Columna de opinión, por Pablo Herrero Garisto*

Carlos fue y es una figura central dentro del movimiento GLTB argentino y latinoamericano. Fue una persona que vivió, literalmente, para la comunidad. No había días festivos ni horarios. El teléfono de Gays DC -Gays y Lesbianas por los Derechos Civiles- estaba abierto las 24 horas. Ante una situación de injusticia, de arresto arbitrario o razias policiales, él se movilizaba e iba a donde hubiera que ir. Puso el cuerpo como pocos lo pusieron.
El uso político que hizo Carlos de los medios de comunicación nos ayudó a muchxs a reconocernos. A darnos cuenta que no éramos monstruos antinaturales que teníamos que vivir en una isla aislados, como proponía el cardenal Quarracino durante los años ´90. Salvando la figura de Carlos y su activismo, con sus contradicciones y aciertos, algunxs sentimos la necesidad de compartir ciertos interrogantes que nos interpelan ante la inauguración de la estación de Subte que lleva su nombre.
Estas preguntas nos surgen de nuestra propia militancia, tanto en el ámbito de los derechos humanos, del activismo GLTB, como de la izquierda o el campo nacional y popular: ¿Qué conlleva poner el nombre de un activista como Carlos, que prácticamente no tenía bienes, a una estación anclada en el corazón de uno de los barrios más caros y paquetes de la ciudad?
La esquina de Avenida Santa Fe y Avenida Pueyrredón es uno de los tradicionales lugares de levante gay. Pero de cierto gay: blanco, de clase media, despolitizado, con poder adquisitivo para vacacionar todos los años en el exterior ¿Esto es lo que se buscar reforzar y homenajear con el lugar elegido?
¿Por qué no se decidió poner su nombre a una estación de Subte de un barrio popular? ¿O a una biblioteca en la Villa 31? ¿O a una escuela en Villa Soldati? ¿Por qué se vuelve, una y otra vez, a reforzar los estereotipos de cierta gaytud instalados y aceptados por el status quo y promocionados constantemente por los medios masivos de comunicación?
Esto no sólo abre el debate sobre una cuestión de clase y forma de vivir la gaytud, que muchxs universalizan como si fuera la única opción, sino también sobre las políticas de memoria hacia adentro de nuestra comunidad y los usos que se hacen de ésta. Nadie puede hablar en nombre de Carlos, sencillamente, porque él ya no está físicamente entre nosotros. Pero sí se puede bucear en su historia militante y dar cuenta de sus acciones ante determinadas coyunturas y situaciones.
Carlos no fue políticamente correcto. Iniciarle en pleno menemato una querella judicial al poderoso cardenal de Buenos Aires por discriminación habla de ello. O encadenarse frente a la Nunciatura Apostólica para que la Iglesia deje de impulsar políticas discriminatorias contra lxs GLTBs. O visibilizar políticamente su condición de HIV+, junto a su hermano Roberto, cuando la peste rosa inundaba de miedo a la sociedad. O dar la discusión para incluir a las travestis como actoras políticas de la comunidad, cuando muchos homosexuales las veían como «hombres disfrazados de mujeres y no querían siquiera articular con ellas para la marcha del orgullo.
Tenía una visión de construcción del movimiento. Se podía estar de acuerdo o no, pero no se podía negar su visión política movimentista. Esto lo llevo a trabajar junto a algunos organismos para incluir las demandas GLTB dentro del movimiento de derechos humanos. ¿Cómo se podría compatibilizar hoy, con una avanzada represiva sobre la sociedad en su conjunto y especialmente sobre mujeres, feministas y GLTBs, esa visión irrestricta de defensa de los derechos humanos que tenía Carlos? ¿Cómo, frente al gobierno que inaugura la estación con su nombre y al mismo tiempo hace del negacionismo su principal bastión de memoria sobre el Terrorismo de Estado?
Hoy, las políticas de hambre, ajuste y represión están golpeando fuertemente a parte de nuestra comunidad. Y caen con mayor fuerza sobre quienes nos atrevemos a levantar nuestra voz para denunciar esas políticas y salimos a las calles a luchar articulados con otros sectores que resisten la avanzada neoliberal.
Frente a un gobierno cuya mayoría de legisladores votó en contra de la ley de matrimonio igualitario e identidad de género y que reprime a quienes nos negamos a encajar en los moldes preestablecidos social y culturalmente para gays, lesbianas, travestis y trans que no protesten, exijan ni molesten, decimos: ¡No en nuestro nombre!
No toda la comunidad GLTB avala un Carlos pintado de amarillo. Ni que el gobierno de Cambiemos -tanto a nivel local como nacional- se lave la cara con esta inauguración mientras nos sigue hambreando, ajustando y reprimiendo.
El 24 de marzo nos vemos en las calles: ¡Son 30.000 y fue genocidio!
*Militante de Derechos Humanos / Activista gay
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