David Lebón dio un show de casi tres horas en el Movistar Arena y sigue extendiendo el mejor momento de su carrera

Por: Gustavo Sarmiento

El cantante, guitarrista y compositor se presentó ante un lleno total. No faltaron invitados ni homenajes en una noche plena de emoción.

Como lector a veces pienso: de qué me sirve leer una nota sobre un recital que ya pasó y que no pude ver. Como redactor, el desafío genera más impotencia. Así que la decisión pasa por tomarlo como un puente –en términos ceratianos–, y que ese Movistar Arena en el que más de diez mil personas abrazaron a David Lebón el sábado por la noche sirva como un paso más para convalidar la enorme figura del guitarrista y cantante, gema fundamental del rock nacional, y también (por qué no) revalidar y volvernos a convencer de que no somos un país de mierda, que tenemos (y tuvimos) enormes artistas, y que la cultura no sé si salva pero sí acompaña a transitar momentos, nos libera, y nos conecta con algo más allá.

Apenas quince minutos después de las 21, aparece el primer sonido en el escenario. No es David, sino Leandro Bulacio, su tecladista principal y director musical. Empiezan los suaves acordes, a tono con la esencia del actor principal, que ahora sí se hace presente, vestido enteramente de blanco. Como una fiesta. Su fiesta. Porque realmente es una celebración. El tercero es Alex Musatov, el violinista invitado, clave esta noche para darle un sonido y potencia especial al show. Los riff son parte estructural de la cosmovisión leboniana (habría que preguntarse por qué cada vez hay menos riff en la música nacional), y cual símbolo del acto identitario, lo primero que suena es un riff.

“Es que estuve contigo soñando y sabía que éramos uno”. Lo primero es No Seas Dura, donde se deja traslucir una inquietud que ronda a David hace años: el paso del tiempo. “No corras al tiempo, él te ganará”, dice. Habrá algunas menciones en las más de dos horas y media de show hacia la finitud de la vida, a vivir el hoy. Y entonces, se une el concepto y llega el tema que despierta los primeros aplausos, en una celebración que fue menor a mayor en la intensidad y la recepción de un público que arrancó más quieto y tranquilo: Cuánto tiempo más llevará.

Es imposible no pensar en el presente. Las buenas canciones son las que perforan generaciones. “Ilusiones, letras de cristal/Simulando que sabés adónde estás/Algunos dirán: ‘qué viejo que estás’”. Un David que ya en 1981 percibía algo sobre el tiempo, y lo que hacemos con lo que dicen que somos. Podríamos preguntarnos, de paso, cuánta ignorancia corre hoy por la ciudad, por la gente, por el país.

Sigue otra canción del disco Peperina, quizás el favorito de la vida artística de Lebón junto con Pescado 2 y su primero solista: En la vereda del sol. Ver la fiesta desde afuera. Buscar la emoción verdadera. Ir en busca de ese tiempo perdido. Y salir a ver la calle.

“Oh no mi amor, yo no quería verte triste”, canta David en la siguiente canción. Ahí es la primera vez que aparece el nombre del show en las pantallas: Herencia. Es el calificativo que eligió para titular su último álbum discográfico (Herencia 3). Una exhibición para que veamos cuáles son (algunas de) las herencias que lo atravesaron. Un gesto de amor, de exponer el cuerpo y alma (qué es sino eso el arte) y su historia personal. Pero lo que vemos no es la herencia musical que lo marcó, sino él mismo proyectado como nuestra herencia. Una de las tantas que tenemos en nuestra música.

En tiempos donde parece querer sepultarse pasados en los que estuvimos mejor. En tiempos de traders, escaneos de iris, individualismos, esquemas ponzis, en los que la vida parece tratarse solo de dinero y finanzas, bien vale tomarse unas horas de nuestras vidas para recordar que este país está lleno de herencias extraordinarias que nos forjaron, nos formaron y nos hicieron mejores. Y David es una de ellas.

“Supuestamente no tenía que hablar todavía”, desliza entre leves risas. Eso le sirvió para desahogar y descomprimir a un Lebón que arrancó nervioso y visiblemente molesto por problemas de sonido, que incluso llegaron a afectarle un poco la voz. De acá en más, a partir del contacto con un público que le devolvió la primera ovación, todo será para arriba hasta cerrar un recital de enorme calidad, belleza y virtuosismo.

“Los quiero muchísimo con toda mi alma. No tengo palabras”. Y acota: “Lo único que existe que siempre nos va a hacer bien es el amor. Este planeta fue hecho de amor. No tengamos miedo, seamos nosotros mismos. Respiremos. Y los que no quieren…no sé, es complicado, lo único que quiero es darles mi corazón, y después me llevo un poco… Hace un mes que estoy nervioso”.

Sigue “Ese tren”, de Serú 92, la fallida vuelta que, sin embargo, es reivindicada en el recital con más de un tema (sonarán Mundo Agradable, condenada por el histórico spot de Romay; y Nos Veremos Otra Vez). En la pantalla se ve un cartel de ruta, como el que marca cuántos kilómetros faltan para cada pueblo. En este caso los pueblos son las bandas que integró: Pescado Rabioso, Polifemo, Serú. La primera fue Pappo’s Blues donde llegó a tocar la batería. Que los próceres del rock hayan querido formar banda con él habla de una magnitud inconmensurable. Y de que él también lo es.

“Voy a encontrar lo que siempre quise ver”, sigue cantando David. “Siempre mirar lo que nadie quiere ver” (una frase que hace recordar a Cinema Verité). “Te quiero desear que todo en tu vida vaya bien”. Aprovecha a saludar a su familia, pieza esencial de su vida. Y siempre se destaca Pato, su compañera, su sostén, su manager. “Mirá qué linda canción”, esboza cuando lee lo que viene en la lista de temas. Se lo dedica: “Para Pato”. Llega el primer momento de pantallas de celulares al aire, que ya hace años reemplazaron a los encendedores. Esperando Nacer, también del disco Peperina. La “Oh Darling” del rock nacional. El sumun de la composición conjunta entre Charly y David. Siempre pensé que la mejor frase es la de la cara de jarrón y el mundo de clichés. Pero ahora en el recital resaltan otras: “Tengo la esperanza de encontrar un sonido y un amor tan grande que te pueda mover. Escribiendo frases para poder creer (…). Te imaginas el lamento, de la gente y su manual, de las cosas que nunca fueron”. En tiempos opresivos, el arte es también creer en algo.

Lebón y su banda en vivo.
Foto: Prensa

Hace pocos días salió publicado el libro “Serú Girán, la entrevista imposible” (Vademécum), que rescata la historia de la entrevista que le hicieron dos estudiantes en 1988 a los cuatro Serú, y que estuvo perdida por décadas. Allí Pedro Aznar dice que Esperando Nacer era su canción favorita del grupo. Lebón nombra a Mendigo en el Andén.

Y añade: “Serú, en el sentido que hablábamos antes de los Beatles, era un grupo que no tenía muchos temas que no te gustaran. Eso era lo que yo notaba, yo ponía un disco de Serú y no era que salteaba un tema para escuchar el otro, sino que realmente todo tenía que ver. Tenía lindas melodías y yo siempre digo que Charly es el rey de los estribillos, o sea, que los estribillos eran siempre muy bellos y todos los temas se preparaban muy bien. No se podría elegir uno. Podría elegir un montón que me gustaron. Hasta ‘José Mercado’, que era medio un chiste, tenía sus cosas: era muy divertido y estaba bien grabado, bien pensado. Pienso que había un manejo inteligente sobre las letras que era importante. Yo me di cuenta hace muy poco de eso, no podés estar todo el tiempo contando cosas o tratando de enseñar, sino buscar un equilibrio. A la gente le encantaba escuchar qué era lo que decía Serú y eso era una cosa que copaba mucho en el público. Pasaba también con Sui Generis, pero a otro nivel. Serú era más completo”.

Llega el momento de presentar a “un amiguito que toca bastante bien. El Señor Alambre”. Seguirá un largo segmento del recital con la guitarra y los solos como protagonistas junto a invitados. “Tengo algo que decirte antes de que salga el sol”, suena. Alambre (González) es alabado por David, porque “no le importa nada, solo quiere tocar”. Y remata: “Algunas cosas no se venden. Alambre toca, no se vende”.

Suena Mundo Agradable. “Quiero darme libertad”. Da para pensar en que no nos roben palabras. Que “libertad” vuelva a ser lo que era. David es también libertad. Llega Luz Gaggi de invitada, surgida de La Voz. Hacen “Frecuencia modulada”, otro temazo de Serú, de La Grasa de las Capitales. ”Nuestro cielo siempre estuvo más allá. Tanta música absurda, es mejor que comiences a hablar. Si en la música que escuchas ya no hay vida, si la letra ya no tiene inspiración, si aunque aumentes el volumen ya no hay fuerza, son los tiempos que están huecos de emoción”.

David vuelve a alegrarse con la enorme convocatoria, y su nerviosismo latente. “Con Serú llenábamos River, yo (hoy) soy solito. Les agradezco la cantidad enorme de gente, algo está sucediendo”.

Sigue Serú: Encuentro con el diablo. Tema que, según el mito del rock nacional, evoca el encuentro de ellos con un asesor del dictador Viola, cuando los militares quisieron “acercarse” a la juventud. Y una más, para deleite del público (“Al fin una canción para gente de mi edad”, dirá David con su humor característico): San Francisco y el Lobo, las heridas que no sanarán jamás y el miedo que será mi hogar. Todo dicho y cantado en 1979. A no olvidar. Una enseñanza que deberían dejarnos gente como David y Charly es no tener miedo, ser feroces, un rayo en la oscuridad. San Francisco además tiene esa cuota de misticismo, religión y fe, que hasta hoy acompaña a David. Mencionará en más de una ocasión al “creador”.

Entonces Lebón lo ata a Blackbird. Otra herencia de su vida. Él vivió en Estados Unidos, vio a los Beatles a los 12 años. Como para graficar de qué hablamos, llega “El tiempo es veloz”, quizás su mejor canción solista. “No ves que todo va, todo creciendo hacia arriba”. Y disculpen, pero con una sobrina fallecida hace poco más de un mes, la letra para quien escribe retumba más en la oscuridad de la sala.

De nuevo la finitud del tiempo. “Cuando deje el cuerpo y tenga que irme, que ya tengo el ticket… vivir y estar, es parte de la vida, lo que pasé por acá es pura felicidad”, trasluce el cantante y guitarrista que el 5 de octubre cumplirá 72 años. Y le dedica un segmento del recital a su “hermano, amigo del alma”. El señor Carlos Alberto García (Moreno). Charly está presente en todo el show. Mucho más que cualquier otro. Días atrás, contó David que participó en dos canciones del nuevo disco de García, La Lógica del Escorpión, que tendría fecha de salida inminente. Aunque como con el periodismo, con Charly también hay que usar siempre el potencial.

Ahora lo más llamativo y cautivador es a quién convoca Lebón al escenario para rendirle el homenaje a su hermano del alma: es Carmelo, un niño de 9 años. Enorme virtuosismo al teclado. Interpreta Peperina solo. Luego se suman su padre Palmo Addario en guitarra, y David pasa a la batería. Hacen Pubis Angelical, instrumental del primer disco solista de Charly, en cuya grabación estuvo invitado “El Ruso”.

David se emociona con el niño. Quizás piensa en su familia, en sus hijos, en él de chico, tocando la guitarra en Estados Unidos, soñando con llenar estadios como lo hacían los Beatles. Quizás piensa en el futuro, en que no todo está perdido. Más allá de su esencia blusera, a Lebón siempre le gustó fusionar, conocer las novedades musicales. Así, emulando lo que publicó en Herencia 3 (nominado a Disco del Año), convoca a un trío electrónico compuesto por Nico Sorín, Hernán Jacinto y Gabriel Pedernera. Hacen No Soy un Extraño: “Desprejuiciados son los que vendrán, y los que están ya no me importan más. Los carceleros de la humanidad no me atraparán dos veces con la misma red”.

Lebón, sus músicos y el saludo final.
Foto: Prensa

Se olvida unas líneas de la canción. Nadie se lo reprocha, obvio. “Qué papelón, desde los 14 que toco… esos son los grosos, jóvenes, locos y lindos”, y señala arriba como mirando al Olimpo del Rock Nacional. “Este prometo que lo canto bien”, avisa. Y viene Desarma y Sangra, donde vuelve a destacarse el violín. Quizás el tema que mejor retrata la opresión del pueblo en años de plomo y desapariciones, la tragedia operística de la Argentina.

Llega un tema “que David adora –anuncia su primera guitarra, Dhani Ferrón–. Por la historia”. Sube Luis Salinas, otro duelo de guitarras, esta vez acústicas, hacen Layla de Eric Clapton. Junto con Something son dos de las mejores canciones de amor del rock, y ambas fueron a la misma mujer: Pattie. Primero, pareja de George. Luego de su mejor amigo, Eric. “Me crié en Estados Unidos y a veces me dan ganas de cantar cosas que escuché allá. Lo escuché a Clapton y dije: ‘guau, quiero tocar como él’. Nunca lo logré”, acota entre risas. La herencia es él.

Igual Clapton estará presente en su carrera y su discografía. La cita más literal es el riff de Dos Edificios Dorados. Una de las canciones favoritas de Charly, que el ex líder de Sui Generis y La Máquina de Hacer Pájaros estaba tocando en la sala de grabación hace 23 años cuando entraron y le avisaron que acababan de derribar las dos torres gemelas. Esa canción, sin embargo, hoy no suena. El show parece buscar la esencia más serúgiraniana de Lebón. De sus primeros años solo aparecen un puñado como Copado por el diablo y Despiértate Nena, en una enorme versión junto a Baltasar Comoto, justo después de la siempre encantadora Puedo Sentirlo con su “hola, como estás, sos feliz?”.

Cuenta David: “Esta (señalándose la cabeza) hace mucho ruido. Amémonos. Y sino separémonos. Pero bien. Sentir es lo más impresionante de todo”. Está feliz. Con ese nerviosismo del chico que se presenta por primera vez en público, feliz.

Aparece otro enorme tema de La Grasa, en esa seguidilla de canciones que hablan del personaje que se suicida en plena dictadura: Noche de perros. “No estás solo si es que sabes que muy solo estás, no estás ciego si no ves dónde no hay nada”. Baltasar, de nuevo tan eximio como eléctrico.

“No llores por mí Argentina” resalta la labor de Daniel Colombres en batería y Dhani Ferrón en voz. Hay otro músico silencioso que se debe destacar: Roberto Seitz, en bajo. No es nada fácil ser bajista de Lebón, si se tiene en cuenta que vas a tener que hacer el bajo de temas de Serú…

Después de la presentación de la banda, llega una aclaración del partenaire: “Estamos en Argentina. Mucha gente dice que deberíamos gastar menos plata. Ahora se dicen esas cosas. Pero no se conoce… realmente es muy difícil para las salas de ensayo, y a partir de ahi todo lo demás. No tenemos la producción de ‘Megajet’». Entonces vuelve sobre la finitud de la vida, la muerte que no percibe tan lejos. Pero antes dice que quiere cumplir un deseo: “Que mi nieto, que tiene ahora 3 meses, me diga ‘te quiero abuelo’. Con eso estoy”.

Últimas tres canciones, “porque necesito descansar”. Seminare, que no por ser hit tiene liviandad compositiva. Junto con Eiti Leda fueron las dos canciones principales del primer disco de Serú, craneado en Buzios (Brasil) entre él y Charly. Cuando apenas tenían 25 años. Sumaron a Pedro y a Moro. Creyeron que traían a la Argentina lo mejor de la música. Pero acá la cosa estaba pesada. Debutaron con mal sonido en Obras, durante un evento organizado por la fundación de Genética Humana que presidía la mujer del dictador Videla.

Quisieron hacer sátiras con un tema disco, llamado Disco shock. Fueron bastardeados por la crítica. “Coros hermafroditas”, rotuló la crítica. El público no pareció entender. Entonces decidieron que la clave era arrancar de abajo. Salieron en moto Charly y David a pegar carteles. Un ciclo en el Auditorio Kraft que empezó a cautivar y a mostrarlos en su esencia. La fuerza del vivo. Y La Grasa de Las Capitales, que demostraría que la banda había dejado atrás la playa paradisíaca de Buzios para meterse en la densidad de una Buenos Aires trágica con cicatrices cívico–militares que perduran hasta hoy.

Es inevitable pensar que solo con Seminare muchísimas bandas harían una carrera entera. Acá es solo una canción más de un repertorio que desborda historia, talento, emoción. Que hablan de Lebón, de la Argentina, de nuestra música, de nosotros. Y la herencia de alguien que está ahí frente nuestro, vivo de felicidad, con ganas de abrazar y decir: “Si debes ser fuerte en estos tiempos, para resistir la decepción. Nos veremos otra vez”.

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