En una entrevista, el rector de la Universidad Autónoma del Caribe analiza cómo la educación juega un papel clave en las transformaciones sociales.
-¿Qué lugar tiene la educación y la juventud en pos de la paz?
-Es insustituible el rol de la Academia en la cultura para la paz. Tenemos que reconocer que las sociedades como la Latinoamericana han vivido gran parte de sus vidas en medio de conflictos. El siglo XX ha sido el siglo de los grandes avances tecnológicos, económicos y en aspectos sociodemográficos, pero también ha sido el siglo de las grandes iniquidades y atrocidades en contra de la humanidad. La importancia de este tipo de eventos es poner sobre la mesa que el tema de la paz es prioritario y de ahí que nuestro rol es poder orientar a los estudiantes y nuevas generaciones. Primero, para conocer el pasado, para que no olviden, reconociendo los errores de la humanidad para que no reincidamos, y por otra parte que ese chip mental sea propenso para la paz. No para negar el conflicto porque mientras seamos seres humanos vamos a tener siempre conflictos pero que sea en ocasiones deseables. El tema es cómo manejamos las diferencias, el conflicto por vías legítimas y no por vías violentas.
-¿Se promociona y protegen estos derechos de la juventud?
-Las sociedades latinoamericanas no sólo han avanzado en democracia, sino también en acciones individuales y colectivas para la defensa en temas relacionados con la paz y los Derechos Humanos. Las juventudes en Latinoamérica son conscientes de esta situación. Lo que falta, y me atrevo a decirlo al tener casi 18 mil estudiantes, más conciencia colectiva. A veces el tema económico nos ha llevado a tender cada vez más a una cultura individualista, del sálvese quien pueda, del yo arreglo mi problema y el que viene atrás que vea cómo se hace.
-Muchas veces la Academia reproduce las desigualdades sociales…
-Sin dudas que donde ha habido problemas en Latinoamérica todos los estamentos, instituciones, tanto formales como informales han tenido algún grado de responsabilidad. Es indudable que la Academia ha sido proclive a desigualdades sociales cuando vemos, por ejemplo, que la educación pública en ciertos lugares es de mucho menor calidad en referencia a la privada. Sólo ciertos sectores de la sociedad que tengan acceso a educación de elite salen a competir en el mercado laboral en condiciones ventajosas. El reto del Estado y de nosotros, los actores de la Academia, es primero reconocer estas circunstancias y plantear un escenario donde se llegue a la igualdad de condiciones donde no importe las condiciones económicas y sociales del individuo si tiene los conocimientos adecuados para progresar en la sociedad.
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