Diccionarios, una excusa literaria

Por: Mónica López Ocón

Andrés Neuman acaba de publicar Barbarismos, un diccionario que relee en clave personal, a la vez poética y satírica, las acepciones consagradas. El autor se inscribe así en la tradición de Bierce, Flaubert y Bioy Casares que supieron encontrarles sentidos nuevos a las palabras viejas.

«Me atraía el diccionario en  tres o cuatro palabras», dice el poeta José Pedroni en Mi primera novia. Se refería a la ceremonia de iniciación literaria en materia escatológica y sexual que solía darse hacia el final de la infancia antes de que la curiosidad producida por la revolución hormonal pudiera satisfacerse a través de Internet. Así, ese libro intimidante que, por lo general, padecía de un severa elefantiasis al punto de que a veces su cuerpo se desdoblaba en varios tomos, no era la tumba de las palabras ni el cementerio de la lengua que algunos ven en él, sino un espacio excitante en el que se registraban vocablos prohibidos. Muchos escritores conservaron la fascinación infantil por el diccionario. Pablo Neruda le dedicó una oda en la que dice: «Diccionario, no eres /tumba, sepulcro, féretro,túmulo, mausoleo, /sino preservación, /fuego escondido, / plantación de rubíes, /perpetuidad viviente/ de la esencia, /granero del idioma.» Otros, en cambio, en señal de admiración, decidieron reescribirlo permitiéndose la subjetividad creativa en sus acepciones convirtiéndolo así en un género literario con reglas tan estrictas como las de la novela negra o las del soneto.

El caso más reciente es el de Andrés Neuman, que en Barbarismos (Páginas de espuma) «interviene» algunas entradas del Diccionario de la Real Academia Española con el mismo espíritu creativo con que en 1919 Marcel Duchamp intervino réplicas de la Gioconda. José María Merino dice en el prólogo: «Calificar como barbarismo el conjunto de definiciones que el intrépido aventurero del logos Andrés Neuman recoge en este libro, acaso sea su barbarismo inaugural, sustantivo, medular.» El final del prólogo no desentona en absoluto con el carácter lúdico de este diccionario sui generis. Luego de alabar la creación del autor, declara: «Y quiero terminar confesando que me crearía graves problemas de conciencia aceptar que las definiciones de Andrés Neuman pudiesen terminar sustituyendo a las que están autorizadas por el Diccionario de la Real Academia Española, venerable institución a la que pertenezco. Las cosas como son.»

A las virtudes del texto enumeradas por Merino –por ejemplo la agudeza «para mostrarnos cómo numerosas palabras pueden esconder sorprendentes atavíos bajo la apariencia que las envuelve en su capa cotidiana»– se suma un logro que no es menor. Neuman consigue que un diccionario abandone su carácter de libro de lectura intermitente, para ser leído de corrido como una obra de ficción o un ensayo, lo que podría considerarse como un interesante caso de travestismo literario. Otro de sus méritos es el humor. Para muestra bastan unas pocas entradas: Anal. Acto de confianza entre dos personas, paradójicamente cometido a espaldas de una de ellas. Autoayuda: Subgénero literario cuya misión es socorrer financieramente a su autor. Aventura: Trivialidad narrada mucho tiempo después. Baño: biblioteca sin prestigio. Bípedo: criatura que hubiera preferido volar. Cunnilingus: clásica lengua oral. Jacuzzi: bañera con pretensiones. Jardín: bosque cobarde. 

Barbarismos pertenece a una tradición genérica que ha tenido cultores mucho más escasos que la narrativa o la poesía. Un autor paradigmático de este género es Ambrose Bierce, escritor y periodista estadounidense que comenzó publicando definiciones satíricas en diversos medios entre 1881 y 1906 y cuya recopilación se conoce hoy como Diccionario del Diablo. En la Argentina tuvo una traducción nada menos que de Rodolfo Walsh. Estas son algunas de las entradas de su diccionario: Armadura, s. Vestimenta que usa un hombre cuyo sastre es un herrero. Audacia, s. Una de las cualidades más evidentes del hombre que no corre peligro. Batalla, s. Método de desatar con los dientes un nudo político que no pudo desatarse con la lengua. 

Gustave Flaubert se propuso, según sus propias palabras, hacer un libro en el que se encontrara, «por orden alfabético, sobre todos los temas posibles, todo lo que es necesario decir en sociedad para convertirse en una persona decente y amable». Estos son algunos de los dardos que dispara en su sarcástico Diccionario de lugares comunes. Academia Francesa. Denigrarla, pero tratar de ingresar a ella si se puede. Curas. Habría que castrarlos a todos. Se acuestan sus criadas y tienen hijos a los que llaman sobrinos. Es lo mismo: también hay curas buenos. 

El rebuscamiento lingüístico de políticos y periodistas impulsó a Adolfo Bioy Casares a publicar en 1978 el Diccionario del Argentino Exquisito. Algunos de los atentados a la lengua que él señalaba entonces han terminado por imponerse, como la palabra evento, que Bioy define como «acontecimiento, suceso, espectáculo previsto o imprevisto». Seguramente, de haber vivido lo suficiente como para escuchar al presidente actual, hubiera recogido en su diccionario una verdadera perla del vocabulario macrista, la palabra emprendedorismo. «

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