La noche lluviosa del 11 de mayo de 1974, el padre Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe terminó de dar misa en la iglesia de San Francisco Solano, en el barrio porteño de Villa Luro, y salió a la vereda a encontrarse con su amigo Ricardo Capelli. Iban a un cumpleaños en la Villa 31. Su lugar en el mundo. Pero nunca pudo llegar.

Dos hombres, uno de los cuales escuchaba la misa desde el último banco, y otro que bajó de un vehículo, abrieron fuego contra ambos. El sacerdote recibió cinco tiros de frente y Ricardo Capelli, cuatro. Heridos de gravedad, fueron trasladados al hospital Juan F. Salaberry, hoy inexistente. Mugica murió después de dos horas de cirugía. Antes, había exigido que primero operaran a su amigo, que vivió para contarlo.

A 50 años del crimen de la Triple A contra uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y precursor de los Curas Villeros, Tiempo conversó con Capelli, autor del libro Antes y después del asesinato de mi amigo el Padre Mugica presentado el miércoles pasado en la Feria del Libro.

Capelli aún recuerda el impacto de cuatro balas sobre su cuerpo. Una que fue a la altura del pulmón izquierdo lo volteó como una trompada. Recuerda a su amigo acribillado por uno de los hombres que solía ver dentro del Ministerio de Bienestar Social (Almirón). Algo que ya al poco tiempo él empezó a revelar pero luego tardó en dejarlo asentado a nivel legal: «todos me recomendaban que no lo dijese, porque había servicios que todavía estaban muy atentos a lo que yo pudiera decir. Y les hice caso hasta que no aguanté más, era una situación de conciencia. Pero ya en el 76, decía quién había sido y muchos medios y mucha gente lo sabía. Antes lo dije. Había dos o tres personas a las que ya se los había dicho en el momento, y me recomendaron callar para sobrevivir», relató a ANCCOM tiempo atrás.

La situación empeoraría con la dictadura. En 1978 estuvo desaparecido: «Me secuestraron y me cosieron a torturas. Pero lo que ellos querían saber, yo no lo sabía. Hasta el 83, cuando vuelve la democracia, fui controlado permanentemente. Recibía una llamada por día. Sonaba el teléfono, me decían ‘te vamos a matar’ y colgaban».

Heridas y amenazas

A Capelli le quedaron las cicatrices de los balazos. Tiene 87 años. En ese momento, cuando le hicieron 14 cirugías por los cuatro balazos que recibió, tenía 37 y más de 20 de amistad con Mugica. Tras esa noche a la salida de la parroquia, a Ricardo lo operaron catorce veces en dos días, «porque los que armaron las balas no tuvieron la capacidad de limarlas y estaban oxidadas, me producía infecciones internas. Abrían y cerraban, una y otra vez«.

Quien le avisa la muerte de Mugica dos días después es Jorge Conti, el secretario de Prensa del “Brujo” José López Rega: “Ricardito, que horrible lo que le pasó a Carlos”, le dice. Ahí me entero. Y le aclara que él venía de parte de “don Pepe”, así le decían a López Rega, y que estaba a su servicio para lo que necesitara. «A partir de eso, pido que me saquen del hospital porque sabía que me iban a matar: “Sáquenme de acá porque soy boleta”.

Lo siguen operando en la clandestinidad: una de las balas me había cortado una arteria del brazo izquierdo. «Me desinfectaban las heridas con cepillo de cerda y jabón para la ropa. Después de eso, viví bajo constante amenaza. Una vuelta, cuando ya estaba mejor y empezaba a manejar de vuelta, me pusieron una corona con una bomba en donde vivía». Los vecinos le avisaron: “Rajá, pusieron un bomba en la ventana de tu casa”.

El encuentro

A Carlos lo conoció a los 17, cuando trabajaba en la Bolsa de Cereales. Capelli se movía en el ambiente aristocrático porteño como pez en el agua. La familia de Mugica (que ya era en ese momento seminarista) venía de una estirpe de renombre y de dinero.

–¿Cómo fue el encuentro?

–Cuando lo conocí empecé a interpelarme. Yo vivía en otro mundo de cenas en el barco cerealero o en lugares paquetes y me di cuenta que había gente que vivía en casas de madera y chapa, en situaciones terribles, y eso me cambió. Hacía mi actividad, ganaba bien pero empecé a sentir que algo faltaba en mi vida. Lo religioso nunca fue lo mío, lo que hacía que me cambiara el traje y la corbata después de la oficina para ir a la Villa 31 cada día era otra cosa, lo que encontraba en el barrio, los amigos que había hecho, las transformaciones. Antes de fundar la iglesia Cristo Obrero en la 31, todos los sábados Carlos daba misa en el Instituto de Cultura Religiosa. Una vez, cuando fui a buscarlo dos señoras muy elegantes lo increparon: ‘a misas que dan los curas comunistas no vamos’. Él se dio vuelta y les dijo ‘lo bien que hacen, doñas’ y ellas se enfurecieron… más que nada por lo de ‘doñas’.

–¿La procedencia aristocrática le daba alguna ventaja a la hora de poder ayudar al barrio?

–Por su ascendencia, él tenía muchos amigos que eran empresarios y demás. Cuando había que manguear, Carlos a veces medio mangueaba y otras, si había problemas, exigía. Por ejemplo, íbamos con dos muchachos del barrio Comunicaciones de la 31 a pedir lo que se necesitaba. A veces le decían ‘pero aguantá un cachito, andamos con problemas y no podemos’, y él les decía que mejor que arregles conmigo porque si no van a venir ellos a buscar lo que necesitan. Y ahí se arreglaba. Él era un tipo muy jodón.

Mugica y el peronismo

Capelli recuerda cuando la 31 fue testigo del bautismo multitudinario del sobrino de Ernesto «Che» Guevara. Mugica había sido compañero de Roberto Guevara en la Facultad de Derecho y por eso le pidió que lo bautizara. “Fue impresionante porque lo bautizó en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, por Evita y por el Che».

La conversión de Mugica al peronismo, dice Capelli, fue determinante en su vida. El joven de familia aristocrática había entrado al seminario, entre otras cosas, para salvar su alma, pero la política lo interpelaba. En el ’55 el enfrentamiento del peronismo con la iglesia había exacerbado las diferencias de Mugica con ese movimiento. El bombardeo a la Plaza de Mayo llevó a la quema de las iglesias, las pintadas en las paredes “Sin Perón no hay Patria ni Dios, abajo los cuervos”, en alusión a los sacerdotes.

–Mugica hace un giro cuando empieza a mirar la vida desde el socialismo. ¿Fue determinante el encuentro con Perón en Madrid, también en su relación con Montoneros?

–Entonces definió que la verdadera lucha de la Argentina era el peronismo y se hizo peronista. Decía ‘yo soy un converso y los conversos somos fanáticos’.

–Después del crimen de su mejor amigo vino el golpe militar que lo secuestró y lo torturó por más de tres meses, en 1978. ¿Por qué aún así decidió quedarse en Argentina y no exiliarse?

–No creo en Dios, no me preocupa mucho eso, lo que puedo decir es que hace 50 años, cuando estábamos en el hospital Salaberry y el médico cirujano dijo ‘Padre, vamos al quirófano’, él insistió en que ‘primero hay que salvar a Ricardo’ y eso es dar la vida por el otro. De ahí en más, todo lo que me pasó a mí hasta el día de hoy, hasta el fin del siglo pasado… Tuve momentos límites y dialogué muchas veces con la muerte, sin embargo hay algo que me sacó y sigo vivo. Hay alguien que me protegió y no tengo dudas de quién.

–¿Cuál es hoy el legado de Mugica?

–Ir contra el explotador, el poderoso, aquel que solo piensa en su guita, si tiene mucha y cómo sacar más, porque le produce un goce. En este momento, Carlos estaría ya reclutando a toda la gente que pudiera para salir a la calle, a protestar porque lo que está pasando ahora es algo que yo no lo vi ni con la dictadura genocida, lo que vivimos es otra cosa. Si estuviera acá, Carlos diría que llegó el momento, que terminemos de hablar de los pobres y el porqué de su pobreza y empecemos a hablar de los ricos y del porqué de su riqueza. Y actuemos en consecuencia. «

El libro «Antes y después del asesinato de mi amigo, el padre Mugica»

En Antes y después del asesinato de mi amigo, el padre Mugica, Ricardo Capelli nos revela una profunda amistad forjada entre 1954 y 1978 con el incansable Carlos Mugica, marcada por la lucha compartida por los desfavorecidos en las villas argentinas. A través de sus ojos, Capelli nos muestra al hombre detrás del mito, compartiendo con nosotros anécdotas y momentos entrañables. Con valentía, desmitifica la versión que muchos medios han contado sobre la muerte del padre Mugica y ofrece una nueva perspectiva de la historia argentina, dejándonos un conmovedor testimonio de amistad y lucha por la justicia social.

Felipe Pigna