El segundo álbum del neoyorquino marcó para siempre su trayectoria con una dosis personal de glam rock, auspiciada por la producción del Duque Blanco. “Walk On The Wild Side”, “Satellite of Love” y “Perfect Day” son algunas de las canciones que pasaron a la historia.

Desde el vamos, lo que más se debe tener en cuenta es que en Transformer, el glam rock es el rey. Después de haber dado un portazo clausurando su participación en The Velvet Underground, Reed se encontraba en un estado muy particular. La experiencia con la banda había sido tan fuerte, que al dejar el grupo el músico se fue a trabajar con su padre como mecanógrafo, para ganar un sueldo semanal. Naturalmente y poco tiempo después, la música volvió a llamarlo para grabar su primer disco solista, que llevaba su nombre, y con el que no sucedió demasiado.
Pero hablar de Transformer es también hablar de Bowie, que en pleno goce del éxito de sus geniales y excéntricos Spiders From Mars aceptó producir el nuevo inteto discográfico de Reed. Para la tarea se llevó a Mick Ronson (su guitarrista estrella por entonces), logrando así lo que para muchos representa uno de los mejores discos de la década del setenta. Transformer es un álbum de glam rock, sí, pero no cualquiera: las guitarras, los coros y hasta los vientos se cruzan con las letras salvajes de un Reed que no había cumplido los treinta años. Esa mezcla en mucho se vincula con la notable producción de Bowie, especialmente con los resultados que había mostrado en Hunky Dory, su genial álbum de 1971.
De principio a fin, Transformer es un trabajo glorioso. Tracks como “I´m So Free”, “Vicious” o “Hangin’ ‘Round” funcionan como un material aglutinante perfecto para que resalten otras canciones, como las ya mencionadas y siempre emblemáticas “Satellite of Love”, “Perfect Day” y su ultra sensibilidad o el himno marginal e indestructible de “Walk On the Wild Side”.
Repleto de lúmpenes, personajes sórdidos, pulsión sexual y postales tóxicas, al sonar Transformer renace un universo que explica con discursividad maestra el Lado B de las noches de Nueva York a comienzos de los setenta. Escucharlo hoy es todavía viajar a ese mundo glamoroso y salvaje firmado por Lou Reed, un encanto que, cincuenta años más tarde, resuena por los parlantes.
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