Javier Milei transita la mitad de su mandato y no estamos ante una etapa de modernización, sino de un reordenamiento regresivo que rompe el equilibrio básico de la cadena productiva y consolida una distribución negativa del ingreso.

Lo que muestran los datos relevados por la Mesa Agroalimentaria Argentina (MAA) junto con los aportes del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) es un proceso de deterioro productivo, comercial y social que expresa una definición política clara sobre qué modelo de agro se prioriza en la Argentina.
Desde nuestro lugar entendemos que este período estuvo marcado por una serie de decisiones que alteraron profundamente las condiciones en las que producen miles de pequeños y medianos productores. La combinación de caída de precios en origen, aumento sostenido de costos, apertura importadora y atraso cambiario configura un marco que favorece a los sectores más concentrados y deja en situación crítica a quienes producen alimentos para el mercado interno.
El informe da cuenta de un fenómeno que venimos señalando desde el inicio de esta gestión. Mientras algunos segmentos orientados a la exportación lograron sostener o incluso mejorar su posición relativa, las economías regionales que garantizan el abastecimiento cotidiano registraron pérdidas de rentabilidad, reducción de productores activos y crecientes dificultades para sostener niveles básicos de inversión. Ese proceso no ocurre en el vacío sino que es el resultado de un modelo que tiende a concentrar la producción y debilitar la base productiva territorial.
El caso del sector porcino resulta ilustrativo. Entre octubre de 2023 y octubre de 2025 la importación de cabezas de cerdo se multiplicó por casi siete mientras desaparecieron 279 productores. Al mismo tiempo el promedio de cabezas por productor aumentó un 20 por ciento.
Desde nuestra mirada estos datos no reflejan eficiencia ni modernización sino un reordenamiento regresivo del sector donde menos actores concentran más producción y muchos quedan fuera del sistema.
Una dinámica similar atraviesa a la cadena yerbatera. La caída del precio real de la hoja verde, muy superior a la baja registrada en góndola, derivó en una participación del productor en el precio final que tocó mínimos históricos. Cuando señalamos este dato no lo hacemos solo desde una lógica sectorial sino que advertimos que se rompe un equilibrio básico de la cadena y se consolida una distribución regresiva del ingreso que vuelve inviable la continuidad de miles de familias productoras.
En el complejo vitivinícola el aumento de los costos internos y la apreciación del tipo de cambio real profundizaron las asimetrías existentes. Aunque la mayoría de los viñedos son pequeños la superficie productiva se encuentra fuertemente concentrada. En este contexto los productores de menor escala enfrentan una presión creciente que pone en riesgo su supervivencia. Desde la UTT sostenemos que esta tendencia no es inevitable sino consecuencia de un marco de políticas que no distingue entre escalas ni cumple un rol equilibrador.
El sector frutihortícola sintetiza buena parte de las tensiones actuales. Los precios recibidos por los productores evolucionaron por debajo de la inflación mientras los costos de insumos y logística continuaron en alza. Incluso en actividades donde crecieron las exportaciones como peras y manzanas los precios en origen no acompañaron ese desempeño. Desde nuestra experiencia territorial esto se traduce en márgenes cada vez más estrechos y en una creciente dependencia del endeudamiento para sostener cada campaña.
El llamado por algunos economistas como “atraso cambiario” terminó de cerrar este cuadro. Con precios internacionales relativamente estables y costos internos en alza la brecha entre lo que se invierte y lo que se factura se amplió peligrosamente. Márgenes nulos o negativos caída de la inversión y endeudamiento creciente ya no son excepciones sino parte del funcionamiento cotidiano del sector.
Desde nuestra perspectiva estos dos años dejaron una enseñanza política clara. Sin un Estado que reconozca las diferencias de escala y el rol social de quienes producen alimentos el mercado tiende a expulsar a los más débiles y a concentrar la renta. El abandono de fincas que ya se registra en distintas regiones no es solo un problema productivo sino una señal de alerta sobre el futuro del empleo rural las economías regionales y el acceso a alimentos.
El debate que se abre no es meramente sectorial. Lo que está en discusión es qué tipo de entramado productivo necesita la Argentina y qué lugar ocupan en él quienes garantizan día a día la comida en la mesa de millones de hogares.
*Expresidente del Mercado Central, coordinador nacional de la UTT y de la Mesa Agroalimentaria Argentina.
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