Algunas cosas nunca podrán borrarse

Por: Carlos Ulanovsky

Sin consentir su condición, por ley, de “patrimonio histórico nacional” el “Afueraaaa” más cercano fue el cierre, por decreto, del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Domingo Perón, un reconocido centro de estudios sociales, políticos, humanos y militares referidos a Perón, Evita y el peronismo.

En nombre de sus temibles políticas de austeridad y reducción del Estado, el actual gobierno asume atropellos históricos que pueden tener consecuencias irreparables. Sin consentir su condición, por ley, de “patrimonio histórico nacional” el “Afueraaaa” más cercano fue el cierre, por decreto, del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Domingo Perón, un reconocido centro de estudios sociales, políticos, humanos y militares referidos a Perón, Evita y el peronismo. Para dar cuenta de la importancia de su acervo simbólico y material, basta decir que, de ese petit hotel de dos pisos, en Austria al 2500, sostenido por brazos fuertes y hombros sin abatimiento a pesar de las circunstancias (los de Perón, Aloé, Espejo, Cámpora, Renzi, Apold, entre otros) salió en julio de 1952 hacia su velatorio el ataúd con los restos de Eva Perón.

El 7 de mayo pasado el vocero presidencial lo anunció de esta manera: “La investigación histórica sobre el expresidente ya se lleva adelante a través de universidades, centros académicos, fundaciones e instituciones que garantizan un estudio académico libre de condicionamientos estatales… el financiamiento del Instituto… representaba una cara presupuestaria evitable e innecesaria… la enseñanza de la historia se encuentra garantizada por el sistema educativo”. Con evidente gozo por el cierre, su colega de gabinete, el ministro de Desregulación y Transformación refrendó la decisión con el siguiente argumento. “A partir de esta disolución podrán seguir rindiendo culto al General, pero, desde ahora, con la suya”. El decreto también lleva la firma del jefe de Gabinete y de la ministra de Capital Humano, a quien, además, le tocó la tarea de cambiar la cerradura del edificio. Así como durante tantos años lo protegió el recordado dirigente Lorenzo Pepe, el Partido Justicialista anticipó su decisión de hacerse cargo de la financiación total del Instituto inaugurado por Carlos Menem en 1997, así como también de la Comisión Permanente de Homenaje.

Mientras Perón y Evita vivían en la residencia presidencial, ese espacio fue el hábitat del personal de servicio. Allí trabajaron y descansaron mayordomos, mucamas, cocineros, choferes, auxiliares de limpieza y también encontraron refugio los granaderos y otros integrantes de la custodia. Tras el derrocamiento de Perón y a medida que avanzaba la política de borramiento del mapa de todo vestigio de peronismo, llamativamente ese espacio quedó a salvo. Allí se instaló el Instituto, que adquirió carácter de importante lugar de consulta y en un piso superior se abrió en el 2010 el espacio temático Un café con Perón, colmado de material documental y fotografías y con unas estatuas realistas, diseñadas por el artista plástico Fernando Pugliese. En la entrada esperaba un Perón sentado y sonriente tomando un café y en otro lugar podía verse a Perón y Evita, sentados en un banco de plaza, con un caniche blanco a sus pies. Quiénes querían podían sacarse fotos junto a esas imágenes. Fue cruel verlas, durante el desalojo, envueltas en bolsas de residuos. También funcionaba allí un lugar de comidas, manejado por una cooperativa de trabajo, con los precios más bajos del barrio. En este caso, también arremetieron contra ollas y sartenes dejando sin trabajo a más de 30 personas. “Fin a los bares militantes financiados con recursos públicos”, sentenciaron. El lugar tenía un pequeño auditorio en el que actuaron números musicales y humoristas que hicieron felices a muchos visitantes.

Abajo el palacete

En el terreno de 20 mil metros cuadrados con enormes jardines que daban a las actuales avenidas del Libertador, Agüero, avenida Las Heras y Austria y cuando la Recoleta era un suburbio veraniego y no la clase de barrio – habitación que es hoy, el matrimonio de Mariano Unzué y Mercedes Baudrix construyó a fines del siglo 19 un refugio muy bien preparado para descanso, festejos y boato propios de su época y condición social. Con el correr de los años, la lujosa residencia, privada de mantenimiento y ahogada por deudas impositivas, pasó en 1937 a integrar las arcas del Estado. Agustín P. Justo firmó el decreto de expropiación y propuso convertirlo en alojamiento presidencial.

Más adelante, el presidente Roberto M. Ortiz decidió que el lugar fuera un gigantesco jardín de infantes. Ortiz eligió pasar sus tiempos de descanso en la casona de Suipacha 1074. Luego de importantes reformas y mejoras los primeros en adoptarla como vivienda oficial fueron Perón y Evita. Algunas bombas del desdichado 16 de junio de 1955 cayeron en las inmediaciones, pero fue a partir del derrocamiento de Perón que la Libertadora lo convirtió en botín de caza. Durante un tiempo, en un alarde de gorilismo explícito (por cierto, para qué negarlo, muy festejado por amplios sectores), se abrió al público para exponer ropas, objetos y distintas pertenencias como un modo de marcar la opulencia en la forma de vida de Evita y el general.

Durante un largo tiempo, fieles y apenados acólitos de Evita llegaban, tras su fallecimiento, a los alrededores para encender velas a su memoria. Cosa que al gobierno de facto le resultaba intolerable. Ignorando el valor de la historia, el gobierno militar primero lo marcó a fuego con un incendio de dudoso origen y luego lo tiró abajo, operación completada en 1956. En esos mismos terrenos funciona desde 1992 la Biblioteca Nacional. En la llamada Plaza del Lector José Boris Spivacow, dentro de un octógono vidriado, se exhibe una maqueta del Palacio Unzué, obra del artista plástico Daniel Santoro.

Por todo

La decisión de desarticular el Instituto recupera una política de demolición como la iniciada en la década de ‘50. Idénticos padecimientos a los del centro cultural, cuyo nombre molesta tanto, se replican en el Instituto Nacional de Teatro, el momento de Tecnópolis reducido a organizar acontecimientos que poco y nada tienen que ver con cultura, ciencia ,identidad o recreación, el debilitamiento de la Comisión Nacional de Monumentos, la dolorosa incertidumbre de las bibliotecas populares y lo que también paraliza a otros institutos de investigación (San Martín, Belgrano, Juan Manuel de Rosas, Guillermo Brown, Jorge Newbery) que cerraron sus puertas o sufren reducciones presupuestarias o despidos de personal de tal magnitud que comprometen su funcionamiento.

Mientras, las universidades nacionales, los docentes, los hospitales públicos, los organismos científicos, resisten todo lo que pueden para no terminar siendo rutilantes sellos de goma, pero con mínima capacidad ejecutora.

Así hasta que poco o nada quede en pie. Pero no saben que algunas cosas nunca podrán borrarse: la conciencia, la idea, la identidad, el sentimiento, el recuerdo, la memoria.     

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