Desde su primera visita, a cuatro meses del triunfo de la revolución, su figura siempre cautivó a los argentinos. Los distintos gobiernos, sin embargo, fijaron sus relación en función de las presiones de EE UU.

La primera visita del líder cubano a la Argentina estaba marcada por su participación en la reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) que discutía entonces el diseño de un sistema de cooperación económico que culminaría en la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Paradójicamente, tres años después el país que hacía una exhortación a la unidad latinoamericana sería expulsado del organismo por presión estadounidense.
Aquella breve visita fue la primera de las cuatro que el comandante realizó a estas tierras. Su gobierno aún no se había declarado socialista y el interés del periodismo se centraba en dilucidar el futuro próximo de la revolución. El presidente Arturo Frondizi se animaba a mostrar su respaldo a la isla insurgente con una sonrisa para la foto, algo que se cuidó de no repetir en 1962 al recibir a Ernesto Che Guevara a puertas cerradas. Poco después, las presiones de las fuerzas armadas y la diplomacia internacional lo forzaban a romper relaciones y a abrir el primer gran impasse de Argentina con Cuba.
Unos 35 años tuvieron que pasar hasta que Fidel Castro volvió al país. En esa ocasión fueron tres días en los que no piso la capital. Desde Montevideo viajó a Bariloche para participar de la quinta Cumbre Iberoamericana y luego siguió viaje hasta Colombia, adonde participó de una cumbre del Movimiento de Países No Alineados.
En el hotel Intercontinental mantuvo reuniones con el presidente Carlos Menem, con quien lo unió una relación especial de enemistad pública y complicidad privada. El gobierno del riojano se plegó a EE UU para condenar a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, pero no le reclamó el pago de una deuda 2300 millones de dólares que la Argentina le prestó a la isla en 1973 para que comparara productos nacionales.
La llegada de la Alianza al gobierno generó expectativas entre los revolucionarios. La diplomacia cubana confiaba en que Fernando De la Rúa repetiría el abstencionismo alfonsinista a nivel internacional, algo que no sucedió y que provocó la reacción más airada del comandante, quien llamó a los gobernantes argentinos «lamebotas» de los yanquis. Tras la salida en helicóptero del dirigente radical fue Eduardo Duhalde quien retomó la abstención que el kirchnerismo luego ratificó. Comenzaba una nueva etapa entre los dos países y, sin lugar a dudas, la tercera visita sería la más recordada.
Un aula magna que quedó chica
«No se alcanza el cielo en un día, pero créanme no lo digo por halagar, y trato de decirlo con el mayor cuidado, que ustedes han asestado un descomunal golpe a un símbolo», aseguró Fidel desde las escalinatas de la Facultad de derecho el 26 de mayo de 2004, un día después de haber participado de la asunción de Néstor Kirchner.
Sus palabras aludían al cambio político en la región que Argentina apuntalaba, que un año después enterraría el ALCA en Mar del Plata, y que en febrero de 2010 culminaría con la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un espacio que devolvía a la isla al diálogo regional sin la injerencia de EE UU.
Decenas de miles de personas lo escucharon durante dos horas y media aquella noche helada de 2004 en un acto aún es recordado entre la diplomacia cubana como uno de los más importantes que realizó Fidel fuera de su tierra.
Su última visita al país, en julio de 2006, también fue la última que hizo al extranjero. Llegó hasta Córdoba para participar de la primera cumbre del Mercosur en la que Venezuela formó parte como miembro pleno. Además de los actos protocolares, Fidel y el presidente venezolano, Hugo Chávez, dieron una charla ante 40 mil personas en la Universidad de Córdoba y se acercaron hasta Alta Gracia, a 40 kilómetros de la capital provincial, para visitar la casa de infancia del Che. En sus últimas imágenes en el país se lo ve riendo con el comandante venezolano. Una imagen que en forma de ilustración ayer se repetía en otros lados. «
«Levantamos el puño con él»
Por María del Carmen Verdú, CORREPI
A Fidel lo odia la oligarquía cubana porque los expropió e impulsó la reforma agraria. Lo odian los empresarios porque las empresas fueron puestas al servicio de un proyecto colectivo. Lo odian los políticos de EE UU, porque estando a 100 km no aceptó el sometimiento.
Por eso a Fidel lo quiere el pueblo, los trabajadores y campesinos, las mujeres, la juventud. Porque Fidel es un ejemplo de revolución, es historia viva y sobre todo es futuro. Por eso hoy levantamos el puño con él.
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