En tiempos de oscuridad, liberar las palabras nos libera

Por: Stella Calloni

Cuando la palabra es apropiada por quien la usa, sin conocer sus luces y sus fuegos,  deja de ser lo que era cuando tenía su propia música. En este mundo cada vez más caótico violento y deshumanizado se le da voz y palabra a los que utilizan el caos, para encubrir los saqueos, se les da voz al violento para sembrar el miedo, mientras  se le apaga el sonido universal y único al mensaje esperado de la paz y para esto se necesita apagar y desaparecer la cultura de los pueblos.

En tiempos en que la palabra es manipulada, encerrada en los campos de concentración del pensamiento y especialmente del creativo y crítico, debemos abandonar la defensiva y darle auténtica vida a la palabra resistencia. 

No podemos aceptar que nos impidan  percibir el sonido, la sonoridad de las palabras que nos renacen en forma permanente y encienden las luces de todas las asociaciones que el universo nos permite.

No puedo evitar pensar cómo y cuándo apareció el primer sonido gutural del hombre en las cavernas, y en las primeras palabras que se tejieron como se teje un telar. Es imposible imaginarlos, como imaginar que  vivimos en el planeta tierra simplemente mantenidos  sobre el globo terráqueo gracias a la ley de gravedad. De lo contrario estaríamos flotando en el universo, como si nadáramos en el mar.

Pero no son tiempos de disquisiciones cuando tenemos que reflexionar  e ir al rescate de las palabras saqueadas, como nos saquean los recursos naturales, como saquean la naturaleza, como intentan desaparecer nuestras culturas para que mediocres amorales puedan acumular fortunas, los mismos para quienes las palabras moral, amor, solidaridad, libertad, paz, igualdad no existen.

“Escribir es un oficio. Un arduo trabajo metódico” que es necesario “para pulir las palabras como piedras hasta llegar a la belleza”, recordó alguna vez el ahora largamente ausente poeta Vicente Zito Lema.

Pulir la palabra, embellecerla es algo a lo que debemos regresar en estos tiempos, porque eso nos lleva a resistir la desaparición de nuestras culturas milenarias, paridoras de  voces y distintas lenguas.

La palabra también mata

Son tiempos éstos de  entender que la palabra también mata y  es utilizada para esconder al mundo crímenes brutales bajo envolturas de mensajes muy bien calculados. Las  palabras son claves en diseños de guerras reales y cibernéticas, con comandos especializados, con criminales atípicos, que no llevan armas sino discursos mediáticos, tan destructivos como un misil. 

Los generales mediáticos y sus soldados, bien pagados y alimentados por la corrupción, son la avanzada primera de las tropas de ocupación.

Académicos, escritores, periodistas, todos deben entender la responsabilidad que les cabe cuando  sirven a los diseños políticos guerreristas, a los terrorismos de Estado, abiertos o encubiertos, cuyo mejor y trágico ejemplo  en estos días es mirar en las pantallas de televisión un genocidio a cielo abierto en lo que queda del territorio ocupado de Palestina, día por día hora por hora, sin  que los gobernantes de países que se consideran “civilizados” reaccionen.

En el silencio cómplice, también agonizan las palabras como libertad, democracia, solidaridad, paz, para citar algunas que son desaparecidas y enterradas y con ellas el lenguaje empequeñece y también va desapareciendo de los ámbitos académicos.

Es el momento de hablar del colonialismo cultural que atrapa en increíbles usos y desusos el verdadero contenido de las palabras.

El poder hegemónico no podría imponerse sin la violencia y la violencia no puede imponerse sin el   mensaje de las tinieblas de los poderosos, el lenguaje del odio, de la discriminación  del racismo, de todo lo que parecía  ya terminado para siempre. 

Pero al mismo tiempo asistimos a los renaceres, mediante la maravillosa  creatividad  de la resistencia, de todo lo que esta palabra significa y nos lleva a la resurrección.

Para los países ricos y poderosos el campo principal de batalla se libra en las conciencias. El lingüista estadounidense Noam Chomsky ha definido con claridad que “la propaganda es a las democracias lo que la cachiporra a los sistemas totalitarios”. Chomsky también revive en sus textos las  respuestas de millones de jóvenes en todo el mundo que están demandando justicia y verdad. Esto no se suele ver en la mayoría de los noticieros de televisión, hecho que los hace cómplices de  crímenes contra la humanidad.

Debemos entender que la actividad mediática, la escritura que colabora con la violencia, el terror, la injusticia, la perversidad y el odio transforma en tinieblas el mundo actual, en pleno siglo XXI con todos los adelantos tecnológicos, científicos, capaces de llevarnos hasta la luna, mientras quieren que retrocedamos a las cavernas.

Esto hace posible que una gran parte de la humanidad asolada por el hambre, la miseria más desoladora, las guerras, cada día con nuevas armas y metodologías esté atrapada en los hilos invisibles de ese poder impiadoso que convierte en victimario a la víctima.

Se pensaba que este siglo XXI sería el de la descolonización, de la justicia, la educación, del sincretismo de las culturas que se cruzan, con toda la belleza de esos encuentros, abatida la ignorancia que lleva al sometimiento y la indefensión y el respeto a los derechos humanos. También  del derecho a celebrar nuestras identidades.

Rescatar nuestra identidad ahora es tan necesario como comer, como  lo es recuperar la palabra, su contenido, su esencia, sus bellezas y escondrijos que son eternamente liberadores. La libertad no existe cuando la integridad del ser humano ha sido avasallada, destruida, desaparecida

No hay palabras para hablar de otros siglos y del holocausto de los pueblos de Africa, de la cacería de niños, mujeres, hombres a los que llevaban en barcos amarrados, encadenados, Barcos que andaban por los mares del mundo con su carga de seres humanos, bestializados por los mercaderes  para  convertirlos en esclavos y venderlos en los mercados del mundo “civilizado”. A esos mercaderes  de seres humanos encadenados les levantaron monumentos, que hasta hoy existen.

¿Quién menciona hoy el holocausto de millones y millones de integrantes de los pueblos originarios en los tiempos de la mal llamada conquista de América Latina, que fue en realidad una colonización salvaje y feroz? Se destruyeron culturas milenarias, se enterraron saberes y ciudades. Guantánamo es hoy un símbolo del silencio de una prensa que se autocensura como espectadora de un delito de lesa humanidad,  transmitido pasivamente por las redes del poder mundial, sin que nadie actúe.

Hablando de identidades en una nota en The New York Times del 26 de diciembre de 1981 fue recordado Mark Twain cuando se preguntó: “¿Dónde están mis ancestros? ¿A quienes he de celebrar? Mi primer antepasado americano fue  un indio…un indio de los tiempos tempranos. Los antepasados  ustedes  los han desollado vivos y yo soy su hermano”.

En estos momentos Argentina se ha convertido en un “laboratorio” de las forma de exacerbar el odio, como un arma, que destruye al objetivo del poder, y a quien lo aplica, que va perdiendo su propia humanidad. Estamos asistiendo a la destrucción  de todo lo construido con luchas y resistencias justas, a más de 200 años de nuestra independencia, frustrada por el poder imperial y llevamos cinco siglos resistiendo, como dice la canción

Con todo ese bagaje vivimos ahora viendo una parte de nuestra  sociedad zombificada en diversos sectores, hablan alucinados repitiendo palabras que no entienden, y caminando como zombis hacia el abismo. Nuevo crimen de lesa humanidad.

Ha llegado el tiempo de la resistencia, el tiempo de liberar las palabras, de descolonizar la conciencia. Sólo la cultura nos hará libres, iguales y semejantes. El ser humano espejo embellecido por el ser humano y la palabra recuperada  y puesta a andar por un mundo amenazado, donde nuestra región continúa siendo el continente de la imaginación y la resistencia. Aún somos la esperanza.        

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