En una entrevista reciente, Alvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia, definió a las luchas políticas como luchas por el sentido común. Y ¿qué es el sentido común? Nada más y nada menos que “el orden del mundo escrito en la piel de las personas”: símbolos, lógicas, órdenes morales e instrumentales que orientan nuestra vida cotidiana sin necesidad de pensar en ellos. Que nos permiten ubicarnos y actuar en nuestra sociedad.
La batalla cultural es mayor que la batalla electoral, porque es cotidiana y nunca termina, es una tarea permanente de construcción y deconstrucción. Su materia prima es el sentido común. Ese sentido común que Cambiemos moldeó durante varios años y donde siguen conviviendo hiperindividualización, meritocracias asimétricas, aspiraciones, miedos sociales, jerarquías restauradas, desprecio por lo colectivo, aprecio por la desigualdad y por quienes la garanticen.
Un sentido común persistente y conservador que no se irá, mágicamente, aunque el macrismo se vaya del gobierno. Las PASO mostraron, y en mayor medida octubre también lo hará, que ese sentido común que permitió la depredación de nuestra sociedad hasta colocarnos al borde del abismo, todavía sigue permeando a amplios sectores de nuestra sociedad.
García Linera observaba que muchas veces en la historia latinoamericana, los proyectos progresistas o populares han logrado importantísimas victorias en momentos en los que cierto “viejo sentido común” se quiebra, falla y habilita así la irrupción de nuevas narrativas, de nuevos “sentidos comunes parciales”. Momentos a veces sorpresivos, donde la lucha política e histórica se condensa, y se concreta el éxito en la batalla electoral.
Pero los tiempos de los cambios sociales suelen ser más lentos que los tiempos de los cambios políticos. Y suele suceder que cuando se disipa la efervescencia de la victoria política y la sociedad retorna a su cotidianeidad, aquel viejo sentido común tiende a resurgir, si es que las fuerzas progresistas o populares no logran permearlo. Porque el viejo sentido común es más complejo, más sólido, más conservador que las narrativas parciales de las fuerzas de cambio.
A ese viejo sentido común que identifica García Linera, y que en la Argentina fue la argamasa del cambio cultural del macrismo, hay que transformarlo para sentar las bases de los cambios del futuro. Y para hacerlo, primero hay que aceptarlo, entenderlo, interpretarlo. Nunca negarlo o menospreciarlo.
Esa será una de las tareas más importantes del Frente de Todos: irradiar, como fuerza triunfante, cambios en ese viejo sentido común; permear ese orden del mundo escrito en la piel de parte de los argentinos y argentinas, como tan hermosamente definió García Linera. Caso contrario, aquél probablemente volverá a cobrar fuerza.
La batalla cultural es la batalla más difícil. La conquista del sentido común es cotidiana y nunca termina, y por lo tanto, es más ardua y más ampliaque el éxito electoral. Esa batalla será uno de los grandes desafíos del Frente de Todos. Y del futuro de todos nosotros.
(*) Socióloga, Investigadora del CONICET. Autora de ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos, Siglo XXI Editores, 2019.
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