También toca darse un momento para revalorar la imperfecta democracia que se ha podido, que se ha sabido construir.
¿Sensaciones?
Nervios. Incertidumbre. Tensión. Angustia. Desasosiego. Miedo. Ansiedad. Desolación. Desesperanza. Resignación. Ciclotimia. Preocupación. Incredulidad. Desesperación. Cautela. Depresión. Pesimismo. Enojo. Indignación. Temor. Bronca. Desazón. Agotamiento. Apatía. Cansancio. Hartazgo. Tristeza. Confusión. Escepticismo. Amargura. Furia. Perplejidad. Depresión. Terror. Pánico.
Lanzo la pregunta al mar de las redes sociales: «Estoy re manija». «Prefiero fingir demencia». «Una montaña rusa». «Me siento contracturado». «Me siento horrorizada». «Me siento bipolar». «Me siento inestable emocionalmente». «En estado de negación». «Insomne». «Apocalíptica». «Desanimado con todo». «Hipomaníaco». «Con vómitos». «Con arritmias». «Con dolor de estómago». «Abrumado». «Enloquecida». «Un clima de caos». «No soporto más la psicosis». «¿Tendremos futuro?». «¿Cómo llegamos a esto?». «Ansiedad con picos de taquicardia». «Quiero saber YA el resultado, no soporto más». «Siento vértigo del que te marea». «Esperanzapánico». «Quiero llorar». «No paro de llorar». «Quiero dormir después de votar y despertar el lunes». «Casi devastada». «Con palpitaciones». «Sumida en el absurdo de estos tiempos». «El mal humor social está en todas partes». «Quiero cuidar la salud mental, pero se hace muy difícil». «Alto jaleo emocional». «Con ataques de pánico». «Siento que retrocedimos 40 años». «Es una pesadilla». «Me siento en el país del nomeacuerdo».
Alguno asume total indiferencia.
Otros: ilusión, esperanza, confianza.
«Optimismo irracional como mecanismo de defensa». «Optimismo patológico». «Optimismo cauteloso». «Casi como con el Mundial». «Quiero creer en mi país». «Estoy expectante». «Me siento animado». «Va a primar el instinto de conservación». «Se viene el batacazo».
Así estamos. Así llegó el día. Como cada cuatro años, hay que elegir. Por convicción, o por el mal menor. Contra el mal mayor.
Ya atestiguamos el desfile y la competencia de los presidenciables, las peleas partidarias, los heridos que se quedaron en el camino. Los (inesperados) ganadores y perdedores. La aparición de nuevas estrellas de la política local. El ocaso de viejas estrellas de la política local. Las divisiones y las reconciliaciones. Las treguas. Los sobrevivientes. Los oportunistas. Los mercenarios. Los que nunca pierden. Los que siempre pierden.
Ya quedó atrás el baldazo de agua helada de las elecciones primarias. Ya pasaron las campañas. El desfile de candidatas y candidatos en canales de televisión, radios, diarios, redes sociales, streaming, podcast. Los spots. Los afiches en las calles, los debates, los actos en estadios, plazas y auditorios. La competencia por ver quién junta más gente, como si eso todavía ofreciera alguna certeza. Igual que las desprestigiadas encuestas. Las burlas por ver quién habla peor, quién se equivoca más, quién miente más. Quién sonríe más, quién simula mejor. Los memes, las operaciones, las filtraciones de grabaciones ilegales y manipuladas. Los gritos, los insultos, las agresiones y las descalificaciones. Las promesas. Los escándalos, la especulación financiera, la profundización de la crisis, la inflación, la devaluación y la pobreza. La incesante y peligrosa degradación del debate público.
Ya vimos que sí se podía terminar con la grieta. Ahora ya no son dos. Son tres. Siempre se puede empeorar.
Ya hicieron su tarea las micromilitancias. Las y los ciudadanos que escriben mensajes electorales a mano o en computadora y los fotocopian y los reparten entre los vecinos o en el metro o los pegan en los ascensores o en donde pueden; o que se autoconvocan en asambleas en las plazas o que hablan con otros para tratar de convencerlos de que voten con amor al país, no por odio a los políticos.
El plazo se cumplió.
Hoy toca desayunar, reconfirmar el lugar de votación, pasar a comprar facturas o bebidas a los funcionarios de mesa. Hacer la fila. Aplaudir a los votantes que debutan en las urnas. Elegir la boleta. Depositar el voto. Y esperar. Sobre todo, esperar.
Distraerse. Acompañarse. Abrazarse. Controlar la taquicardia mientras se dan a conocer los resultados de unas elecciones teñidas de singular incertidumbre y de riesgos infinitos.
También toca darse un momento para revalorar la imperfecta democracia que se ha podido, que se ha sabido construir. Más en este país. Aquí, votar en paz tiene un mayor sentido. Por eso, más allá del desenlace, recordemos que las luchas colectivas persisten.
A pesar de todo.
Seguimos.
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