Desde Finlandia, creó un estilo singularísimo que combinaba velocidad, melodía y violencia. A cinco años de su muerte, un repaso por su obra y legado.

Laiho apareció cuando el metal extremo parecía haber agotado su capacidad de asombro. A fines de los 90, Children of Bodom irrumpió desde Finlandia con una fórmula que mezclaba death metal melódico, power metal, speed y una clara herencia neoclásica. Pero el secreto no era la suma de estilos sino el idioma propio que Alexi construyó con la guitarra: solos afilados, melodías memorables y una agresividad que nunca sacrificaba claridad.
Desde Something Wild hasta Follow the Reaper y Hatebreeder, Laiho desarrolló un enfoque donde la guitarra líder no era un adorno sino el motor narrativo de cada tema. Su uso de escalas menores armónicas, arpegios barridos y fraseos heredados de Ritchie Blackmore y Randy Rhoads convivía con riffs filosos y tempos extremos. En lugar de esconder el virtuosismo, lo ponía al frente, pero siempre al servicio de la canción.
En términos técnicos, Laiho fue un guitarrista obsesivo: alternate picking feroz, control quirúrgico del vibrato, afinación precisa incluso a velocidades absurdas. Sin embargo, lo que lo volvió influyente no fue la destreza sino el carácter. Sus solos se reconocen en segundos: cortantes, casi insolentes, con un sentido melódico que evitaba el exhibicionismo vacío. No tocaba muchas notas para impresionar; tocaba las necesarias para incendiar la canción.
También fue un frontman poco convencional. Cantaba desde un registro áspero, más cercano al gruñido que al canto clásico, mientras ejecutaba partes complejas sin perder presencia escénica. Esa dualidad -guitarrista técnico y cantante- lo convirtió en un modelo para generaciones de músicos jóvenes que entendieron que no había que elegir entre potencia y sofisticación.
Según el informe oficial sobre su muerte, Alexi Laiho falleció el 29 de diciembre de 2020 a los 41 años por complicaciones derivadas del abuso prolongado de alcohol. Específicamente, la causa fue una degeneración del hígado y del tejido conectivo del páncreas inducida por el alcohol, y en su organismo también se detectó una mezcla de medicamentos como analgésicos, opioides e hipnóticos al momento de su fallecimiento
Cinco años después de su partida, la influencia de Alexi Laiho se escucha en bandas de metal moderno, en guitarristas que incorporan lo neoclásico sin solemnidad y en una idea muy concreta: la técnica no es un fin, sino una herramienta expresiva. Laiho demostró que la velocidad puede ser emoción, que el virtuosismo puede ser feroz y que la guitarra eléctrica todavía tiene margen para decir algo nuevo cuando cae en las manos correctas.
La muerte de Laiho no clausura una obra: la deja a medio camino. Su trayectoria sugiere menos una cima alcanzada que una serie de desvíos posibles, algunos apenas insinuados. No hay legado cerrado ni lección definitiva, solo una pregunta que sigue abierta: qué otras formas podía haber encontrado para decir lo que ya sabía decir como pocos.
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