El ajuste a los jubilados y la trampa del dilema moral

Por: Macarena Marey

No hay que caer en la trampa de que la crítica moral puede hacer algo de mella en la derecha.

Con la quita de medicamentos gratuitos y de descuentos recrudece el ataque del gobierno a los jubilados y suena bastante la palabra “crueldad”. Esta palabra es tramposa.

El 5 de junio de 1991 Norma Plá y otros jubilados organizados ingresaron en el Congreso donde Domingo Cavallo se presentaba ante una comisión parlamentaria y consiguieron una entrevista con él frente a varios micrófonos y cámaras. En la entrevista se ve cómo Norma Plá le pidió a Cavallo que solucione la grave situación de los jubilados argentinos, a esta altura muchos por debajo de la línea de la pobreza y viviendo en la calle. Cavallo comenzó a responderle visiblemente emocionado, hablando de su infancia y de su padre para conseguir algo de empatía (que él impostaba en ese momento) en su auditorio. Plá lo frenó con una frase hoy célebre: “No llore, señor ministro, no llore”. No lo estaba consolando, lo estaba poniendo en su lugar.

A esto siguió una diatriba patética de Cavallo en la que con un tono visiblemente condescendiente (empezó recordando que él fue a la universidad) trazó la tradicional analogía anticientífica entre la economía de un país y la de una casa de familia para justificar el ajuste a los jubilados: no hay plata porque se despilfarró, hay que pagar la deuda y no queda otra que hacerlos pasar hambre. Hay que ser muy poco versado en economía para pensar que la analogía Estado / familia es buena. Como toda analogía falsa, además, funciona al revés de cómo espera el que funcione quien la usa.

Ilustro. Supongamos que la analogía sirve (aunque no sirve), esto es, que la relación entre una familia y la economía es la misma relación que tiene una nación contemporánea con la economía. (Las analogías, recordemos, comparan relaciones, no entidades). Podemos preguntarle a Cavallo, entonces: cuando una familia argentina promedio se empobrece ¿deja de atender a sus mayores? ¿No reconocemos desde el sentido moral más común que una familia que se empobrece y que pone el dinero que le queda en gastos como corbatas nuevas, vinos caros o un sistema de vigilancia (lo que hace hoy análogamente el gobierno de Milei, lo que hacía el gobierno del que Cavallo era ministro) en lugar de comprarles las medicinas a los mayores es una familia inmoral?

Las familias no se rigen por una racionalidad instrumental en la que algunos miembros son sacrificados en aras de la riqueza familiar. Si el Estado es como una familia (no lo es, pero concedamos esto al pobre argumento liberal), ¿por qué no desfinanciar la policía, los altos sueldos de los funcionarios puestos a dedo por el gobierno y suspender el pago de la deuda odiosa, entre otros gastos innecesarios y perniciosos, antes que recortarles la vida y la dignidad a los jubilados? Aquí llegamos al verdadero problema: ni el gobierno de Menem ni el gobierno de Milei responden a argumentos y estrategias de lucha basadas en la apelación a la moral.

Norma Plá fue una mujer brillante, entre otras cosas, para leer a los políticos. Ella no apelaba al sentido moral del gobierno porque sabía que eso no existía: no había nada moral detrás de las lágrimas de Cavallo.
Con el paso del tiempo, la derecha que hoy gobierna cambió algunos modales pero no su esencia. Siempre digo que no hay nada más viejo que las derechas. Aggiornado a los tiempos, el gobierno de Milei no pierde tiempo ni en recibir a los jubilados ni en llorar frente a cámara. Esto no responde simplemente a un rasgo de índole afectiva como la crueldad. El abierto desinterés por el destino de las personas que más sufren las medidas desastrosas es parte de una estrategia de márquetin político.

En su libro Assata, una autobiografía (Zed Books, 1987), Assata Shakur escribió eso que Plá supo perfectamente cuando se sentó frente a Cavallo: “Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido su libertad apelando al sentido moral de las personas que los oprimían”.

No hay que caer en la trampa de que la crítica moral puede hacer algo de mella en la derecha. Insistir en el discurso de la “crueldad” es una mala estrategia porque oculta la verdadera razón por la que el gobierno emprende este embate directo contra los jubilados. La multiplicación y profundización de la pobreza es el fin deseado por este gobierno, no un “costo pasajero”. La coalición LLA-PRO-UCR vino a empobrecer a la población para ofrecerle al capitalismo global el país en bandeja de plata, con salarios irrisorios y condiciones laborales de explotación más profunda. No quieren que crezca la economía; buscan exactamente lo contrario –y lo están consiguiendo. El ajuste a los jubilados, a la educación, a la salud y al sistema de ciencia y técnica no es necesario en lo absoluto. Es necesario sólo en el plan de empobrecimiento de este gobierno. Digo de paso que la normalización del ajuste (“había que hacer el ajuste”), algo que comparte casi todo el arco político argentino, hizo pasar el ataque a las áreas de educación, salud, jubilaciones y pensiones como algo triste pero necesario.

Cada vez que reducimos el ataque a los jubilados a la crueldad del gobierno estamos echando sombra sobre el hecho de que este ataque se explica por la racionalidad instrumental de medios a fines del capitalismo (no exclusivamente del neoliberalismo) y se olvida que el fin del ataque es empobrecer más al conjunto de la población por varios medios, incluyendo la familiarización de las tareas de cuidado a los mayores y la mercantilización de la vejez.

La quita de medicamentos gratuitos a jubilados es parte del proceso de mercantilización la vejez por medio de la privatización del cuidado a la vejez. Además, el empobrecimiento de los jubilados extiende artificialmente la “vida laboral”, lo que produce una baja generalizada de salarios. La categoría de “crueldad” difícilmente nos sirva para detectar estos procesos de familiarización, privatización y mercantilización de la vejez en marcha.

El cuidado de las personas mayores y las tareas de cuidado en general no pueden ponerse bajo la lógica del mercado capitalista porque no son adaptables al beneficio capitalista. Los cuidados de las personas que no pueden autocuidarse o que tienen dificultades para ello son (deben ser) comunitarios y compartidos. Un sistema de jubilaciones y pensiones no puede pensarse como una cosecha individual al final de una etapa laboral. Se trata de una comunidad cuidándose a sí misma, no de un problema distributivo. En momentos en los que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires reprime a las y los enfermeros la consigna es insistir en que el cuidado compartido debe ser bien remunerado y reconocido. El aprecio del valor social de las tareas imprescindibles de cuidado es una de las condiciones de la democracia.

No todos vamos a ser jubilados que necesiten medicamentos gratis. Los ricos seguramente no van a serlo. Pero sí la mayoría de nosotros. Por eso vale preguntar: ¿quién gobierna en general en la Argentina: quienes están acostumbrados a que la vejez sea un período de ocio y comodidad, o quienes conocen la vejez en la pobreza porque la han visto en sus madres, padres, abuelas, abuelos y vecinos y se hacen cargo de ella? Me permito entonces recordarnos otra frase célebre de Norma Plá: “Somos más pueblo que milicos, que no se olviden de eso”.

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