La decisión del máximo tribunal le da una reivindicación moral a Lula, mostrando a las claras el lawfare que lo inhabilitó en las elecciones de 2018, un entramado judicial que última instancia logró el cometido político del establishment de poder: evitar su elección, más allá que no pudieron colocar en la presidencia un candidato de su preferencia y les devino un remedo hitleriano que hoy provoca un genocidio en Brasil.
Muchos toman con gran expectativa la situación, porque en las últimas semanas Lula tomó una relevancia centra, ante un gobierno al que se le desmorona su legitimidad por el desastre epidemiológico que generó su desidia. La pandemia hoy se cobra la vida de 370 mil personas con casi 14 millones de infectados. Por eso, todos ponen el reloj de arena al mandato de Bolsonaro y miden a Lula, quien se impone en todas las encuestas.
Sin embargo, las presidenciales son en octubre de 2022, una eternidad en política. Y si bien muchos especulan con un impeachment a Bolsonaro, es remota la posibilidad institucional y política de colocar a Lula en el gobierno, más allá que él mismo esté buscando un acuerdo con el centro político para una unidad nacional. Lo cierto es que el establishment mantiene el veto y estaría dispuesto a jugar otras cartas. Además, Lula aún debe sortear un campo minado en el área judicial junto a varios dirigentes del PT, por lo que la lawfare sigue. Es más, Lula deberá cruzar otro campo de batalla, la “fake-news war” que le prepara Bolsonaro, con los servicios de inteligencia y especialistas de Big Data para bloquear el regreso del ex mandatario.
Las falsas noticias es algo que Lula ya conoce. Enfrentó campañas difamatorias, como en el balotaje de 1989 para favorecer a Collor de Mello, en una elección que perdió por 2%, cuando los medios lo acusaron de querer forzar a su esposa de abortar a su hija. En 2014, en la noche previa al balotaje, la Revista Veja sacó una tapa con Dilma y Lula diciendo “Ellos sabían todo”, acusándolos de ser mentores de la Operación Lava Jato para evitar la reelección de la ex presidenta, que posteriormente sufriría un golpe institucional.
Además, la “fake-news war” es mucho más sofisticada y segmentada. Los mensajes están casi personalizados para influir en el electorado. Así como los buscadores apenas ponemos una palabra inmediatamente nos inundan de publicidad, los sistemas de Big Data individualizan influencias y propician la decisión, tanto orientando como negativizando candidatos. Ya se vivió en las municipales pasadas, donde Guilherme Boulos en San Pablo y Manuela D´Ávila en Porto Alegre fueron bombardeados con más de un millón de fakes, decisivos en el desgaste político de sus candidaturas. En definitiva, la lucha continúa.
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