El hombre que supo capitalizar las provocaciones y la incorrección política

Por: Iván Gajardo

El candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, rompió todos los moldes y estilos conocidos hasta ahora, mezcló desafíos de alto calibre, disparó a diestra y siniestra comentarios xenófobos, homofóbicos y misóginos, se enfrentó a los medios y a su propio partido, para -paradójicamente- capitalizar la cólera del electorado y mostrarse como un formidable animal político.

Nacido en una familia de clase media el 14 de junio de 1946 en Queens, en Nueva York, Trump se licenció en 1968 en Economía Financiera por la Universidad de Pensilvania, para iniciar de inmediato su vida laboral como obrero en la empresa de su padre, que finalmente heredó (a los 28 años), y a la que le imprimió un giro con el que terminó dominando el negocio inmobiliario.

En 1971, se instaló en Manhattan, donde encabezó grandes proyectos inmobiliarios que incluyeron la adquisición del Penn Central (el gigante de los ferrocarriles), cuya quiebra le permitió hacerse del espacio donde construyó su Centro de Convenciones y la construcción en la Quinta Avenida de la famosa Torre Trump, la insignia de su marca.

Tuvo tres matrimonios, en 1977 (con Ivana Zelnickova), en 1993 con María Maples y en 2005 con la eslovena Melania Knauss, cinco hijos y siete nietos.

Trump debió sobreponerse a varias quiebras, la primera de ellas en 1992 justo después de su divorcio con Ivana y una más en 2004.

Se declaró protestante, como reveló en una entrevista en abril de 2011, en el programa 700 Club, donde el controvertido magnate dijo, además, tener «una buena relación con la Iglesia Cristiana».

Si bien en declaraciones a la prensa aludió a su posible candidatura en 2000, 2004 y 2012, y para gobernador de Nueva York en 2006 y 2014, ninguna de estas candidaturas se concretó hasta el 16 de junio de 2015, cuando oficializó su precandidatura en su ciudad natal, Nueva York.

Menos de un año después de esta estentórea entrada en la politica directamente en la carrera a la Casa Blanca, habiendo dejado atrás una campaña en que se enfrentó a medios, periodistas y políticos -incluso con sus correligionarios-, Trump se convirtió en el candidato natural del Partido Republicano para las presidenciales del martes.

Al principio nadie le otorgaba la menor posibilidad, pero a punta de declaraciones chocantes, y descalificaciones varias, Trump fue renaciendo cual ave fénix, para modificar los vectores de la campaña política en curso, dar un vuelco al estilo que históricamente éstas tuvieron, y demostrar su capacidad para lucrar como nadie hizo antes con las provocaciones y lo políticamente incorrecto.

Tiene varios libros publicados, entre los que destacan «Así llegué a la cima» (2005) y «Queremos que seas rico» (2009), todos muy famosos en el ambiente de los aspirantes a millonarios.

Sin embargo, seguramente el que mejor explica los insólitos recovecos de su campaña actual es «El arte del acuerdo» (1987), un «best seller» que en uno de sus capítulos, llamado «Cómo manipular a la prensa», detalla consejos tales como «privilegiar la controversia» y sugiere utilizar términos punzantes y frases poco concretas, además de apelar siempre a las fantasías de las personas.

Trump, que hasta ahora nunca ocupó un cargo público y contribuyó tanto a campañas de candidatos republicanos como demócratas, evidenció la utilidad de estos consejos cuando dudó públicamente, en abril de 2011, de la nacionalidad de Barack Obama, así como que sus calificaciones fueran lo suficientemente buenas para ingresar a la Harvard Law School.

Sus comentarios disruptivos -que le aseguran una cobertura mediática que sus oponentes envidian- abarcan toda la agenda política y social estadounidense: ante el extremismo prometió «prohibir la entrada de los musulmanes a Estados Unidos», ante la inmigración, construir un muro en la frontera «que deberán pagar los mexicanos», y aseguró que «destruirá» sin compasión al grupo islamista radical Estado Islámico (EI).

Calificó al presidente ruso, Vladimir Putin, como «un «líder», señaló que el «concepto de calentamiento global fue creado por los chinos», y sin tapujo alguno calificó a Hillary Clinton de «mujer asquerosa» que «miente como una loca» y «fue vergueada» por Obama en 2008.

Asimismo, tildó de «idiota» a la clase política que dirige el país, se enfrentó duramente a los medios de comunicación, azuzó los perores miedos de los estadounidenses y prometió «hacer al país grande de nuevo», su eslogan de campaña.

Por doquier lanzó insultos a sus rivales: Ted Cruz es un tipo «desagradable», que «a nadie le cae bien», un mentiroso que flirtea con Wall Street, mientras Jeb Bush es «realmente patético» y «falso».

Todo este discurso anti-stablishment, que mezcla una retórica nihilista, anarquista y contestataria es recibido por millones de estadounidenses, afectados por la globalización y que se sienten traicionados por las élites políticas.

«Creo que el principal problema de este país es ser políticamente correcto. Si no te gusta lo que digo, lo siento, yo no tengo tiempo para lo políticamente correcto» señala Trump, una frase que condensa lo esencial de su estilo y explica gran parte de su retórica explosiva.
Toda su filosofía comunicacional se basa en la premisa de que «toda cobertura es positiva, incluso la negativa», como sugiere en su «best seller».

A pocos días de las elecciones, los sondeos parecen respaldar esta hipótesis.
Ninguno de los comentarios políticamente incorrectos que integraron el núcleo de su polémica campaña parecieron afectarlo en lo más mínimo, y el promedio de encuestas del sitio Real Clear Politics sigue mostrando una diferencia de apenas 2 o 3 puntos, un empate técnico que mantiene el escenario eleccionario abierto.

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