Una investigación de la UNSAM presentada en la Cámara Baja revela un mayoritario rechazo y caracteriza el fenómeno.

La jornada fue impulsada por la diputada del Frente de Todos, Florencia Lampreabe, quien advirtió que la idea de presentar este estudio es que el tema «no quede preso de la polarización política» y que sea «un llamado a un debate amplio que convoque a todos los sectores políticos para poder limitar estos discursos de odio y establecer una base de convivencia democrática entre todos y todas».
La presentación estuvo a cargo de Ipar, director del LEDA, que viene estudiando desde 2020 los discursos de odio en la esfera pública digital. Según la UNSAM, se llama así a «cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y o la violencia hacia una persona en función su pertenencia a un grupo religioso, étnico, racial, político, de género o cualquier otra identidad social». Estos discursos «generan un clima cultural de intolerancia y odio, y en ciertos contextos, pueden provocar prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas».
En el último año y medio, el equipo realizó una encuesta nacional de 3100 casos, armó un archivo con antecedentes legislativos, formó 30 grupos de discusión, realizó entrevistas en profundidad a usuarios «intensos» de redes sociales, construyó un primer Data Set con 1500 enunciados de odio y entrevistó a referentes de la juventud de todo el arco político.
La encuesta determinó que el 56% critica y desaprueba los discursos de odio, mientras que el 17% es indiferente y el 26% promueve y aprueba. Entre estos últimos, los grupos etarios que reproducen más esos discursos son los “Millennials», de entre 25 y 40 años (31%), y los «Centennials», en la franja de 16 a 24 años (26%). Para Ipar, esto se explica por la frecuencia de uso de las redes sociales pero también por un motivo socioeconómico: «Es la generación que está padeciendo de manera más directa malestares con la economía en general, y con el mercado de trabajo en particular. Este tipo de adhesiones a discursos que tienen un lado de autoritarismo social, de agresividad, son como una descarga a esos malestares».
El investigador también explicó que «el primer rango» como «objeto» de discurso de odio son los políticos. En el ranking de menciones también aparecen los delincuentes, los sindicalistas, los periodistas, los «negros, villeros y planeros» y quienes usan el lenguaje inclusivo. «Aparecen muchas cosas interesantes pero hay una que nos llamó la atención y es que el sesgo de género en los discursos de odio es notable: el 74% corresponde a mujeres y el 17% hombres», apuntó.
En el final, Ipar sostuvo que los discursos de odio son «el material más ácido y corrosivo de lo que se conoce como la cloaca de la esfera pública digital» y consideró que «es un problema muy significativo porque genera procesos graves de radicalización de autoritarismo político y social. Pero también hay daños que todavía no registramos, por eso es un problema acuciante hoy y lo va a ser más mañana».
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