita, fue manager de rock y se recibió de médico psiquiatra, especialidad que ejerció hasta que en 2018 se convirtió en el técnico de Lugano, un club habitual de la Primera D. 

En esa primera experiencia, De Cicco se preocupó por transmitir su forma de entender la conducción dentro y fuera de la cancha. Mientras perfeccionaba su idea de juego, emprolijó el vestuario: compró pintura para darle unas manos a las paredes, consiguió un calefón e inodoros para sacar las letrinas. También llevó muebles de su casa y armó una oficina para el cuerpo técnico. «Apunté -explica- a que quien hable de mí sea el futbolista. Quería que mi voz fuese la del jugador y eso me llevó a dirigir en otros lugares». 

Casi siempre de lentes y gorra, De Cicco va camino al quinto año como entrenador en el Ascenso y ya hay marcas de agua en su perfil: casi nunca repite el equipo ni la táctica de un partido al otro, todo el plantel sabe que en cualquier momento puede llegar su turno, suele jugar con línea de tres en el fondo y dice que le da mucho valor a la concentración y el sentimiento. «Tal vez no es lo más habitual, pero no soy un inventor», cuenta. 

-¿Cuánto costó instalarse en un ambiente conservador como el fútbol? 

-Me llevó diez años. Fue difícil. Empecé queriendo ingresar a través de la salud mental. Al hablar con algunos médicos relacionados al fútbol decían que era un ángulo muy resistido. Pero no claudiqué. Busqué otras herramientas e hice la carrera de técnico. Pude dar con una persona del barrio para llegar al club Lugano. Le dije que tenía un proyecto, que me gustaría dirigir. Me dijeron que no, el puesto estaba ocupado. Dos meses después, me llamaron: querían una entrevista. 

Su próxima estación como entrenador fue San Miguel. También pasó por Excursionistas, donde fue ayudante de campo de Guillermo Szeszurak, y desde hace más de un año conduce a Ituizangó, equipo con el que logró el ascenso de la Primera C a la B en diciembre. La buena racha continuó en el inicio de 2022: tras cinco fechas, el León del Oeste marcha segundo.

-¿Hay lugar para los proyectos en el ascenso? 

-Necesitás a alguien que lo sepa recibir. En ese momento, cuando decía que tenía un proyecto, me miraban raro: “¿De dónde venís, de España?”. Todo era vender humo porque no llegaba del fútbol. Es difícil que se entienda: enseguida viene la carta de “esto es fútbol y hay que ganar” o “esto es fútbol y no tiene muchas vueltas”. En realidad, es un deporte muy complejo y después está en cada uno la elección de hasta dónde meterse y con qué libreto. En un comienzo, alguien extraño al fútbol, que no jugó ni estuvo en un plantel, que siempre fue amateur, es disruptivo. Y es difícil de aceptar porque el lenguaje es distinto. Pero el protagonista es el futbolista, y ellos lo aceptan. El prejuicio es mucho más de afuera que de adentro. Aunque solo con el discurso no sostenés las cosas. Podés tener mayor o menor tiempo, pero los resultados deben mostrar que eso que hacés tiene como consecuencia tal cosa. No jugamos para ganar sino que la consecuencia puede ser ganar.

La historia de De Cicco, un profesional sin pasado en el fútbol que empieza a dirigir a los 39 años, también recuerda una resistencia menor -pero aún presente- entre la academia y el deporte. Y viene a instalar dudas: «Es como cuando llega un forastero a un pueblo y se lo recibe con ciertas reservas. Es su lugar, su mundo y no quiere que nadie atente contra eso. ¿Por qué alguien de afuera viene a decir que puede ser de otra manera? Se le fueron poniendo muchas capas al fútbol. Por ejemplo, que solo saben los que pertenecen a ese mundo o que valen los que ganan. Todo eso va formando el modelo que terminamos leyendo a nivel colectivo y como sociedad. Y nada es así en la vida, en ningún aspecto. Ir contra lo que se aceptó se hace complejo».

-¿Cómo se le da valor a lo colectivo cuando el mensaje dominante va a lo individual?

-Messi puede ser el mejor jugador del mundo, el que más plata gana, pero también puede estar en un equipo que no gana y por eso no deja de ser el mejor. ¿Qué lo lleva a ser el mejor y a ganar cada vez más? Todo aquello que dentro de lo colectivo puede hacer. Es un engaño pensar que lo individual pesa o cuenta más que lo colectivo. Siempre lo que más pesa es lo colectivo. Por más que tengas al mejor del mundo. Nosotros tuvimos la suerte de tener a dos. Incluso Maradona en un Mundial fue la figura, nos hizo tocar la gloria y en el otro fue subcampeón. Pero a veces ganás y otras no. Lo colectivo pesa. También las marcas generan asociaciones porque los futbolistas venden, los premios generan otro mundo y eso convierte a algunos jugadores en superestrellas. Pero son tipos comunes, que tienen ganas de vivir la vida como cualquiera y que muchas veces, si pudiesen elegir, tal vez serían totalmente invisibles.

Foto: Diego Diaz

-Dijiste que hay que saber convivir con la victoria. ¿Qué tentaciones aparecen?

-Es el momento para luchar contra lo individual. Cuando las cosas no salen como uno quiere, es más fácil estar juntos, ser un equipo y que nadie sea el culpable. Cuando ganás, alguno quiere asomar la cabeza y decir «es por mí” o “soy el mejor”. Y ese es el momento para luchar contra eso. En la victoria hay que hacerse cargo aún más que en la derrota. 

-¿Hay un método tuyo? 

-La esencia está pero también mucho de eso pertenece a la fantasía. Es muy personal porque ahí sos vos el que trata de convencer, de explicar las tareas o de ver cómo lograrlas o compartir objetivos para llegar juntos. En todo eso, participás como persona, no sos un ente que baja como técnico. Entra cómo sos vos, tu familia y las costumbres. Todos tratamos de copiar, tomar y hacer cosas de otro, como por ejemplo, Bilardo. Copio miles de cosas, leo sobre técnicos que pasaron miles de cosas o situaciones pero después siempre la impronta es propia. ¿Y ahí de qué método vas a hablar? Cada uno tiene su libreto y se va armando de acuerdo a lo que viviste y fuiste. Es como la música: ¿cuál te gusta? Seguramente tiene que ver con la influencia que tuviste, si la escuchaban tus viejos. Se relaciona con miles de cosas y esto es lo mismo. 

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