Maratón de 35 temas en cuatro horas de show. Ponche sónico de ácido lisérgico, actitud de garage, pogo y baile en trance hasta el final de la noche.
Con tres discos en su mochila – Esto es lo que obtenés cuando te cansás de lo que ya obtuviste, El sonido del éxtasis y No hagas que me arrepienta, lanzado en noviembre del pasado año–, los Winona son promesa, revelación y nueva cosa seria (y deforme) de la música contemporánea de estas pampas. Dosis desparejas de actitud sucia y desprolija, ponche sónico de ácido lisérgico, pogo, baile en trance y más. Secreto a voces, la banda nacida y criada en el lejano oeste del Conurbano promete un viaje de cuatro horas. ¡Treinta y cinco temas hasta la medianoche y más allá! En el oeste está el agite. Ajustate el cinturón.
Winona Riders despega con una versión extendida de “Abstinencia” pero en realidad el cuerpo empieza a flotar alto con “Antón” y Catalán”. En el centro del escenario pelado, con aleteo hipnótico, el panderetista Gabriel Torres Carabajal parece levitar.
Tan de repente llegan “¿Así que te gusta hacerte el Lou Reed?”, “Falsos reyes”, “Bailando al compás de las armas» extendidas”. También el body surfing: la polaroid de las piernas con botas texanas flotando sobre brazos y cabezas es digna de un cuadro hiperrealista de Dan Witz.
“Stooges? Velvets? Spacemen?” Las preguntas sin respuestas están tatuadas en las remeras de la hinchada. La masa se agita con “A qué suena la revolución”, “Buscando una nueva sensación” y otros… Con los seis Winona acoplados al Sindicato del Drone en una vuelta por el universo psicodélico.
Hay truenos y descargas eléctricas con “Falso dotex”, “Dorado y púrpura” y el aura stoner de “D.I.E. (Dance In Ecstasy”). Un paseo por el lado salvaje entre humo de mariahuana. Te empuja el guitarrista y cantante Ricardo Morales desde las tablas. Se suman la pared que sostiene todo: Francisco Virili con su bajo pesado y el baterista inquieto Francisco Cirillo.
Y tan de repente llega el krautrockero de “Dopamina”, con un mar picado en el campo, que ahora es un tsunami de pogo y mosh. Ritual, girar, tormentas. “Otra vez / Veo en dos / Éxtasis / ¿A quién engaño?”, agita sacado el cantante y guitarrista Ariel Mirabal Nigrelli. Maremoto.
Justos homenajes con cameos de Jesus and Mary Chain en “No hagas que me arrepienta” y de Primal Scream durante “Antes de que el diablo llegue a casa”. Se baila fuerte, con el templo del rock devenido en rave.
El fin de fiesta es pasada larga la medianoche, con “V.V.”, antihit punk rabioso dedicado a la vicepresidenta Victoria Villarruel. Negacionista full time, la libetaria disfrutó del aprecio del dictador Jorge Rafael Videla, a quien visitó con frecuencia antes de que muriera en 2013, sentado en un inodoro del penal de Marcos Paz. Versos del terror: “Y ya me imagino tu cena familiar / Con tu papi, Cozzani y Etchecolatz”.
El ruido y la furia se apaga con “Joel”. En el campo alguien grita antes de salir al mundo exterior: “¡Te amo, Winona!”.
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