Banderas en tu corazón y en estadios vacíos: cómo es el nuevo ritual de los hinchas

Por: Nicolás Zuberman

Aunque no puede haber público, los clubes permiten que estén las banderas. Historias de fanáticos que cuelgan su lienzo con anticipación, entre controles de temperatura y protocolos, pero que ven el partido por televisión.

“Ojo que mi abuela ya no está para cosérmela de nuevo. Por favor, cuídenla”, le dice Gonzalo Rivero a quien le recepciona su bandera en la oficina de socios del Nuevo Gasómetro. Recibe una hoja con sus datos personales, un ticket con un número para cuando regrese a retirarla y se vuelve a su trabajo. Es miércoles por la tarde. Faltan más de 72 horas para que San Lorenzo reciba a Estudiantes en el Bajo Flores. Y una semana exacta para que Gonzalo se reencuentre con su bandera de 15 metros por 3,5 que dice «Los cuervos de arriba». Es parte de la nueva normalidad del fútbol argentino durante la pandemia, con hinchas representados por sus banderas o por sonidos pregrabados que un DJ elige según el momento del partido. “Me enteré por el Instagram del club de que se podía si tenés la cuota de socio al día. Primero -cuenta Gonzalo, “fanático con dos dedos de frente” del Ciclón- pensé que era un lío. Pero la bandera es parte de nosotros. Es una pertenencia muy grande. Y la llevé. Quedó en una punta del alambrado visitante, medio perdida. No pido que se trepen como nosotros que la ponemos en un lugar bien alto, en el medio de la Platea Sur, pero bueno… Fue una manera de estar ahí”.

La década del ’80, la salida de los siete años de represión durante la dictadura, fue el caldo de cultivo de lo que se denominó “la cultura del aguante” en las tribunas. Fue el antropólogo Eduardo Archetti, en 1985, en un artículo de 40 páginas titulado Fútbol y ethos, el primero que estudió desde las Ciencias Sociales al deporte más popular de la Argentina. Archetti aseguró que el fútbol es un ritual que incluye dos campos, uno en el césped y otro en las tribunas. Y que el hincha no es un espectador: participa del evento deportivo como si fuera un protagonista. Archetti los definió como “hinchas militantes”: pasan muchas horas en el club, se agrupan en peñas o filiales, organizan actividades solidarias o colectas: «Son los que comunican a través de ciertas prácticas su visión del mundo y sus orientaciones valorativas». Entre esas prácticas, claro, están las banderas. Hay de distintos tipos: las que llevan el nombre de un barrio o un grupo de pertenencia (Budge); las que llevan una frase rockera (Te quiero tanto que me hace daño); las que llevan algún elemento icónico (la hoja de marihuana, la cara del Che Guevara); o las más poéticas u ocurrentes (Racing, perdoná el color de mi sangre).

La pandemia detuvo la pelota en Argentina por más de siete meses. Cuando volvió a girar fue sin una parte del espectáculo, a puertas cerradas para el público. Pero para la gran mayoría de esos hinchas la resignación no juega. Al menos, están sus banderas. En algunos casos, como en Rosario, esa búsqueda para tratar de ser parte se volvió un tema de Estado: en pleno pico de casos y con el sistema de salud de la ciudad saturado, hinchas de Rosario Central y Newell’s armaron caravanas multitudinarias para seguir el micro del plantel cuando son locales. “No cumplen los protocolos. O los dirigentes se ponen a la altura de las circunstancias o se quedan sin fútbol”, advirtió el ministro de Seguridad de Santa Fe, Marcelo Saín. Más allá del caso rosarino, la recepción de banderas con protocolos, horarios y cuidados fijados, trajo hasta ahora buenas experiencias en la mayoría de los clubes.

Tito viaja desde Lugano hasta La Boca con otros cuatro integrantes de la filial Xeneize de su barrio. Llevan dos banderas, una que dice «Unydos por Boca», en juego con los monoblocks de Lugano 1 y 2, y otra que dice «Alma y vida». Les toman la temperatura en el ingreso, atraviesan una cabina sanitizante y suben hasta la segunda bandeja de plateas de La Bombonera. Saben que tienen menos de media hora. Las cuelgan y se sacan fotos en la soledad del estadio. Faltan casi dos días para que Boca juegue, pero ellos ya hicieron su parte. “Muchas opciones no tenemos. Es esto o nada. Y creo que esto es una manera de estar presente, a través de la bandera y del barrio. Ver la cancha vacía y llena de banderas fue chocante, pero pisarla después de tanto tiempo fue algo hermoso”, relata Tito su excursión.

El operativo para colgar las banderas es más complejo en los partidos de Copa Libertadores o Sudamericana, porque el protocolo de Conmebol exige que el estadio quede sin accesos en las 48 horas previas al juego. Por la Liga Profesional de Fútbol, en general, se hace el mismo día. En algunos casos, se centraliza de manera institucional. En otros, es la subcomisión del hincha la que se encarga o los propios hinchas que se organizan mediante un grupo de WhatsApp. En Argentinos Juniors, por caso, se ocupa la  Subcomisión del Hincha, que reúne todas las banderas bien temprano el día del partido y unas diez personas se ocupan de colgarlas, con previo listado aprobado por el ministerio de Seguridad de la Ciudad. El Quijote, Carranza, Bufano, El arqui presente, La parroquia, Añasco y Seguí y El Cantero son las consignas que se leen en La Paternal. “Es muy raro ir al estadio, colgar la bandera e irte a ver el partido por la tele. Para colmo tenés que volver cuando termina para descolgarlas. Pero te identifica. Sabés que está la bandera y te sentís presente, como si aportaras algo al espectáculo”, explica Federico, de la  Subcomisión del Hincha de Argentinos, que explica que no hacen distinciones individuales de a quién pertenece cada bandera.

En Racing, también, la cuestión es colectiva. No pasa cada uno a colgar su bandera sino que las centralizan por una cuestión de seguridad y por protocolo: fijan un horario determinado y unas cuantas horas antes del partido se juntan. Pero son sólo seis los que pisan el Cilindro, con control de temperatura y chequeo del derecho de admisión incluido, para colgar las banderas en el mismo lugar de siempre, según la antigüedad de cada una. Para Gonzalo, 21 años de socio de San Lorenzo, su bandera es una cuestión familiar que une el árbol genealógico: su abuela Rosa, su padre, su hermano Sebastián y sus hijos Agustín y Mayra. Los Cuervos de Arriba fue un grupo que se formó en la popular en 2001, pero con los años se mudó a la Platea Sur y fue reduciéndose al clan familiar. Cuando por televisión la vieron colgada en el estadio vacío, alguno de los fundadores del grupo se pusieron en contacto. Es, al cabo, una forma de compartir y estar juntos durante el partido cuando el contexto no lo permite.

En 2019, cuando pandemia era aún un concepto abstracto, en la gala de los premios The Best que organiza la FIFA cada año se coló una bandera roja y verde, los colores de Rampla Juniors de Uruguay, que decía «Nico siempre presente». La historia de Justo y Nico fue nominada para el premio Fan Award. Un corto de la Secretaría del Deporte de Uruguay dio a conocer que un padre hincha de Cerro no se pierde ningún partido de Rampla Juniors, su eterno rival, desde que falleció su hijo Nicolás, para que su bandera siga colgada en el estadio cada vez que juega Rampla. Fue, acaso, un anticipo de que los colores pueden ser distintos pero los sentimientos igualan. Y de que puede aparecer la bandera colgada aunque no esté su portador. 

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