La desigualdad social también se ve en el acceso a los espacios verdes

Por: Federico Trofelli

Un Atlas de Fundación Bunge & Born apunta que 1 de cada 4 personas de menores ingresos no cuenta con uno cerca. Cuáles son los peores distritos del país. El concepto "10-minute walk".

Pasaron cinco años de la pandemia y el mundo no es un lugar mejor. Mucho menos la Argentina. Sin embargo, de manera inequívoca, la convivencia con el virus planteó la importancia de los espacios verdes públicos, cuyo acceso por parte de los diferentes sectores de la población podría ser la llave para reducir las desigualdades sociales. Tras advertir las consecuencias de la cuarentena en la salud física y mental de las personas, la Fundación Bunge y Born elaboró el Atlas de Espacios Verdes en Argentina que brinda un diagnóstico en tiempo real de las principales urbes donde la brecha suele ser más notoria. La cuestión no es solo cuántos m2 verdes hay en una ciudad, sino cómo están repartidos. El concepto clave es el originado en la Unión Europea: “10-minute walk”. Del Atlas se desprende que 1 de cada 4 personas con menores ingresos no cuenta con un espacio verde cerca.

Estanislao Pahn, licenciado en Geografía por la Universidad de Buenos Aires y parte del equipo que trabajó en el Atlas, dimensionó la problemática al recordar la anécdota de los runners que coparon los parques apenas se liberaron ciertas actividades en el ASPO: “Quedó en evidencia que el acceso a espacios verdes públicos en las grandes ciudades argentinas era desparejo. Había zonas con oferta adecuada, grandes parques, bien equipados, de buena calidad y con gran espacio para desarrollar todas esas actividades; y otras zonas bastante más alejadas, que el acceso era más difícil y que inclusive a veces había que tomarse transporte público para llegar”.

El tiempo en los espacios verdes

Si bien nunca se plasmó en un documento formal, a la OMS se le atribuye la recomendación de al menos 10 metros cuadrados de espacio verde por habitante, aunque ONU-Hábitat llegó a hablar de la meta ideal de 50 metros cuadrados por persona para ciudades saludables y sostenibles. Recientemente, este paradigma fue puesto en duda. La simple ecuación de sumar estos predios y dividirlos por la población, no se traduce en que todos vayan a tener las mismas posibilidades de acceso. La clave está en la variable tiempo.

“Para medir accesibilidad estimamos isócronas (distancia que se puede cubrir viajando por determinado tiempo) de diez minutos a pie en torno a cada radio censal de la ciudad”, se desprende del Atlas que abarca unas 155 localidades las cuales conforman los 32 grandes aglomerados urbanos del país. Los mencionados radios censales son las unidades geográficas oficiales más pequeñas en la Argentina: contienen unas 300 viviendas, y cuentan con datos demográficos detallados gracias al Censo Nacional.

Pahn, quien fuera analista de políticas públicas en diferentes ministerios del gobierno de la provincia de Buenos Aires, cree que Argentina está bien posicionada en comparación con el resto del mundo, aunque aclara que las generalidades son injustas: “El promedio nacional de tiempo de acceso a espacios verdes no está mal, es de más o menos 5 minutos, lo cual está en línea con las recomendaciones de distintos organismos: algunos hablan de 5 minutos, otros de 10 y otros de 15”.

Sin embargo, “las principales conclusiones del trabajo son que el acceso a espacios verdes en Argentina está lejos de ser el ideal, porque cambia mucho según cada lugar –analizó Pahn–. Hay ciudades que tienen buenos promedios y que están relativamente bien equipadas, mientras que otras tienen mayores dificultades. El problema más estructural es que el acceso difiere mucho según el nivel económico de la población”.

Las personas con menos ingresos viajan aproximadamente un 60% más para llegar a un espacio verde que las clases más acomodadas. Además, de ese universo más postergado, el 25% no tienen un espacio verde a menos de 300 metros. El Atlas detecta estas zonas en el mapa con un color rosado, mientras que los lugares más cercanos tienen un tono violeta.

En apariencia, algunos núcleos urbanos del país parecen contar con un privilegiado pulmón verde. Pero el trabajo de la Fundación Bunge y Born reveló que es disfrutado por pocos. “La cuestión de la desigualdad la vemos a partir del tiempo promedio que tarda en acceder a un espacio verde una persona del decil más bajo de ingresos contra el decil más alto de ingresos. En algunas ciudades esa diferencia es bastante más marcada. Por ejemplo, en el Gran La Plata, el promedio para el decil más alto es de 4 minutos mientras que para el decil más bajo es de casi 15”, subrayó Pahn.

En ese mismo grupo de ciudades se encuentran los aglomerados Rawson-Trelew, Santiago del Estero-La Banda, o Gran Resistencia. Suele pasar que las zonas más antiguas de estas ciudades están mejor planificadas con sus espacios verdes bien definidos. Luego, la construcción desmedida y la urbanización sin un diseño claro generaron entramados más desorganizados donde los servicios colapsan y apenas se rescata la construcción de algunas plazas. Ejemplos son el Conurbano bonaerense, Formosa, Corrientes o Resistencia. Como contrapunto, se ubican aglomerados como Concordia, Viedma-Carmen de Patagones o Bahía Blanca-Cerri.

Masa verde-Masa construida

Tiempo consultó al arquitecto y urbanista argentino Jorge Mario Jáuregui, quien hace décadas vive en Río de Janeiro, Brasil, y acaba de publicar su cuarto libro, Naturópolis, donde aborda cómo se conjuga el entramado urbano con los espacios verdes. “La palabra ‘aglomerados’ refleja bien eso que llamamos ciudades, que son realmente un amasijo de mineral y vegetal. El lugar donde se tiene la experiencia directa de la relación masa verde–masa construida. Hay ciudades donde esa relación es aceptable, y en otras no –expresó con simpleza–. Utilizo un concepto de un pensador de origen indio, Ailton Krenak, llamado ‘Florecidade’, que implica la búsqueda de una forma de hacer ciudad que respete la naturaleza y los ciclos ecológicos, pensando la existencia en comunidad, buscando reconstruir algún tipo de conexión profunda con lo que va quedando de naturaleza”.

Jáuregui, quien además es docente de la Universidad de Morón y uno de los responsables del programa Favela Barrio, que urbanizó y resignificó decenas de barriadas de Río, destacó la importancia de poder contar con el Atlas para “que el ‘ratio’ de la relación masa verde–masa construida se modifique a favor de la disponibilidad de más pulmones verdes en las ciudades y más espacio público de calidad para el ciudadano, con condiciones adecuadas de protección del medio ambiente y seguridad de las personas. Es lo necesario en este momento histórico, sabiendo que en el 2050 el 70% de la población del planeta vivirá en ciudades».

Para el especialista se “torna imprescindible reintroducir naturaleza en la ciudad, a todas las escalas. De lo micro a lo macro. Y la tecnología junto con la ‘inteligencia humana’, pueden ayudar para eso”.

Las ciudades de 15 minutos

“Las ciudades de 15 minutos” es una de las tendencias más extendidas a nivel mundial en cuanto a los centros urbanos del futuro. La alcaldesa de París, Anna Hidalgo, fue su impulsora. “Es un concepto que tiene que ver con la mixtura de usos, entre los cuales está el espacio público, pero también el trabajo, la salud, el ocio, los lugares de cuidados, la educación y demás, todo a 15 minutos, como para generar centros alternativos y que la gente no se mueva todo el tiempo a una sola zona central de la ciudad”, analizó Fernando Bercovich. En esa línea, destacó que la sociedad ahorraría en transporte y habría menos impacto ambiental, ya que la idea es priorizar el uso de la bicicleta o transporte público.
En referencia a CABA, el sociólogo y urbanista precisó que en un principio, “al menos discursivamente» el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires había impulsado esta idea, “pero no lo veo hoy en la agenda local. En este momento no veo ninguna política que tienda hacia ese lugar, aunque me parece algo totalmente deseable”.

Foto: Alejandro Kaminetzky / ACUMAR
En Capital Federal los más perjudicados están en el sur

La Ciudad de Buenos Aires tiene un total de casi 15 millones de m2 de espacios verdes para tres millones de habitantes, lo que da un promedio de unos 5 m2 por persona. Bastante lejos de los 13 m2 de Nueva York o los 30 m2 por habitante en Bruselas. De todas maneras, ese espacio verde es disfrutado de manera desigual. “Los radios censales con menor acceso a pie a espacios verdes coinciden en general con los barrios donde se concentra la mayor cantidad de personas con ingresos bajos”, señaló el sociólogo especializado en urbanismo, Fernando Bercovich.
“Si se observa el mapa del Atlas la mayoría de los radios censales rojos (los más perjudicados) están en las comunas del sur y en las comunas del oeste más pobres, como Liniers y Mataderos. En las del norte, los radios censales rojos coinciden también con algunos barrios populares como el barrio Padre Mujica”, describió Bercovich quien adujo que esto está vinculado a que las obras de reurbanización no contemplaron “en su medida justa la construcción de espacios verdes de calidad y son barrios donde hay mucha densidad de población”.
El Atlas grafica “la distribución territorial de la pobreza, la población pobre en la Ciudad de Buenos Aires coincide justamente con la escasez de espacios verdes públicos. Esto tiene que ver también con las prioridades de planificación urbana, con una decisión política y, si se quiere, también ideológica, sobre a qué población beneficiás más y a cuál no tanto. En este caso, claramente hay un sesgo de clase en las decisiones”.

Campo-ciudad Vs. ciudad-naturaleza

El arquitecto y urbanista Jorge Jáuregui asegura que “los espacios verdes urbanos deben ser no solo para ‘oxigenar’ la vida en las ciudades y servir de lugares de encuentro y ocio, sino también como espacios productivos con huertos horizontales y verticales, que también sirven para crear un nuevo paisaje ‘urbanorural’”. En su último libro, Naturópolis, se explaya sobre “lo rurbano”, en donde “las periferias de las grandes ciudades tienen un gran papel a desempeñar. No va más la antigua relación campo-ciudad, sino una ciudad-naturaleza”.

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