¿Bailamos?

Por: Dina Martínez / Luciana Valle

Columnistas invitadas: Dina Martínez y Luciana Valle, profesoras de tango, codirectoras de El Motivo Tango junto a Valencia Batiuk.

Es esa danza sensual, de pareja abrazada, que sugiere como necesidad una profunda relación emocional. Aunque Enrique Santos Discépolo, su poeta imprescindible, lo definiera como «un pensamiento triste que se baila». Claro que el tango como danza, su aprendizaje y su enseñanza, acompañó algunos de los intensos cambios sociales de estos tiempos, al punto de establecerse en un lugar de características y proyecciones inimaginables hace pocos años. Lo que hace válida la pregunta:

¿Ahora se baila mejor?

Cambió mucho: quienes lo generan, quienes lo transitan, quienes lo enseñan y quienes lo consumen.

Siempre fue un baile social, de entretenimiento. Aunque varió mucho en el tiempo: en una época perteneció a una élite; transitó luego por otra, en la que su espacio se redujo hasta tener visos de cierta marginalidad, por lo estrecho, lo acotado. Así, cuando nosotras empezamos a bailar tango, en los 80/90, lo encontramos casi de casualidad. Los jóvenes éramos una minoría y nos veían como extraños. Incluso había un latiguillo: «El tango te llega a los 40.» Ahora llega mucho antes y además es una opción para el tiempo libre, una oferta cultural mucho más accesible. En muchos barrios se ven cartelitos en los bares: «Se enseña tango.» Se ven en un centro cultural, también en una librería.

Pero, insistimos: se tiene una visión etaria más abarcativa. La juventud tomó el tango como propio. Antes, en general, llegaban del folclore o de otras danzas, y muchos se volcaban al tango porque veían una posibilidad de laburo, tenían un perfil más profesional, lo tomaban como un recurso más. Ahora lo bailan, lo disfrutan y, si da, también lo enseñan.

Por otro lado, hace un tiempo se comprendió que el tango puede ser una seductora veta económica para el país y para la ciudad en particular, lo que colaboró a hacer conocer el baile en el mundo; que bailarines y eventuales profesores de otros países se sintieran seducidos; que estallara también fuera de la Argentina y que, como en un ida y vuelta, sirviera como un factor turístico. Un proceso que influyó a generar mayor masividad y variedad de la gente que lo baila. Ese perfil más profesional de quienes lo bailaban en el exterior es más parecido al de los que hoy lo bailan acá. Antes algunos tomaban un par de clases, iban a la milonga y al poco tiempo estaban enseñando: cada vez ocurre menos. Como si nosotras estudiáramos swing y a las tres clases creyéramos poder bailarlo y saber decodificar todo lo que debe hacer y decir.

Esa profesionalización mejoró el nivel del baile. Hace 30 años, la mayoría lo enseñaba desde la intuición, lo perceptivo, mostraba lo aprendido, algunos pasos. Todo este desarrollo, sumado a que recibió influencia de otras danzas, enriqueció el vocabulario de quienes se fueron formando y se multiplicaron las herramientas y elementos para transmitir. Este revivir del tango permitió el ingreso de gente que aportara, estudiara, investigara y, en definitiva, lo modificara, lo hiciera crecer. Impuso un particular desarrollo de la danza y a los profesores nos permitió mejorar nuestra profesionalización. Hay mucha más pedagogía disponible. Hasta una formación académica en la UNA, por caso.

Además se modificó sustancialmente el vínculo entre los hombres y las mujeres, muy diferente al de décadas anteriores y ni qué hablar con el de la mitad del siglo pasado. No hay ninguna posibilidad de que el baile sea igual. Se mantienen sabores, esencias, valores y colores de un baile de fuerte contacto físico. Pero hoy las personas no son las mismas, las mujeres no somos las mismas. Tenemos alumnas que vienen a bailar sin sus maridos, con años de pareja, pero que tienen ganas de hacer esa actividad sin él, que eligen su noche de salida, y que no dudan: lo hacen. Décadas atrás una mina que tenía su espacio de esparcimiento propio era considerada una «loca». Nuestras abuelas solo iban si las llevaban los padres al baile que aceptaba socialmente a la familia. Digámoslo claro: podés ir sólo por el gusto de bailar y, si cuadra, sumarle el condimento de relacionarte, del modo que se te antoje, con otras personas. Siempre fue así. Pero antes estaba mal visto. Hoy, con menos pruritos y más libertades, se lo acepta y se lo vive naturalmente.

Y otro ejemplo más técnico: antes había minas que aducían «no puedo bailar tango porque no me dejo llevar». Es un símbolo de la transición entre aquella mujer de los años ’40-’50 y esta del siglo XXI: hoy cada uno de los bailarines de la pareja tiene su rol, igual de importante.

Todas estas circunstancias permitieron un gran desarrollo del baile, por lo que se puede concluir en que sí: hoy se baila mejor.

Se baila mejor y se baila distinto. El tango creció, explotó, se nutrió de un montón de recursos.

¿Se baila más lindo? Para nosotras sí, pero es un tema de gusto, una cuestión estética. Para otros se bailaba más lindo antes porque priorizan el sabor de lo antiguo, lo que es absolutamente válido. Pero sigue siendo una danza, con música propia, que compromete al cuerpo. Y siempre, bailar con otro, entraña un desafío apasionante. <

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