Carlos Mugica y la Villa 31: padre nuestro que estás en el pueblo

Por: Nicolás G. Recoaro

Crónica de la misa en homenaje al cura villero, asesinado el 11 de mayo de 1974. "Su obra no es un museo, está viva. Humanidad, sacrificio, trabajo. Desde el cielo nos dice: ‘Comprometete’. La Iglesia no es la parroquia. Es todo el barrio”, enfatiza el padre Nacho, siguiendo su legado.

Padre nuestro que estás en el pueblo. Santificado sea tu nombre en la Villa 31. Barrio Padre Carlos Mugica, este es tu reino. Tierra non sancta de pasillos estrechos como el hambre y el cielo tramado por nervaduras de cables. Un coro de ángeles azules canta cumbia desde los parlantes de la feria. Cerca del altar desteñido del colorado Gauchito Gil, laburantes que bailan, vienen y van, sin descanso dominical. La pintada reza en la columna del bajo autopista: “Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos”. Es palabra de Mugica.

Para llegar hasta la capilla Virgen del Rosario no hay que atravesar ningún desierto. Sólo la canchita de fútbol de la zona de Güemes. Otro legado mugicano: la necesidad del deporte para la acción social. Garúa el agua bendita que bautiza a los devotos del religioso picado. Adoradores de D10S. A unos pasitos, otros fieles, católicos, se amuchan en la modesta capilla, erguida cerca del modernísimo Ministerio de Educación porteño, el edificio de aires minimalistas que da la espalda a los postergados vecinos. Como el Estado. 

Mugica y el Barrio Obrero

El sacerdote Ignacio Bagattini toma un amargo en la previa de la tertulia. Teje y teje en su cabeza la homilía el padre Nacho, mientras pispea un póster a todo color del Papa Francisco que lo bendice desde el Vaticano. Piensa cada palabra: “Es importante el mensaje, una responsabilidad enorme dar misa este domingo. Viene una celebración especial, el inicio de la fiesta patronal del barrio, la Semana Mugica a 50 años de su asesinato, el 11 de mayo de 1974″, rememora.

Y sigue: «Pasan las décadas y Carlos está cada vez más presente entre los vecinos. Cuando camino por las calles, la gente me habla de su obra, de su calidez, de su sentido del humor, de los partidos de fútbol. ¡Fanático de Racing! También de su seriedad y compromiso con los más necesitados. Movía cielo y tierra para conseguir un colchón, ladrillos, para que no falte el plato de comida». ¿Su apodo? «‘La Bestia’, por lo incansable».

El padre Nacho no habla en pasado. Mugica es cuerpo presente en comedores, cooperativas y guarderías de la 31. La parroquia Cristo Obrero cobija los restos del santo patrono. Es que Mugica no murió aquel sábado de sangre, acribillado por los balazos de la Triple A frente a la parroquia San Francisco Solano de Villa Luro. Está vivo en el corazón de la barriada confinada entre las vías de Retiro, el puerto del río plateado siempre quieto y la arrogante avenida Del Libertador. Su barrio obrero. “Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no”. Es palabra de Mugica.

Tierra de nadie

Villa Desocupación, Villa Miseria, Villa 31 a secas. Chapa, cartón, lata y barro en la tierra de nadie. Un doliente collage denuncialista de Berni. La realidad que a principios de los años setenta encontró Pedro Meza cuando llegó desde la Triple Frontera de Misiones para ganarle la batalla al hambre. Antes de la misa, don Pedro narra en pasado inclemente: «Vine con mi hermanita desde Puerto Iguazú. Yo tenía 14 años, vivíamos al fondo, en la parte de Saldías, a cuatro cuadras de la Cristo Obrero, que era el centro del barrio. La vida era trabajar, trabajar y trabajar. Toda la vida era trabajar».

Lo suyo fue la gastronomía, parrillero. «Acá había mucha necesidad, faltaba de todo, los techos eran de cartón. Me acuerdo que Carlos caminaba, escuchaba, se comprometía y luchaba como buen cura villero. Venía de familia acomodada, pero eligió estar con los pobres, meter los pies en el barro. Por eso lo mataron. Nosotros seguimos peleando».

Bajo el cielo plomo hace memoria el grandote Meza. Recuerda los intentos de erradicación de la dictadura, las topadoras, los milicos cargando a la gente en camiones, las crisis repetidas y los vecinos peleando, siempre peleando. Hoy la lucha continúa. El jubilado levanta temperatura al hablar de Milei y sus demonios: “Falta el mango, nadie llega a fin de mes y los comedores no dan abasto».

¿Qué diría Mugica de esta realidad? ¿De los comedores que no reciben fondos, de las cocineras a quienes les quitan los planes, de los pacientes oncológicos a los que no les entregan los medicamentos? «Seguro Carlos estaría criticando al gobierno, peleando a dos manos”.

El cáliz, una hostia y la santa Biblia a un costado. El canoso padre Nacho se calza al cuello la estola antes de subir al altar. En el paño lleva bordada su santísima trinidad: la virgen de Luján, la cumbre del Aconcagua que supo escalar y la máxima “Santa Paz” del místico trapense San Rafael Arnaiz. También, una oración de Mugica: “Entré de muy pibe al seminario, por 2001, años difíciles, como los que vivimos ahora, con el Estado que se aleja de los sectores necesitados”.

El cura maldice un rosario de penurias: la motosierra ultraliberal quiere cerrar el Plan Fines con el que los vecinos terminan el secundario, no hay plata para obras y en los comedores rascan las ollas. “Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre”. Es palabra de Mugica.

Nacho conoce de primera mano la malaria: “Estuve siete años en una parroquia de Villa Oculta, después en la 1-11-14 y desde el 2021 en Cristo Obrero. La vida de Mugica es un modelo a seguir. No era experto en la obra de Carlos, se hablaba poco de él en el seminario, pero acá tuve una conversión, lo entendí a fondo. Muchos lo ven como un cura politiquero, hay prejuicios, pero esa es una discusión chiquita. Su obra no es un museo, no es un trofeo, está viva. Humanidad, sacrificio, trabajo. Desde el cielo nos dice: ‘Comprometete’. La Iglesia no es solo la parroquia. Es todo el barrio”.

Rezo por vos

El pan nuestro de cada día lo prepara Stella Ruiz en la cocina de la capilla. Es migrante paraguaya. Llegó hace 30 años desde las coloradas tierras de Yaguarón. Se gana la vida limpiando en casas particulares. Por las noches reparte las viandas a los vecinos que están en la lona. Stella reza frente a la imagen de San Cayetano. Confiesa: “Falta el trabajo. Ayudamos a abuelos, mamás solas, familias enteras que pasan hambre. El padre Mugica estaría indignado con este presente. Estamos a la buena de Dios”

Evangelio según San Juan, 15: 13-17: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Nacho comparte la lectura en la misa: “No hay casualidades, este fue el último evangelio que leyó el padre Carlos antes de ser baleado. Esa noche, cuando llegó herido al hospital, ordenó que los médicos atendieran primero a su amigo Ricardo Capelli, que también había sido alcanzado por las balas y vivió para contarlo. Carlos entregó su vida en ese acto, como lo había hecho toda la vida por los vecinos, por los necesitados, por el pueblo”.

Al despedirnos en la puerta de la capilla, el padre Nacho regala una estampita con la imagen del santo patrono de esta parte olvidada de la ciudad. Lleva tatuada una oración que reza: “Señor, quiero sufrir con mis hermanos que están sin trabajo, quiero sentir como mía, la angustia de los miles y miles de jubilados, despojados del sustento que en justicia deben recibir y hazme comprender que detrás de cada lágrima, de cada dolor, de cada hombre que sufre, estás Tú, y dame fuerzas para no cerrar mi corazón”. Es palabra de Mugica. Amén.

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