Claudia Piñeiro: “Me indigna que un obispo opine sobre el derecho de las mujeres”

Por: Mónica López Ocón

Catedrales es la última novela de la reconocida escritora y militante de los derechos femeninos. En ella traza un retrato de la hipocresía social y de los extremos aberrantes a que puede llevar el fanatismo religioso.

Es casi imposible predecir cuál será el destino de un libro, cuál será la repercusión. Sin embargo, en el caso de Catedrales (Alfaguara), la última novela de Claudia Piñeiro, hay algo que es seguro: no pasará inadvertida. Y no se trata de que, apenas salida de la imprenta, ya encabece los rankings de venta, sino de la forma en que desnuda la hipocresía de cierto sector social, en este caso, un grupo de ultracatólicosen el que algunos de sus miembros son capaces de cometer los actos más aberrantes en nombre de sus principios religiosos.

Treinta años atrás, el cuerpo de Ana Sardá fue encontrado calcinado y descuartizado en un descampado. La investigación se cerró sin que se encontrara al culpable. Pero más terrible aun que el propio hecho es lo que se esconde detrás de él. Este enigma atraviesa toda la novela que está contada por siete narradores distintos. Cada uno de ellos sabe una parte de la verdad y sus sucesivas narraciones terminarán por armar las piezas sueltas del rompecabezas.

-Un policial requiere saber muchas cosas antes de ponerse a escribir. ¿Qué era lo que sabías en un principio?

-Solo tenía una imagen parecida a la de la tapa de la novela, una adolescente sentada en el banco de una iglesia que tiene algo que produce angustia, y otra imagen de algo que se cae y se rompe que no sabía qué era. Sí sabía que era una historia de hermanas. Como me sucede siempre, comencé a pensar en esas imágenes, en qué les pasaba a esas hermanas. Por distintas circunstancias, no pude ponerme a escribirla a los dos o tres meses de que surgieron esas imágenes. En ese tiempo empecé a tirar de los hilos y pensé que iba a haber un solo narrador, que era Lía, pero sentí que no me alcanzaba. Decidí entonces que la iba a estructurar con distintos narradores, pero no como en Rashomon en que todos los narradores cuentan lo mismo desde su propio punto de vista, sino a la manera de una carrera de postas: uno le pasa la posta a otro. Alfredo es el encargado de darle un final a la novela a través de una carta que en realidad fue escrita antes. Y tampoco se sabe si Alfredo sabe todo y lo calla porque es horroroso y quiere que su hija y su nieto puedan tener una vida posible. Dejé que es lo dedujera el lector, aunque como narradora tengo mi hipótesis.

-¿Cuál es?

-Que lo sabe, pero que si lo dijera todo, la vida de Mateo sería muy difícil. En la novela se dice que a veces uno llega hasta determinado lugar pero no puede dar el paso siguiente. Creo que los personajes que quedan vivos tienen elementos para dar el paso siguiente, pero ellos determinan si lo van a dar o no. Tuve que pensar mucho cuándo revelaba determinadas cosas. En el capítulo de Marcela el lector puede tener la impresión de que allí se reveló todo. Ponerlo en el medio podía hacer que el lector se preguntara qué más le van a contar. Eso está hecho a propósito porque lo que queda por contar es aún más horroroso de lo que pasó en el relato de Marcela.

-La novela va más allá de un policial. Describe la hipocresía de un sector de la sociedad.

-Creo que el policial ha ido corriendo sus límites Ya no se trata de preguntarse quién es el asesino. A veces lo que importa es el crimen que se esconde detrás del crimen. Hace 30 años se produjo una muerte y este policial viene a revelar qué es lo que se esconde detrás. En el policial clásico el crimen se investiga en el mismo momento en que se cometió. Aquí hay que remontarse 30 años atrás para revelar la verdad.

-Vos naciste en una familia católica, fuiste a un colegio de monjas y dejaste de creer. ¿Cómo fue ese proceso?

-Básicamente, acepté que no creía. Me parece que lo que tenía no era fe, sino temor reverencial a Dios. Temía que si no creía me podía pasar algo.

-¿Y qué te hizo aceptarlo?

-Cuando a mis 26 años se murió mi papá, que en ese momento era lo peor que me podía pasar, dejé de tener miedo. Y cuando se cae el miedo, te sentís desnuda frente a un espejo para preguntarte ¿yo creo de verdad o lo que tengo es miedo? De todos modos, aceptarlo lleva un tiempo porque seguís haciendo cosas dentro de la religión.

-¿Cuáles?

-Bauticé a mis hijos, los hice tomar la comunión. Pero hasta ahí llegué. Reconozco que no creer te deja más desamparado ante los enigmas de la vida, frente a la enfermedad, frente a la muerte…Me pregunté entonces si tenía derecho a hacer que mis hijos sean ateos. A los 26 años lo peor que me podía pasar era que se muriera mi papá. Pero luego, cuando tenés hijos, empezás a temer cosas relacionadas con ellos y reaparece el miedo. Me pareció que lo mejor era darles una religión que es la única que yo conozco, la católica, y que después decidieran ellos.

-¿Y cuál fue el resultado?

-Hicieron la primera comunión y punto.

-A veces la religión está ligada a las tradiciones familiares y por eso es difícil renunciar a ella.

-Sí, a mí me encanta que sea Cuaresma para comer empanadas de atún y guiso de bacalao, porque el olor de ese guiso y esas empanadas tienen que ver con mi abuela, con mi madre y con ese momento del año. Puedo, por supuesto, comer eso cuando quiera,  pero hacerlo en Cuaresma tiene que ver con las tradiciones, con los ritos familiares, con el hecho de que se juntaba toda la familia, los tíos y los primos. Para mí los ritos son importantes, tienen una función, pero eso no me obliga a creer. 

Catedrales seguramente va a producir una reacción negativa en ciertos sectores ligados a la Iglesia. A eso se suma tu militancia a favor de la despenalización del aborto.

-Sí, es que la forma en que la Iglesia se mete en temas que son seculares, en la vida de las personas, me produce irritación. Me irrita cuando un obispo opina sobre el derecho de las mujeres. Esas cosas fueron convirtiendo mi falta de fe en algo más militante.

Tu novela, dijiste en una entrevista, es sobre la hipocresía. En este caso, de un grupo católico,¿Pero esa hipocresía no está en todas las familias, en toda la sociedad?

– Claro, la hipocresía se adquiere en la familia y se practica en la sociedad. Si en mi novela hay un culpable es, precisamente la sociedad. Y en una sociedad no son todos católicos, hay de todo. Esa sociedad también condena a muchas mujeres por cosas por las que no deberían ser condenadas.

-El evangelismo le ha ganado terreno al catolicismo. ¿Sigue manteniendo su poder intacto?

-Todas las religiones lo tienen de distinto modo. Pero el evangelismo, del que estudié bastante por El reino, la serie que estoy haciendo con Marcelo Piñeyro, es más rígida en algunos conceptos, pero también más amable con los fieles. Te promete cosas en el mundo terrenal. Además, si sos “una buena persona”, te rescata y te ayuda. Por eso avanzó más que el catolicismo. En cuanto a las mujeres, creo que nuestra lucha es más con el catolicismo como institución que con los fieles. Cuando los obispos salen a hablar, deberían dirigirse sólo a sus fieles. De lo contrario, nos involucra a todas en determinadas normas que a mí no me rigen, por más que digan que hablan desde la bioética o desde la filosofía y no desde la religión. Eso es mentira, siempre hablan desde sus prejuicios religiosos. Desde Occidente miramos extrañados fanatismos de otros lugares, pero nosotros también tenemos fanáticos. Y te puedo asegurar que la violencia que yo viví, tanto en el 2018 como después del discurso de Alberto en el Congreso, es de fanáticos. Puse en las redes sociales algo así como “que emoción, la ley sobre el aborto se mandará en diez días al Congreso” y me contestaron con cruces, vírgenes, me dijeron “asesina, ojalá te mueras”, “ojalá tu madre te hubiera abortado”, “andate a la recalcada concha de tu madre”….Y uno se pregunta ¿esto es la religión?

-Es increíble que se digan esas cosas en nombre de la vida y el amor.

-Hay otra gente que escribe de manera más amorosa tratando de convencerme de que no sea atea. Me pregunto si yo fuera católica me escribirían pidiendo que me pase al judaísmo, al budismo o al protestantismo. Es impactante que no se respete el hecho de no tener fe.

-Con esta novela las reacciones van a ser muy fuertes.

-Sí, ayer me mandaron una nota del diario La Capital de Mar del Plata que habla de la vuelta al oscurantismo y pone mi foto como si fuera una bruja de Salem. Me parece bueno que estas cosas salgan a la luz porque cuando están tapadas son más peligrosas. Saber que el autor de ese artículo piensa esa barbaridad, a mí me sirve porque me protejo.

-¿Te afectan estas cosas o estás curtida?

-Algo curtida estoy, pero no es fácil tolerar que tras la discusión acerca del aborto te manden fotos de bebés ensangrentados o de un Falcon verde y la leyenda “¿te olvidaste de que te podemos pasar a buscar? Por suerte, eso se compensa con otras cosas: gente que te agradece cosas, que te manda buena onda.

Creo que Catedrales está emparentado con Las viudas de los jueves, no por la temática, sino porque desnuda la realidad de un determinado sector social.

-Sí, creo que Catedrales corre un velo sobre temas como el celibato y las consecuencias que ha traído. Que los religiosos no puedan tener pareja ha sido uno de los grandes problemas de la Iglesia. El abuso, la pedofilia también tienen que ver con la hipocresía de una institución. Cuando se votó la ley de divorcio, la Iglesia llegó a excomulgar a diputados que votaron a favor. No sé hasta dónde llegará ahora.

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