Randazzo llega tarde a jugar un partido definido, por Roberto Caballero

Por: Roberto Caballero

Columna de opinión.

Está claro que en el diccionario de la política argentina la K no es una letra muda. Si todavía dice lo que muchos o pocos quieren escuchar, es una incógnita a resolver por la sociedad con su voto en octubre. Pero hay algo de necia obstinación o de cálculo subjetivo desmesurado en los que le vienen atribuyendo al kirchnerismo olor a cala. Dieciocho meses después de soportar agua hirviendo sobre el lomo, el espacio que lidera Cristina Kirchner aún se mantiene, desafiante, dentro de la discusión sobre el poder en la Argentina. Esto es lo primero que deberían admitir sus pretendidos sepultureros para reconciliarse con el principio de realidad. Hay un hecho maldito no extinguido que, precisamente, por ser tan maldecido, quizá, nunca dejó de respirar. Ni aun bajo el agua.

El macrismo, es cierto, trabajó a destajo para crear oposiciones comprensivas de su paradigma, que excluyeran al kirchnerismo de cualquier tipo de representación o posibilidad electoral. Su intención de generar un «peronismo republicano», suerte de rama justicialista atildada y bajas calorías que lo ayudara a desbancar la exuberancia populista K para siempre del dispositivo institucional, hizo agua. Obtuvo éxitos tácticos –los Bossio, los Pichetto, los Urtubey, los Massa– pero ahora queda en evidencia que nada de eso conmovió verdaderamente al peronismo profundo que se expresa en la tercera sección electoral, la más populosa del Conurbano bonaerense y santuario del gigante invertebrado, donde los precios del súper pesan más que los índices del Indec.

Parte del peronismo pragmático, ese que huele mejor que nadie hacia dónde va el péndulo del poder y el humor social, puesto a elegir en el momento que hay que elegir, se rindió ante la evidencia más concreta: el control de sus concejos deliberantes depende de una victoria y la única figura en condiciones de arrimarle esa posibilidad es Cristina Kirchner, tabla de protesta de sus electorados. Que tendrá techo bajo según las encuestas, pero representa una losa enorme para pararse y enfrentar una elección de medio término. Piso que nadie está en condiciones de ofrecerles a los intendentes bonaerenses, más que ella.

No importa que Jaime Duran Barba diga que eso mismo es lo más conveniente para Cambiemos. ¿Qué va a decir? Hoy el ecuatoriano posa de genio. En unos años, se verá. El tiempo pasa para todos, también para los brujos de la política. Lo que fue efectivo hace dos años puede que deje de serlo ahora. La verdad es que prometió demasiado y se cumplió más bien poco; y el oficialismo, no hay que olvidarse, hoy es el macrismo, que debe asumir costos que en 2015 no pagaba de cara a la sociedad. Que Marcos Peña vaticine que la participación de CFK es el mejor escenario para polarizar entre pasado y futuro, quizá no sea la manera más apta de pararse ante el desafío: esto no es un balotaje. El kirchnerismo, en su alianza renovada con el peronismo, es un contendiente real y no imaginario, y va a jugar un papel clave en el veredicto que la sociedad prepara para el gobierno y sus políticas al cumplirse dos años de gestión, en una elección de balance.

Ese peronismo escuchó, y hasta se dejó seducir en algún momento por el discurso tanático que irradiaba la Casa Rosada sobre el kirchnerismo y su legado. Pero en estos 18 meses sus operadores judiciales no lograron sacar de la cancha a Cristina Kirchner. Ahora, ya es demasiado tarde. Cualquier tropelía que intenten sobre la hora los jueces de la servilleta amarilla solo confirmaría la manipulación odiosa de los estrados y la idea de la proscripción política. Hace un año era otra cosa. Hace un año, eso hubiera puesto en crisis al propio peronismo, lo hubiera fragmentado al infinito, deshabitado de liderazgos por una década. Pero el gobierno no pudo –o no quiso, como reveló Jorge Lanata– meterla presa, como le pedía Clarín y el propio Lanata. La especulación hoy vuelve como certeza envenenada. El peronismo, aunque le cueste digerirlo, se está ordenando como oposición para volver al gobierno alrededor de una única figura destellante, la de Cristina Kirchner, que resistió lo que nadie, cuando muchos la daban por extinta.

Florencio Randazzo, en este contexto de fuerte definiciones, es el candidato del país de hace un año. La sensación es que llega veterano a jugar un partido definido. Su mutismo escandaliza. «Cumplir» parece un eslogan de campaña. Hay un candidato electoral, de esos que tanto le gustan a Savaglio, cuesta menos detectar al dirigente político detrás de su estrategia. Pero, en parte, su silencio es comprensible. Porque si habla contra Macri no se entiende el capricho de forzar unas PASO en la única oposición con chances de ponerles un freno a sus políticas; y si lo hace contra CFK, a quien le juró lealtad eterna, el reloj atrasa y lo deja discutiendo con Massa, Carrió, Stolbizer y Morales Solá.

Va de panelista, no de alternativa. Porque ya no hay pesada herencia, sino pesada gerencia. La de los CEO en el gobierno. El problema urgente no es Julio De Vido, sino los Dietrich, los Lopetegui, los Quintana y los Macri. Vaya un paréntesis: todos los espacios políticos miran con incertidumbre al electorado. Están aterrorizados por sus reacciones supuestas. Las preferencias son volátiles y los discursos tratan de seguirlos hasta volverse contradictorios. Esa, quizá, sea la fortaleza del kirchnerismo: la demagogia ausente. Es lo que es. Ni la panacea ni el demonio encarnado, una maldita certeza en medio de este carnaval de imposturas hirientes, inaugurado por el macrismo y sus comunicadores amigables.

Volviendo a los que en verdad compiten, es probable que el macrismo reduzca el voto propio a su núcleo duro. Ese tercio de la primera vuelta en 2015. No es poca cosa. Retener lo cautivo en un escenario tan explosivo va a ser un éxito para el gobierno. Lo que no va a poder hacer es presentar el resultado de la elección como una definitiva victoria contra el tan menoscabado kirchnerismo. Porque eso que no existe o no debería existir según su propia narrativa, hasta es posible que le gane en las urnas. Y aun cuando el kirchnerismo saliera segundo, el macrismo tendría una oposición sacando casi los mismos votos que el oficialismo. No lo va a poder ningunear, institucionalmente hablando. El ecosistema político desbalanceado pasaría a un estado de equilibrio –precario, pero equilibrio al fin–, discursivamente hoy inexistente. Para el peronismo sería también volver a tallar en la discusión, un sacarse la mochila de la derrota de hace dos años de encima.

Y es ese peronismo, en alianza con el kirchnerismo, superando la operación de desunión que intentó e intenta el macrismo, el que mejor parado va a quedar para representar el seguro rechazo de la sociedad a la segunda etapa –la salvaje– del ajuste que todos ven venir. Porque el establishment lo reclama, porque los funcionarios lo dicen, porque el FMI lo aconseja, ese ajuste es el único futuro de Cambiemos, que no tiene nada nuevo que ofrecer más que sacrificios impopulares en procura de una presunta bonanza que no llega. « Ni llegará.

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