Francisco abrió la olla y se denunció inclusive la violación de religiosas, que fueron forzadas a abortar o a criar hijos que no fueron reconocidos por sus padres sacerdotes. El rol de la mujer en la institución religiosa, la clave para perpetuar abusos y el silencio posterior.
«Es la primera vez que el papa y la Iglesia como institución han admitido públicamente que esos abusos se han cometido. Eso es sumamente importante», reconoció satisfecha a la AFP la directora del suplemento femenino del diario vaticano «L’Osservatore Romano», Lucetta Scaraffia.
La historiadora y periodista italiana dedicó el número de febrero del suplemento a los casos de abusos sexuales a religiosas, desatando un nuevo escándalo en el seno de la milenaria institución.
La denuncia fue confirmada por el pontífice argentino, quien admitió que curas y también obispos han abusado por décadas sexualmente de monjas.
La admisión papal sorprendió a los periodistas que asistían a la tradicional conferencia de prensa concedida el martes por Francisco en el vuelo de regreso a Italia desde Emiratos Árabes Unidos.
«Hubo curas y también obispos que hicieron eso», dijo el papa, que nunca había tratado ese tema públicamente.
La Iglesia «ha suspendido a varios clérigos» y el Vaticano ha estado «trabajando (en este tema) durante mucho tiempo», confesó.
El escándalo se suma a la ola de denuncias contra sacerdotes pedófilos en numerosos países, desde Chile e Irlanda pasando por Estados Unidos y Australia.
El semanario del Vaticano denunció inclusive la violación de monjas, que fueron forzadas a abortar o a criar hijos que no fueron reconocidos por sus padres sacerdotes.
Un fenómeno que ha sido poco denunciado y que está saliendo a la luz en numerosos países, entre ellos Chile, Italia, Perú e India, además de África.
«Es una situación muy difícil que tiene sus raíces en la dependencia de las monjas. No son reconocidas como iguales», explicó Scaraffia.
En un comunicado de prensa divulgado este miércoles, el portavoz interino de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, aclaró que cuando el Santo Padre habló la víspera de la «esclavitud sexual» en algunas congregaciones, se refería también a la «manipulación y a formas de abuso de poder, que también incluyen el abuso sexual».
Desde noviembre pasado la Unión Internacional de las Superioras Generales (UISG), organismo que representa a más de medio millón de monjas católicas, asumió el compromiso de atender a toda religiosa que denuncie una agresión sexual.
Romper el silencio
El papa recordó que la batalla fue abierta por su predecesor, Benedicto XVI (2005-2013), quien «tuvo el coraje de disolver una congregación» por esclavizar a las mujeres, inclusive sexualmente, por parte de su fundador.
Francisco se refería a la congregación francesa de las contemplativas Hermanas de San Juan, cuyos superiores fueron despedidos después de una investigación del Vaticano sobre sus excesos, entre ellos sexuales.
A raíz de las revelaciones sobre el abuso de niños por parte de curas y del impacto mundial del movimiento #MeToo, las monjas también han comenzado a romper el silencio.
La semana pasada, un alto religioso del Vaticano, acusado por una ex monja alemana de abusos durante la confesión, renunció después de cuatro años y de un juicio canónico que se limitó a llamarle la atención.
«Al Vaticano han llegado muchas quejas, pero no se les hace seguimiento», explicó Scaraffia.
«Espero que formen una comisión para investigar los casos, que participen expertos religiosos en ese tema, que se abran juicios, pero sobre todo que se quiebre el silencio. Porque es el silencio que permite que violadores sigan violando», agregó.
Para las monjas víctimas de abusos no es fácil hablar de ello ya que temen que la denuncia repercuta contra ellas o contra la congregación.
Scaraffia considera que la iglesia debe cuestionarse sobre el poder que los sacerdotes ejercen sobre las monjas, ya que deciden sobre su ingreso o no a las órdenes religiosas, organizan sus vidas diarias e inclusive fijan el salario que reciben.
«Esta es una oportunidad para demostrar que el cambio está realmente en marcha», sostiene la historiadora, quien espera acabar con el tradicional poder del sacerdote hombre sobre la monja mujer.
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