“Si voy a Estados Unidos dentro de 10 años, va a ser un poco como ir a Cuba", ironiza James Anderson.

UNO. Anderson, arquitecto de inversiones en Baillie Gifford y habitué del Nasdaq, no anda con disfraces: «Hasta hace un par de meses, lo que me sorprendía era que, en cierto modo, no había realmente demasiados signos de burbuja en IA”, comenta en el Financial Times. Y se encoge de hombros, recordando épocas en las que la exuberancia se disfrazaba de innovación. Lo dejó inquieto la velocidad del cambio: «Esa magnitud de salto y el ritmo con el que ocurrió sí que me preocupó».
El volantazo del mercado lo puso otra vez en alerta. De golpe, OpenAI y Anthropic saltaron como si hubieran encontrado un atajo secreto en la cancha. Nvidia, mientras tanto, se comporta como equipo grande con hinchada propia, pero a Anderson le despierta recuerdos incómodos. «Tengo que decir que las palabras ‘financiación de proveedores’ no me traen lindos recuerdos, a alguien de mi edad», suelta con sorna. Y remata, como quien señala el horizonte antes de que se venga el diluvio: «No es exactamente lo que muchos proveedores de telecomunicaciones hacían en 1999-2000, pero tiene ciertas similitudes». Lo suyo es una advertencia disfrazada de charla de bar. Porque la memoria del ’99 está ahí, como una cicatriz que pica cada vez que el mercado empieza a festejar demasiado pronto.
DOS. Anderson no le suelta la mano a Nvidia, todavía la respeta, pero la mira con cuidado, como se controla a un arquero que hace tiempo con cara de piedra. «Esa inversión planeada de U$S 100 mil millones en OpenAI… hay más motivos para preocuparse que antes», lanza sin anestesia. La guita gira, los datos fluyen, pero las dudas no faltan: ¿quién va a bancar los data centers monstruosos que prometen? ¿Qué red eléctrica va a aguantar semejante voracidad?
El fondo Lingotto, que Anderson conduce, decidió recortar fichas en Nvidia y poner algunas en CATL, el gigante chino de baterías. Ahí, en los márgenes que la prensa yanqui mira poco, Anderson encuentra un terreno más firme. Samet, su socia, tiene otra mirada. «Con el superciclo de innovación de la IA tenés que meterte antes para darte cuenta de lo que se viene», asegura, convencida de que la jugada hay que anticiparla. Que es real detrás del ruido.
Entre los inversores hay quienes ven a Nvidia como el capo del negocio que le abre el camino al resto. «La IA todavía no mostró todo lo que tiene; la escala de inversión responde a la competencia global”, explica un gestor con acento de Boston, convencido de que China es el verdadero rival a marcar. Trump, con sus ocurrencias de entrenador caótico, no borra la convicción de que el partido se define en la cancha de la innovación. “Acá el que duda demasiado se queda afuera”, remata, como si hablara de un delantero que no patea cuando tiene el arco libre.
TRES. Ahora, si la burbuja llega a explotar, como pasó con las puntocom, Argentina no va a mirar desde la tribuna: la va a ligar de lleno. Cada vez que el mundo se asusta, la guita pega un portazo en los mercados chicos y se refugia en los activos seguros. El peso tiembla, el crédito se encarece y los que están en la mesa de truco de la economía local, como Toto Caputo, empiezan a levantar cejas y carpas. Que el campo aguante algo, sí, pero los bancos, los fondos de pensión y los ahorros que dependen del dólar están más expuestos que arquero en un córner mal defendido. Si Nvidia, Microsoft o Amazon tropiezan, la onda expansiva llega a Buenos Aires como llega el humo de un asado a la vereda: tarde o temprano, pero inevitable.
La inversión extranjera se frenaría en seco, los proyectos digitales quedarían congelados y el Banco Central tendría que improvisar: más tasas, más controles, más dolores de cabeza. Ni los préstamos exprés de China o Estados Unidos a la Argentina serían un buen salvavidas. Ahí, Anderson vuelve a desplegar su ironía seca: “Si voy a Estados Unidos dentro de diez años, va a ser un poco como ir a Cuba. Vas a tener un sector muy avanzado, pero también una industria automotriz que parece de hace 30 años y un sistema energético completamente poco confiable”. La frase tiene la crudeza de una postal de futuro y el humor de quien ya vio varias fiestas terminar en silencio incómodo.
El cronista argentino, curtido en devaluaciones y burbujas propias, reconoce el gesto: esa mirada de quien prefiere quedarse cerca de la puerta por si hay que salir rápido. Anderson mantiene la mano cerca del timbre, mientras otros se empeñan en seguir bailando. Por ahora, el partido sigue abierto y nadie se anima a pronosticar el resultado final.
Anderson es globalmente reconocido por sus fichas iniciales en Tesla y Amazon, lideró el Scottish Mortgage Trust de Baillie Gifford (casi U$S 100.000 millones). Compró Nvidia en 2016 y hoy dirige el fondo Lingotto (u$s 650 millones). Su escepticismo actual se basa en un deep research y la modelización precisa de escenarios futuros.
En 2025, los activos argentinos vivieron una montaña rusa. El Merval marcó un récord histórico en enero con $ 2,86 millones, pero hacia septiembre acumulaba más de 20% de caída, golpeado por la inflación, la incertidumbre política y la volatilidad externa. En Wall Street, la mayoría de los ADRs argentinos retrocedió, aunque YPF, Macro y Galicia se destacaron con rendimientos altos, impulsando cierta recuperación del sector financiero. Muchos inversores migraron al carry trade (la vieja bicicleta financiera de Martínez de Hoz) promovido por Toto Caputo, con tasas y dólar barato. Un sistema que privilegia la especulación financiera sobre la productiva, dejando una economía vulnerable y dependiente de liquidez externa. Toto ya lo hizo con Macri (2016) y en pocos años puede tener el récord de estrellar la calesita dos veces.
1) La plata en la IA vuela como figuritas raras, todos quieren una, pero muchas son puro humo.
2) Si la burbuja explota, nos pega acá también: sube todo y el peso se va al mazo.
3) Nadie sabe el final: puede ser golazo o un 0-0 aburrido, el partido sigue abierto.
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