En el nombre de Francisco: la despedida de un pueblo al Papa plebeyo

Por: Nicolás G. Recoaro

La Plaza de Mayo fue el epicentro de una peregrinación que recorrió distintos puntos de la Capital. Los testimonios de sus feligreses que vinieron de todos los rincones del país.

“Iglesia en la calle”. Las palabras del papa Francisco flamean tatuadas en un cartel sobre la Avenida de Mayo como prólogo. Se hacen carne frente a la Catedral Metropolitana de Buenos Aires en la mañana prístina del último sábado de abril. Laburantes, estudiantes, cocineras de los desfinanciados comedores populares, curitas villeros de zapatos salpicados por el barro de la historia, pibes del suburbio que le dan batalla a los venenos de la adicción, devotas mujeres trans, fieles militantes de base, católicos de a pie y hasta ateos creyentes en un mundo más justo se congregan en la misa callejera. Ceremonia del adiós para despedir a Jorge Mario Bergoglio, el hombre nacido y criado en el barrio Flores, hecho Papa en el Vaticano, que en paz descansa.

Desde los pagos de la patrona de la Argentina se arrimó al ágape Pato. Sobre sus espaldas carga una imagen de la Virgen de Luján. Es peregrino. Setenta y cinco kilómetros caminó desde el lejano oeste para despedir al pontífice: “Somos gente de fe y vine a pata para decirle adiós a un hombre de fe que defendió a los más humildes, al pueblo trabajador, que pateó todos los barrios populares. Estoy triste por su partida, pero Francisco nos dejó una gran lección: hay que ser buenas personas. Mejores padres, mejores hijos, mejores amigos, mejores vecinos, mejores luchadores. Eso nos enseñó”.

La virgen de Pato está decorada con estampitas, florcitas de cartulina y un cartel que le manda fuerzas a Pablo Grillo: “Estuvimos rezando en la puerta del hospital hace un par de semanas. Ese día Pablo movió las manos. Seguro los médicos lo ayudaron un montón, pero también nuestras oraciones. Ya te dije, la fe mueve montañas, manos, al pueblo que sigue luchando”.

Hagan lío

Lisandro tiene un techo gracias a Francisco. Poco antes de que arranque la misa comandada por el arzobispo Jorge García Cuerva, el pibe matancero de 19 pirulos pispea el cielo otoñal, bucea en su memoria y recuerda el milagro: “Yo andaba en la mala vida, con problemas de adicción, perdido. Nadie me ayudaba. Hacía lío, pero del malo, mi amigo. Hasta que un día me acerqué al Hogar de Cristo que fundó Francisco, ahí en La Matanza. Encontré una familia, un trabajo, una casa, una segunda oportunidad para vivir con dignidad”. Le pregunto si sigue haciendo lío. El morocho levanta una bandera a la victoria con el rostro del padre Mugica: “Seguir adelante es hacer lío, obrar con el corazón”.

A pasitos de los humeantes puestos de chori del Cabildo, los vendedores ambulantes están en su salsa y el paso de los fieles activa el infinito pregón intermitente de la venta: “¡¡¡Hay bandera del Papa!!! ¡¡¡Hay bandera del Papa!!!”. También comercian, en súper oferta, la blanca-amarilla del lejano estado Vaticano. Los dealers cuentan que la venta viene floja. No hay plata.

En la Plaza de Mayo, se ven remeras con la cara de Francisco, posters con la cara de Francisco, gorros con la cara de Francisco, libros con la cara de Francisco y hasta un muñeco gigante de Francisco que aguarda ansioso el inicio de la ceremonia religiosa. Desde anoche espera paciente Alejandro, misionero arrimado desde los márgenes de Avellaneda. Contra viento y marea del temporal, estoico, hizo la vigilia hasta el alba con sus cumpas: “Es inevitable que no estemos tristes, pero la sensación es de que Francisco está en el corazón del pueblo. Nos guía desde arriba y nos da fuerzas para seguir trabajando por los que más necesitan una mano”.

Militante de base, Alejandro dice que, frente a la cultura del descarte que golpea al pueblo en los tiempos libertarios, no hay que poner la otra mejilla: “Entender que otro país, que otro mundo es posible. El cambio viene desde abajo, desde el pie, desde el pueblo. Milei no es el representante del pueblo, es un títere de los poderosos. Francisco estaba en la otra vereda, con los más necesitados, con la Iglesia en la calle, porque ahí se juega el futuro”.

Foto: Antonio-Becerra-Pegoraro

San Lorenzo y San Francisco

Católico, cuervo y peronista. Esa es la santísima trinidad en la que cree Claudio. Se le pianta un lagrimón cuando habla del “Santo” más famoso de la Historia. “Estuve en Roma, en enero, bastante cerca, y también lo vi en la capilla del club, cuando venía a bautizar a los jugadores. Era un crac, incansable, tenía más polenta que el Gringo Scotta”, dice don Claudio.

Cuando Francisco fue elegido Papa, el hombre festejó más que con el título de la Libertadores. Deja un deseo para el partido chivo que está jugando la Argentina: “Que nuestro país, como la Iglesia, tienen que ser de todos. Sin distinciones sociales, de género, sin odio, sin broncas con el prójimo. Un país con todos adentro, sin descartes”.

La hermana Christer es franciscana. La religiosa colombiana recita un rosario de piropos al recordar a Francisco cerca de la Pirámide de Mayo: “Vivió el Evangelio de la entrega, con palabras y acciones para ayudar al otro. Abrió puertas sin mirar a quién. A los migrantes, a los desechados, a los olvidados”.

La señora Carmen coincide con la religiosa. Migrante boliviana, vino desde el Bajo Flores, tierra santa de la obra humanitaria del Papa. Doña Carmen tiene una sonrisa blanca como salar del Altiplano. Cuenta que llegó a Buenos Aires hace 20 años atrás desde la Villa Imperial de Potosí y se radicó en la estigmatizada Villa 1-11-14: “Fue todo muy duro, caballero, harto trabajo para salir adelante. Y ahí estaba Francisco y su obra, sus curas, sus iglesias, siempre con los brazos abiertos para ayudarnos, sin discriminar”. Antes de partir para comulgar, recuerda el primer viaje de Francisco como Papa. A Lampedusa, para dar su palabra de aliento a los migrantes africanos que buscaban cruzar el cementerio del Mediterráneo y alcanzar un futuro mejor en la opulenta Europa. “Migrar no es un delito, es un derecho –dice don Carmen–. Eso también nos enseñó Francisco”.

Es palabra de Francisco

Urbe et orbi, desde los parlantes se escucha la homilía de García Cuerva: “Hoy lloramos porque no queremos que la muerte gane. Lloramos porque se murió el padre de todos. Lloramos porque ya sentimos en el corazón su ausencia física. Lloramos porque nos sentimos huérfanos”. Luego, el obispo cita un tango de Gardel, en homenaje del tanguero Bergoglio: “Lloramos porque no terminamos de comprender ni de dimensionar su liderazgo mundial, lloramos porque ya lo extrañamos mucho y no queremos que nos pase lo que cantaba Gardel en uno de sus tangos, ‘las lágrimas taimadas se niegan a brotar y no tengo el consuelo de poder llorar’. Al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar”.

Nataniel escucha atento el mensaje que llega desde el altar: “Se lloró mucho esta semana en la parroquia, en Soldati, de donde vengo. Francisco, cuando era Bergoglio, venía a lavar los pies de los vecinos, de los que estábamos en problemas, y eso no se olvida. Hoy somos todos Francisco”.

Nancy también es de Soldati, labura en el Hogar de Cristo y da una mano en el Club Virgen Inmaculada. Recuerda que el Papa iba en el Premetro hasta el barrio y tomaba mate antes de dar misa: “Cuando me enteré que era Papa, no lo podía creer. Un amor de persona, entregado a dar una mano a los descartados, cómo decía. Francisco me recuerda a Jesús, porque él salió a buscar a los mal mirados, a nuestros pibes, a nuestras familias, por eso acá estamos”.

“Amén” es la palabra que cierra la despedida oficial frente a la Catedral. Pero la celebración de la vida y obra de Francisco recién comienza. Se comparte el pan nuestro de cada día y se peregrina por las estaciones de su obra eterna en la ciudad de la furia porteña. No hay un coro de ángeles. Estallan los parches en un combate de los bombos populares en la Plaza de Mayo. Se canta y se baila. Ceremonia plebeya para despedir al monarca de Roma, el Papa del pueblo.

Gladys agita un ramito de crisantemos cuando arranca la peregrinación. Vecina de Caballito, sigue al Papa desde Cemento. Curtió mil y una misas de Bergoglio en la Catedral de Flores: “Era demasiado humano, simple, un pastor con olor a oveja. Estamos muy tristes, pero a la vez felices, porque está en el cielo. Desde ahí nos va a cuidar”.

Parte la caravana en procesión para Constitución, Barracas, el sur olvidado y más allá. Pero antes, las fuerzas del pueblo juntan las manos. Como vos querías, Francisco. Rezan por vos.

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